Ya estamos en la última semana de campaña y, a partir de aquí, no podrá haber más sondeos que se vean confirmados o desmentidos por las urnas. Los conocidos hoy no aportan más clarividencia en ese sentido. Las tendencias del relato electoral que los retroalimenta tienen un punto de profecía autoconfirmada, que capta pero también propicia un determinado estado de ánimo y que ha dado a la demoscopia grandes éxitos predictivos y grandes fiascos. Lo que sí dibujan es un retrato de estímulos sociales.  

El entrelineado de los sondeos habla de que el núcleo histórico de la izquierda independentista ha amortizado su pasado de laxitud, cuando no connivencia, con la violencia de ETA -el “ciclo político” que describe Pello Otxandiano-. El rechazo a la misma de amplios sectores de las sensibilidades progresistas vascas ya no es un factor determinante y la expectativa de enunciar soluciones sociales es suficiente, sin necesidad de que estas sean viables. Además, una docena de años sin terrorismo propicia la catarsis, la relajación del compromiso con la memoria. Dispuestos a ese olvido, mucho más sencillo es el de las experiencias de gobierno de Bildu en Gipuzkoa, que acabaron en un castigo de la ciudadanía.

De igual modo, hay un sector del país alineado sin ambages con el modelo de sociedad que ha venido vertebrando el PNV, con socios que han ido desde la izquierda federal -cuyos herederos hoy se califican de confederales y se erigen en antagonistas tanto de su propia aportación como entre sus facciones- a la socialdemocracia soberanista -anonimizada en sus siglas a la sombra de Sortu- pasando por el PSE, sometido a su vez a sus propios vaivenes. Este votante percibe que la alternativa no tiene solvencia para garantizar las estructuras de bienestar y teme el decrecimiento de la calidad de vida y de la riqueza del país, como ha ocurrido en otros lugares con la misma oferta.

“Euskadi cuenta con una muy buena calidad de vida pero no nos conformamos”

Andoni Ortuzar - Presidente del EBB del PNV

Pero esto no es solo un escenario de extremos y la polarización es un proceso que afecta a los cuerpos centrales de la sociedad. Las encuestas reiteran que la fatiga emocional de los últimos años se conduce con facilidad al malestar; que la dinámica de inmediatez en la satisfacción -propia de las economías de mercado- opera en favor de las respuestas mágicas en las que la necesidad que no existía se convierte en imperiosa.

Estamos más cabreados por nuestras circunstancias y por la insatisfacción de nuestras expectativas y ese arma en manos de los discursos populistas es poderosa.

Hacer campaña desde lo que se reivindica como alternativa de cambio consiste en dar la razón al insatisfecho y reclamar junto a él que otros hagan el esfuerzo para mejorar su percepción vital. Esos otros nunca tienen rostro; son las empresas, los fondos buitre, los grandes tenedores y, sobre todo, el gobierno saliente. Pero luego, cuando toca desarrollar los mecanismos del cambio, los impuestos que suben son los de quienes ya aportan el 80% de los recursos en IRPF, los de quienes aspiran a una vivienda en propiedad y se hipotecan, los de quienes deben desconciliar su día a día para poder conciliar el de un sector público creciente hasta el endeudamiento insoportable que solo puede compensarse con más impuestos.

La del próximo domingo va a ser una cita electoral determinante que definirá la dirección del país en la próxima década y ya toca llegar al tuétano de las propuestas. El estado de ánimo social puede cambiar mucho; el rumbo que se adopte, quizá no tanto.