n estos tiempos revueltos como consecuencia de la pandemia, sigue valiendo todo igual que antes. No han variado algunas actitudes en la política ni tampoco en el mundo real de la calle. Quienes pensaron que la extensión incomprensible de esa enfermedad nos iba a hacer mejores, que la solidaridad aumentaría y que, por fin, tenderíamos a desarrollar esos valores que todo el mundo dice tener, se equivocaron. Era fácil de augurar, ya que nuestras mentalidades llevan tiempo tomando la dirección contraria.

La frivolidad y el negacionismo -en muchas ocasiones, irresponsable e injusto- parecen haberse adueñado de la política. No hablo de Miguel Bosé, que hace el ridículo defendiendo teorías que no soportan el análisis de una criatura de primaria. Hablo de una realidad asentada en las fuerzas políticas que prefieren ir a la greña por sistema, sin plantearse siquiera que, de tener las responsabilidades de gobierno, probablemente no lo estarían haciendo mejor. Siempre podrían optar por ofrecer generosamente sus ideas para superar positivamente esta grave crisis económica y sociosanitaria. ¿Por qué no lo hacen?

Parece que, vía vacunación, estamos empezando a ver el final del túnel y, al menos ahora, deberían apostar por la colaboración, ya que estamos ante unos años de necesario replanteamiento del sistema y de reconstrucción que van a exigirnos entereza, solidaridad, buen hacer y compromiso entre las partes. A veces, parece importar menos el futuro de tantos y tantas trabajadoras y sus familias que un titular en portada del periódico. Seguramente, mi visión de ciudadana de a pie es limitada, pero pienso que cuando hay problemas es necesario arremangarse y tirar para adelante.

Y en Madrid, todavía peor. Hay que ir concretando la política de las cosas, le decía Aitor Esteban a Pedro Sánchez en el Congreso afeándole que incumpla sistemáticamente los acuerdos que le alzaron a la presidencia. Lo que le hace ganar a pulso perder el poco respeto que concita a estas alturas y sus apoyos por contravenir lo pactado. Nos está engañando con las competencias pendientes; acuerdan calendarios que, tras no cumplirse, vuelven a negociarse; lo que conlleva un desgaste claro para el Gobierno Vasco. El Gobierno español cuenta con la inestimable ayuda de una judicatura que siempre ha enseñado la patita en su alineación estratégica en pro de una centralización feroz en esa España que sobrevive a costa de machacar a otros pueblos. La ley deja de ser un seguro de justicia, convirtiéndose en arbitraria, interesada y generadora de enfrentamientos. Hemos visto estos días cómo el Supremo se ha pronunciado en contra de los indultos a los y las políticas independentistas del procés catalán. Una posición muy diferente a la que ha tenido en otros casos, como aquellas favorables a indultar al golpista Tejero, o a terroristas de Estado del GAL, o a un guardia civil cómplice de agresión sexual.

Asimismo, el Estado francés comparte con el español sus intentos de centralización y homogeneización hasta la extenuación, también con el apoyo de la judicatura que lo legitima. Ahora le ha tocado al euskera, vapuleado a un lado y al otro del Bidasoa. Nada de inmersión lingüística, nada de saber euskera para ser municipal... En nombre de una falsa igualdad fortalecen la primacía del francés y del español.

Por todo esto, precisamente, los partidos políticos nacionales vascos deben superar los enfrentamientos en las coyunturas. Eso sí, sin olvidar su objetivo final. Sin caer en la trampa de conformarse con la competencia de Prisiones, por poner un ejemplo, y abandonar su razón de ser, es decir, la consecución del Estado vasco en Europa.