edro Sánchez, el prestidigitador. Su indulto a unos líderes independentistas del procès acaba desestabilizando a la intransigente derecha española. Su arrojo para acometer la decisión política más arriesgada de un gobierno democrático desde la entrada en la OTAN desbarata al líder de la oposición. Su pragmática apuesta por la distensión con la Catalunya soberanista atrae, más allá de un par de matices apurados, a ese empresariado habitual granero electoral del PP. En apenas un abrir y cerrar de ojos, aquella cometa que infló en las urnas del 4-M y alentó después el Supremo contraviniendo el perdón a los secesionistas pierde gas aceleradamente tras su pinchazo en Colón. Pablo Casado, entonces ufano con las encuestas de cara, asiste incrédulo al inesperado giro copernicano de una realidad que le aísla de nuevo.

Sin apenas tiempo para disfrutar de los irritantes memes del patético paseíllo de Sánchez con Biden, el presidente del PP se afana en apagar el torpe incendio de Ayuso con el rey; escucha las estremecedoras acusaciones contra las mafiosas órdenes de los corruptos de Génova; contempla la emoción del Ibex-35 por la llegada de los primeros 9.000 millones de fondos europeos; las vacunas auguran un verano sin mascarillas y con turismo nacional; y, por si fuera poco, un buen español como Antonio Garamendi ve bien los indultos en un contexto de normalidad. Y aún queda el baño de masas del próximo lunes en el Liceu del líder socialista con la crême del Eixample y Pedralbes. Solo se le resiste el desbocado precio de la luz, aunque aquí también tiene su comodín de suerte. Desde tiempo inmemorial, el común de los mortales siempre acaba echando la culpa de esta tarifa sangrante a la voracidad recaudatoria de las eléctricas, ese oligopolio que tanto indigesta a Podemos.

Es muy probable que el presidente de la CEOE haya volteado definitivamente en favor de Sánchez el envenenado pulso de los indultos. ¿Por qué lo ha hecho? Desde luego, no solo obedece a una decisión personal. Tiene su mérito este gesto nada involuntario después de la envolvente que le hicieron desde La Moncloa con la nueva patronal de pymes. Tampoco debería olvidarse que quien se mueva en dirección contraria no verá un euro de los fondos. Con su inesperado paso al frente, Garamendi ha desnudado con crudeza a Casado, y para mucho tiempo. En realidad, nunca le ha considerado con el músculo suficiente para arrebatar el poder a la izquierda, pero así le empequeñece aún más, desnudando su carencia de alternativas ante este conflicto. En cualquier caso, el hondo calado de tan significativo desmarque deja una herida demasiado abierta en la misma familia ideológica.

El PP no puede digerir la nueva realidad. Apenas hace unas semanas, creía tener cobrada la pieza de Sánchez a cuenta del vendaval de Ayuso, le animaba el corifeo mediático de la Corte hablando de la llegada de un nuevo tiempo y daba por hecho que los indultos desangrarían al PSOE. En cambio, todo se le fue el pasado domingo por el desagüe. Colón no resultó lo que se pensaba. Las firmas apenas se están acercando a la mitad de las recogidas en aquella campaña de Rajoy que fue el principio de estos males. Díaz Ayuso se ha metido en un berenjenal sobre el papel del rey que abochorna dentro y fuera del partido, sobre todo por su desconocimiento, entre otras cosas, de la Constitución. Además, Susana Díaz ha hincado la rodilla para mayor gloria del sanchismo. Y, de postre, la patronal y los obispos a favor del perdón de los pecados abriendo todos los telediarios. Casado se corta las venas.

La suerte vuelve a sonreír a Sánchez. Quizá no le ha abandonado nunca. En Vox creen que todo es cuestión de una permanente metamorfosis, que le permite adaptarse con facilidad y destreza a la realidad más interesada. El resto de la oposición lo reduce sencillamente a una mentira permanente en favor del objetivo. Es entonces cuando recuperan de las crueles hemerotecas las imputaciones como candidato socialista contra el huido Puigdemont, los líderes independentistas y la asunción irremediable de las decisiones judiciales. Agua pasada no mueve molino. Llegan tiempos de concordia y convivencia, de conjurarse ante la transformación económica que supondrán los fondos europeos y el final de la pandemia, y de consolidar el poder rodeado de una mayoría que huye como del agua hirviendo del riesgo que supondría la revancha del PP, sostenido por la ultraderecha. El tablero se resitúa. ¿Hasta cuándo?