nte cualquier eventualidad, siempre hay un colectivo de personas que se lamentan de que nadie les informa de nada y otro, más reducido, que sostiene que nos ocultan la verdad para no alarmarnos, pero que la situación es mucho más grave de lo que aparenta. En el caso del coronavirus, están, además, los que lo relacionan con un caso de guerra biológica, dentro del contencioso que mantienen China y Estados Unidos. Efectivamente, existen coincidencias con las consecuencias de ese tipo de guerra: instaurar el pánico en la sociedad, colapsar la economía, paralizar el sistema sanitario. Encaja. Pero no es cierto. Con voz misteriosa, una sudamericana afirma que el virus fue fabricado en un laboratorio que menciona y cita a los doctores que lo elaboraron. No convence mucho. Otros enteraos hablan de los poderosos tentáculos de la industria farmacéutica y sus relaciones económicas con la Organización Mundial de la Salud (OMS), a la que han convertido en su títere y servidor. Algo de razón tienen, si nos atenemos a la financiación de la entidad. Pero va a ser que no. Las conspiraciones sionistas y masónicas han perdido peso. Las intervenciones del Maligno, a estas alturas, no asustan ni a las monjas de clausura. Lo único cierto, porque está demostrado, es que hay virus que saltan de los animales a las personas. Desde el pasado siglo, se han podido documentar varios casos como la mal llamada gripe española de 1918, el ébola en 1976, el VIH/Sida en 1981, el Síndrome Respiratorio Agudo Grave en 2002, el Síndrome Respiratorio de Oriente Medio (MERS) en 2012 y la gripe aviar (H1N1) de 2009. Y con cada una de estas pestes, debemos ir mejorando las pautas técnicas, políticas, económicas, psicológicas y sociales, para resistirlo y combatirlo. Y en eso, todos estamos comprometidos. Porque habrá más en el futuro. A corto plazo, la gripe, que esa sí, mata de verdad y a mansalva. Pero tiene vacuna.