n la Corte, el calcetín político está al revés. Las incongruencias se multiplican. Son las cosas propias del regate en corto. En un ambiente social con el ánimo encogido por la cima de víctimas del virus y la caótica ausencia de vacunas, una economía castigada por las cotas más altas de desempleo, y unas instituciones con demasiadas fisuras en su credibilidad, todavía hay espacio para la incoherencia y la perplejidad. Un partido como el PP con responsabilidades de Gobierno y, supuestamente, de Estado lleva al borde del precipicio el maná de los fondos europeos de su propio país para así debilitar supuestamente a la izquierda. Un partido como Vox, cuyo líder escupió varias veces contra la Unión Europea en su decepcionante moción de censura, quizá sin darse demasiada cuenta de su trascendencia, salva a Pedro Sánchez del ridículo en el Congreso. Una coalición como EH Bildu que hasta la disolución de ETA renegaba de toda relación con esa España opresora emerge ahora como escudo protector del PSOE en su momento de mayor apuro. Para pellizcarse.

Existen temores muy fundados de que el presidente del Gobierno de coalición quiere acaparar todo el control de las ayudas de la UE a la reconstrucción económica. Bien sabe él que dispone de una oportunidad irrepetible para consolidar su poder omnímodo y amarrar, de paso, oportunos vasallajes. No la dejará escapar. Las autonomías lo temen y los empresarios, también, aunque quienes se han interesado por la suerte financiera para encarrilar debidamente sus proyectos ya tienen la hoja de ruta con todas las indicaciones para seguir la senda más segura.

Pero el meollo de la cuestión era otro y estaba en Catalunya. Había bastado el cabreo electoral de ERC por el efecto Illa para que Sánchez sintiera rápidamente el aliento del desprestigio europeo que le acarrearía una sonora derrota. Se volvía en ese momento a la cruda realidad de una mayoría parlamentaria de pies de barro. Fue entonces cuando revolotearon las urgencias del voto insuficiente. Fue entonces cuando Carmen Calvo empezó a hacer concesiones para salvar los muebles entre los grupos minoritarios que le quisieron escuchar. Y, de repente, se encontró sin buscarlo con el patriotismo de Vox, que aprovechó su inesperado salvavidas al interés nacional para meter otro grifo de agua en el PP. Así, el histórico cobijo partidista que se le atribuye mayoritariamente a la patronal rechazaba un decreto ley para financiar la recuperación social y económica y, paradójicamente, su ausencia pasaba a ser ocupada por la ultraderecha y el independentismo. Para frotarse los ojos.

El 14-F desprende tensión. Unas elecciones que arrancaron su campaña la víspera de conocer la fecha de su celebración. Pura incoherencia. Llega una batalla más cruenta de lo que se creía antes del cambio de cartel del PSC y sobre un escenario más convulsionado que de costumbre. Aquellas encuestas de diciembre han quedado absolutamente desfasadas. Todos contra Illa. Pura agitación. Los soberanistas, porque ven peligrar su triunfo y abocarse a un gobierno menos deseable. Los constitucionalistas, porque debaten en el diván qué hacer si es posible tomarse la revancha de la mano de un socialista. En el medio, el factor desequilibrante de una pandemia cruenta que alimentará la abstención en un entorno social de confinamiento y contagio. Demasiados dilemas en un territorio atormentado y dividido por una creciente paralización económica y política. Y siempre le sobran ejemplos para explicar su judicialización permanente. Ocurre estos días con la anunciada puesta en libertad condicional de los condenados del procès, convertida ya en el juego permanente del gato y el ratón entre la Generalitat y los tribunales que distorsiona emocionalmente el debate.

Pero es en ese cesto catalán donde Sánchez ha puesto todos sus arrestos. No le ha temblado el pulso en plena crisis sanitaria y de palmaria inquietud ciudadana para cambiar de ministro de Sanidad en beneficio de las expectativas de voto de su candidato más idóneo. Una apuesta arriesgada de presente y futuro porque puede romper más de un puente con el republicanismo independentista, su aliado más determinante después de Unidas Podemos. El presidente juega con las encuestas en la mano, la única base ideológica de su catón estratégico. De momento le sonríen, pero aún sigue fresco el patinazo que ignoró la suerte de Arrimadas y de Puigdemont. Aún queda el pellizco del despropósito: el corrupto comisario Villarejo declarando en una sede democrática.