- Hoy se cumplen exactamente 40 años desde el asesinato de Paulo Garaialde a manos del grupo terrorista de ultraderecha Triple A (Alianza Apostólica Anticomunista). El taxista de Alegia, natural de Orendain, recibió dos tiros de escopeta a quemarropa en pleno rostro y su cuerpo fue abandonado en la mitad del monte, muy cerca del hoy rehabilitado bidegorri del ferrocarril de Pagoeta, que transcurre entre Andoain y Leitza. A la altura de Berastegi, a la salida de un túnel, de madrugada, Paulo exhaló su último aliento tras caer en la trampa que le prendieron sus asesinos la misma noche de su 60 cumpleaños, en lo que a día de hoy podría considerarse una jugada de ajedrez por parte de la Triple A en los años de plomo de ETA.

El suyo ha sido un asesinato silenciado y olvidado. “Es como si no existiera”, reconoce hoy uno de sus hijos, Iñaki. La losa del silencio aún sigue pesando sobre la familia Garaialde Salsamendi. La entrada del difunto Paulo en la lista de la desmemoria se había gestado nueve años antes de su muerte, cuando ETA reventó su taxi con una bomba, el 30 de septiembre de 1972. Un taxista de pueblo, víctima primero de ETA y luego de la Triple A. ¿Quién podía entenderlo?

En su caserío de Segura, Iñaki Garaialde Salsamendi, el sexto de los siete hijos de Paulo y Joxepa (fallecida en 2016), detalla a NOTICIAS DE GIPUZKOA los pormenores de este calvario sin poder contener las lágrimas: “Iré a donde haga falta para reivindicar el buen nombre de mi padre y la injusticia que cometieron con él”.

El propio Iñaki Garaialde fue quien entregó a la Dirección de Derechos Humanos, Víctimas y Diversidad del Gobierno Vasco el informe Garaialde txostena, coordinado por la periodista Elixabete Garmendia Lasa, y que el Ejecutivo hace público coincidiendo con este 40º aniversario.

Su objetivo es que se sepa la verdad de lo ocurrido y encaminarse en la vía de la justicia y la reparación: “Durante 30 años hubo un silencio absoluto sobre el caso de mi padre. Ten en cuenta que cuando le mataron no se juntaron ni tres personas para protestar por el asesinato. No se organizó nada. Ni la izquierda aber-tzale... como nueve años antes se extendió el rumor de que era un chivato y como le pusieron una bomba (ETA)..., nada. No la convocó ni el PNV, y mi padre era jeltzale hasta la médula. Jeltzale y abertzale a tope, independentista”.

“El Ayuntamiento (de Alegia) -continúa Iñaki-, como institución, no hizo ninguna protesta. Es decir, cuando se reunió de urgencia, no fue ningún concejal de la izquierda abertzale. Solo fueron los del PNV. Es cierto que sacaron un comunicado manifestando que estaban en contra del asesinato. Y me alegro de cómo pusieron claramente que fue un asesinato, que estaban en contra de todas las violencias. Pero no hicieron una convocatoria de protesta en Alegia. Es como si no hubiera existido”.

El dolor aflora durante su relato. “Lo que sí vimos es que en su funeral hubo un gentío (se le saltan las lágrimas), pero desde luego nadie convocó nada. Y a los 30 años, cuando Martin Garitano fue diputado general (por EH Bildu en 2011), hizo un declaración institucional de reconocimiento hacia las víctimas de todo tipo de violencia. Y eso lo hizo justamente dos o tres semanas antes del Día de la Memoria (10 de noviembre). Y nosotros, que todos los hijos e hijas somos de la izquierda abertzale, nos preguntamos: ¿Y lo de nuestro padre, qué?”, narra Iñaki.

Ahí empezaron a creer que tenían “posibilidades de llegar a la gente” y quitarse esa “tremenda carga” que llevaban desde hace años, admite entre lágrimas. Recuerda que aprovecharon un Pleno en el Ayuntamiento de Alegia para presentar un escrito. “Igual fue en un tono un poco fuerte por nuestra parte, reprochando que no se hubiese hecho nada. Y se lo tomaron mal”, recuerda.

En la Nochevieja de ese mismo 2011 la familia se llevó otro golpe. “Es costumbre en Alegia hacer una manifestación en contra de la represión y en favor de los presos y se lee un comunicado. Y como a mi padre lo mataron el 2 de enero, mi hermana les dijo si no iban a hacer una mención de que la había matado la Triple A. Y no la hicieron”, lamenta Garaialde.

La carga y el estigma del atentado de 1972 de nuevo. Fue “duro” constatar cómo aún 30 años después, todavía mucha gente seguía teniendo en mente que lo había matado ETA, explica Iñaki: “Imagínate cuánto se había extendido en Tolosaldea el rumor de que era un chivato y que, además de ponerle una bomba ETA nueve años antes, que luego lo había matado”. Estigma y tabú.

