Ha sido una campaña extraña. Pese a tratarse de unas elecciones municipales y forales, apenas han tenido protagonismo las materias que competen a dichas instituciones y sí cuestiones de otros ámbitos institucionales como la sanidad, la educación o las pensiones. Tal vez por dificultades para encontrar excesivas grietas en las gestiones de los mandatarios locales y territoriales, hubo quien decidió que no había nada mejor que atacar a estos por asuntos que trascienden a su quehacer. Atrás quedan citas electorales en las que las basuras, los peajes o los modelos de residencias, por poner unos ejemplos, ocupaban la mayor parte de la agenda. Obviamente, también se ha hablado de todo ello, faltaría más, pero ni por asomo ha tenido que ver con lo que debería.

He resultado también una campaña –y su larguísima precampaña– absolutamente española, pero esto ya no resulta tan novedoso. Ciertamente, hemos estado aquí tan entretenidos con las promesas tomboleras de Pedro Sánchez, las réplicas de la derechona, el extraño lío entre el podemismo y sus parientes mal avenidos, que daba a veces la sensación de que nos disponíamos a votar en una elecciones generales. Se jugaría uno un queso que gran parte de la ciudadanía de Gipuzkoa ha seguido con más interés el secuestro de la edil de Macarena, la compra de votos en Mojácar o la agresión de un candidato de Santa Cruz, que lo que estaba aconteciendo en su propio municipio. Resulta paradójico –o no tanto– que todo ello suceda cuando el voto abertzale acapara más espacio que nunca. En un sano ejercicio de sinceridad, deberíamos reconocer que tal predominio electoral para nada responde a un incremento de la aspiración soberanista de la gente.

Las alegrías y las penas de las jornadas electorales son, por lo general, consecuencia de las expectativas creadas durante las semanas previas, más que de los resultados en sí. En esas estaremos también esta noche. Tengo para mí, que el PNV se dará por satisfecho si sigue comandando la Diputación, el Ayuntamiento de Donostia y gran parte de los otros municipios que ahora lidera, dando por asumible incluso la pérdida de alguno de ellos. EH Bildu aspira a mucho, a desbancar a mucha gente, pero es posible que incluso con un gran resultado le quede un regusto amargo por no poder articular algunas mayorías para gobernar. Los socialistas respirarán si mantienen sus feudos y siguen gobernando la Diputación como socios minoritarios. Al espacio de Elkarrekin Podemos lo imaginamos a la espera de que pase todo esto y empiece a (intentar) reconstruirse a partir de mañana. Y el PP, como siempre, ansiando que los vientos favorables del Estado (si se producen) le beneficien aquí.

Amén de los pactos poselectorales, de lo que se comenzará a hablar a partir de mañana, es de una triste realidad. De la cantidad de candidatos que dejarán sus puestos en poco tiempo, tras no haberse visto cumplidas sus expectativas. Se trata de un fenómeno que crece y debería preocuparnos más. Desde el punto de vista humano puede ser una reacción entendible, pero uno no termina de acostumbrarse a despedidas solemnes de candidatos que durante los meses previos nos han hecho creer que están dispuestos a darlo todo por su tierra y por su gente. Todos deberían tomarse más en serio esta cuestión.