ira la ruleta de las emociones fuertes. Vuelve el emérito para su cumpleaños, casualmente coincidente con la fiesta de la Pascua Militar; Yolanda Díaz carga de decibelios políticos el intencionado relevo en un ministerio que nadie pensaba que existía; el niño de Canet se convierte en la nueva antorcha de la oposición contra el Gobierno, el independentismo catalán y su corifeo mediático, y con licencia para perdurar; empieza a llegar la sangre al río en la parroquia del PP por los pueriles arañazos entre Ayuso y Casado; y, cómo no, el ambiente en el Congreso se tiñe desgraciadamente de esa insufrible esencia pestilente que embadurna la actual legislatura, en la que empiezan a aflorar las primeras dudas sobre el auténtico alcance de la cacareada recuperación económica. Pero, sobre todo, muchos contienen el aliento temiendo hasta dónde llegará el ánimo de venganza de Juan Carlos contra quienes forzaron su expatriación, empezando por su propio hijo. Hay partido, además del de Nadal que presenció ayer para alimentar el morbo sobre su futuro inmediato.

En las Cortes se escucha un runrún sobre este regreso tan incómodo. Es allí donde resulta más que probable que la deplorable imagen de algunos comportamientos y lenguajes tabernarios -por cierto, cada vez más focalizados entre los exabruptos de aguerridos derechistas- oscurezcan a nivel ciudadano el trepidante ritmo legislativo que la mayoría de la moción de censura ha imprimido en las últimas semanas. Es más que probable también que entre los millones de personas que recordarán fácilmente, para bien o para mal, el jocoso y envalentonado "qué coño" de Pablo Casado, apenas se encuentre un ramillete de elegidos que conozcan a fe cierta la aprobación de una ley tan importante como es la de Formación Profesional. Hasta es más que probable que la serena apelación de Aitor Esteban al necesario espíritu de neutralidad en la formación de los organismos constitucionales apenas tenga otro eco que dormitar para siempre en el acta de otro alborotado Pleno de control. Son, en definitiva, las penurias de esta absurda política líquida, embebida por el encanto irrefrenable de las redes sociales, el titular tertuliano y los escarceos escabrosos.

Muy lejos de estas diatribas de regate corto, los auténticos poderes fácticos de la Villa consumen estos días sus ratos de conciliábulo hotelero embutidos en su propia burbuja. Las mañanas bursátiles y las tardes del trago largo alientan las especulaciones sobre los cimientos que moverá la estruendosa llegada de Juan Carlos. Un tiempo de ocio que aprovechan para hacer cábalas sobre la insólita declaración ante el juez del presidente de Iberdrola -más gasolina al fuego con la nueva consejera, exministra y del PP-. Incluso, hasta destilan una pizca de malicia para predecir el tirón electoral de una bendecida Yolanda Díaz. Pero, sobre todo, gesticulan inquietos porque les preocupa el alcance real de la adecuación de la reforma laboral y, en especial, la manifiesta inconcreción en torno a los fondos europeos, más allá de los guiños de la Unión Europea.

Sánchez, en cambio, está más tranquilo que nunca. Con los presupuestos de su consolidación asegurados, dominando la situación parlamentaria a su antojo, sin hablar un segundo de ese precio de la luz que agujerea bolsillos e industrias, sacudiéndose con desprecio las previsiones económicas menos optimistas, el presidente solo tiene tiempo para enarbolar la bandera de la recuperación. Por eso, entiende que el papelón que supone la vuelta del emérito es cosa de La Zarzuela; considera el niño de Canet una película que se ha montado el unionismo; desvía la energía desbocada a una responsabilidad de la UE; y en cuanto al virus creciente cree que tampoco es para alarmarse y que se pasará con prudencia y la tercera vacuna.

Frente a este retrato, donde el Gobierno de izquierdas sigue afianzando una holgada mayoría con larga vida hasta su caducidad y más allá de las desconfianzas puntuales que generan sus biorritmos, Pablo Casado se busca a sí mismo. Ahora, a la sombra del creciente debilitamiento de su liderazgo como castigo al ridículo pulso con Ayuso, se ha decantado por volver a afiliar el colmillo opositor. Como si se sintiera forzado a hacerlo para contrarrestar una significativa caída en los sondeos que, desde luego, ha enfriado demasiado a los suyos. Eso sí, le durará hasta el próximo viraje estratégico que le aconseje su guardia pretoriana, cada vez más aislada de la realidad y ávida de las adhesiones inquebrantables.