Con su cuadrilla de Alegia tampoco ha hablado nunca del tema. “Yo siempre he visto una pared enorme, pero ellos tampoco me han hablado a mí”, asegura. El silencio era absoluto en su espectro ideológico y sociológico. Una herida dolorosa: “Yo era militante de la izquierda abertzale. Para cuando lo mataron, ya había pegado cientos de carteles, pero nunca se ha hablado delante de mí una palabra de mi padre. Igual hablarían, pero cuando yo no estaba. Lo mismo con otros familiares. Yo el silencio lo sentía. Muchas veces se dice: lo está gritando el silencio. Pues era eso. Eso ha sido y es”, reconoce Garaialde.

La petición de perdón de la propia estructura de la izquierda abertzale les años llegó después, reconoce Iñaki, en la intimidad, por no haber dado respuesta a la evidencia de que la Triple A había matado a su padre. “Algo muy importante para mí”, reconoce.

“Es que durante mucho tiempo la gente ha estado hablando mal, extendiendo un rumor, y no supieron dar marcha atrás. Y luego bastante tuvieron con no seguir difundiendo eso que habían estado transmitiendo a las nuevas generaciones; y de ahí a 30 años (en 2011), todavía nos encontramos una resistencia enorme para poner una puta placa. No había que poner que Paulo era el puto amo, simplemente: De aquí se llevaron a Paulo Garaialde y fue la Triple A”.

“Es que me siento en deuda con mi padre. No sé quién divulgaría que mi padre era un chivato, pero estoy orgulloso de él”, reconoce emocionado: Mi padre nunca tuvo ningún sentimiento de culpa, ni la sensación de tener que ocultar nada. Él tenía muy claro quién era y qué era, y lo vivía con naturalidad. Él no tenía nada que ocultar, ni hizo nada mal. Era una persona muy abierta, de los que le gustaba charlar, alegre, bertsozale, le encantaba jugar al mus, muchísimo; y era muy religioso. Un poco más de lo normal de aquellos tiempos, incluso, justo lo contrario que sus hijos”, reconoce Iñaki.

Según relata la coordinadora del informe Garaialde txostena, Elixabete Garmendia, “en los años 70, en los entornos sociales de ETA, se generó durante algún tiempo la oleada de señalar a individuos como chivatos, confidentes de la policía. Bastaba con que alguien inventara el rumor y lo echara a rodar. El atentado que Garaialde sufrió en 1972, cuando le reventaron el taxi, se enmarca en ese contexto”. Años más tarde, asegura el informe, fuentes cercanas a ETA reconocieron a la familia que aquel atentado había sido un error.

Pero todo se enredó de manera increíble. Garmendia y Garaialde tienen claro que los asesinos eligieron a su víctima de forma deliberada para crear confusión, sabedores de que Paulo era una persona “contaminada” al haber sido víctima de ETA antes. La Triple A primero reivindicó el atentado ipso facto para negarlo días después y unas semanas más tarde volver a atribuírselo. Entre tanto, el Batallón Vasco Español, otro grupo terrorista de extrema derecha, también participó en esta ceremonia de la confusión diciendo que la Triple A no existía, mientras el Mando unificado de Lucha Antiterrorista (MULA) dijo primero que seguramente no había sido ETA, luego apuntó a “otras motivaciones” al margen del atentado y apuntó más tarde a los Comandos Autónomos Anticapitalistas, que negaron los hechos.

“Y para rematar -continúa Iñaki-, ETA sacó el comunicado negando la autoría cinco meses después. Fíjate qué distancia hay desde enero a junio, y eso cuánto daño nos ha provocado”.

Iñaki no tiene duda de que psicológicamente le ha pesado. “No ha habido ningún día que haya visto en la televisión un aniversario de una víctima y no me haya acordado del de mi padre. Parece que hay víctimas de distintas categorías y no debería ser así. Lo único que nos une a todos es lo que nos ha tocado sufrir, que nadie lo ha elegido, pero habrá sufrido lo mismo el hijo de Paulo Garaialde que la hija de Juan Mari Jáuregui o de Buesa o de Ordóñez; o de un montón de gente que le ha tocado sufrir. Y vamos a llegar al 40 aniversario y parece que eso no ha sucedido. Hace diez años, tras mucha insistencia, conseguimos poner la placa en la parada del taxi de mi padre. Esa fue la primera manifestación pública en 30 años de que habían matado a mi padre”, afirma.

“Parece que hay víctimas de distintas categorías y no debería ser así; todos hemos sufrido”

Hijo de Paulo

“Durante 30 años hubo un silencio absoluto sobre el asesinato de mi padre y aún hoy algunos creen que lo mató ETA”