os cambió la vida, vaya si nos cambió. Bien contado van siendo quince meses y poco más lo que llevamos de pandemia, pero ha sido tan intensa la perturbación de nuestras costumbres y nuestras maneras de vivir, que quizá no vaya a ser fácil recuperarlas como las recordamos. Nos ha tocado conocer y padecer una catástrofe sanitaria cósmica, similar salvando las épocas y la evolución social a aquellas pestes medievales que diezmaron la población y condicionaron los ritmos de la historia. En este periodo de tiempo han perdido la vida millones de personas y muchas más sufren todavía los trágicos efectos del covid-19. Se mantiene la incertidumbre de hasta cuándo soportaremos esta plaga, por más que estamos en ello y que quienes entienden del asunto aseguran que se le va venciendo.

El virus no sólo nos ha llenado de ausencias, sino que nos ha privado de una forma de vida que ahora añoramos como confortable, con nuestras relaciones familiares y sociales, con nuestros encuentros festivos, con nuestras expresiones afectivas, con el estilo de vida placentero que corresponde a una sociedad del bienestar. Vino el covid y todo se trastocó. No fue fácil vernos obligados a cambiar nuestros hábitos y hemos podido constatar reticencias, indisciplinas y hasta verdadera insumisión especialmente referida a los más jóvenes. También se han constatado frecuentes muestras de comprensión hacia la rebeldía de adolescentes y jóvenes privados del dinamismo socializador de su cuadrilla, del desparrame festivo, de la calidez etílica de fin de semana, del desahogo anual de las fiestas patronales. Efectivamente, no está siendo nada fácil para ellos y no queda otra que aceptar con resignación los sobresaltos insolidarios de fin de semana. Pero a la gente joven le queda, al menos en teoría, mucho por delante para recuperar. Volverán las fiestas del pueblo, los carnavales, las gaupasas, los jueves universitarios, las vacaciones, los viajes y los desparrames,. y aún podrán disfrutarlos muchas veces más con ganas y, sobre todo, con salud y vitalidad.

Otra cosa es, y quiero detenerme un momento en esta reflexión, cuáles están siendo las consecuencias para los que ya están -estamos- en la cuenta atrás, a los que la pandemia nos ha sorprendido en esa edad en la que no queda mucho por esperar, en esa edad en la que el tiempo se escapa de las manos y es tan incierto lo que queda por llegar. Un año de pandemia, poco más, y ya descontamos una navidad menos, unas vacaciones, unos viajes, unos aniversarios, unos encuentros familiares borrados de un calendario con las hojas reducidas. A los de la cuenta atrás se les han escapado las primeras sonrisas de los nietos, sus primeras frases, sus abrazos, su cercanía, la emoción de saberse y sentirse reconocidos por ellos...

A los de la cuenta atrás, en este tiempo frío y deshabitado se les han ido sin despedirse familiares y amigos de la infancia. Se los llevó el covid. A los de la cuenta atrás les estremece la amarga sensación de un tiempo perdido, involuntariamente derrochado a sabiendas de que ya les va quedando menos y se ven obligados a aceptar que -ley de vida, ley de muerte- se van reduciendo sus oportunidades para gozar de la vida mientras estén vivos. Y lo peor, que del disfrute de que se han visto privados es más irrecuperable cada día que pasa. Y pasa rápido...