a indignidad, la falsedad, la intolerancia, la inmoralidad política; en eso están enzarzadas las dos bandas de la derecha extrema española. A ver quién la tiene más larga, más ofensiva, midiéndose en bravuconadas parlamentarias para sacarse a coces del espacio electoral la una a la otra. Además de calentar a su fanática hinchada, el verdadero propósito de la bufonada de Vox era arrinconar a la "derechita cobarde" retándole a avivar la escalada de la tensión que el propio PP avivó en su día para derribar al Gobierno por cualquier medio. La moción de censura de Vox ha sido un peldaño más en la escalada de la utraderecha filofascista para copar el espacio del voto nostálgico del franquismo sociológico, ese voto que venía pegado al PP como una lapa desde que se fundó Alianza Popular.

Como consecuencia de la pérdida del poder tras la moción de censura presentada por Pedro Sánchez y apoyada por la izquierda y los nacionalistas, el PP entró en una histérica estrategia de la tensión imponiendo la bronca por encima del debate y embarrando la dialéctica política. El nuevo líder del PP se estrenó sacando pecho como mayoral del que suponía rebaño derechista y se prodigó en insultos y chulerías contra el usurpador, ese Pedro Sánchez instalado en el poder -en SU poder- con el apoyo de los antipatrias. Pablo Casado y sus huestes, Cayetana como portaestandarte, inauguraron unas sesiones parlamentarias de bronca tumultuaria en la convicción de que arrastraría tras sí a Ciudadanos y a Vox, compadres en apaños varios, Andalucía, Murcia y, sobre todo, Madrid. Pero el Gobierno bipartito aguantó las tarascadas y pronto llegaron el desfonde de C's, y el desconcierto de Casado. Para Santiago Abascal, era el momento de cobrarse su peaje y demostrar a toda la derecha española quién la tenía más larga, quién representaba el máximo zurriago contra el Gobierno ilegitimo. Casado, chaval, te vas a enterar.

En la moción de censura del candidato (¿?) Santiago Abascal, como se esperaba, no importaba la verdad, ni se tenían en cuenta los hechos. Tiró de brocha gorda sin cortarse un pelo, derrochó chulería, odio, desatino y zafiedad, pidió todas las dimisiones habidas y por haber sin ahorrar insultos, teatralización y agresividad. De vez en cuando miraba a la bancada del PP para que fueran tomando nota de cómo hay que tratar a la antipatria. Vox es la derecha de siempre, la del 18 de Julio, la derecha casposa y sin remilgos que se cree capaz de tumbar a un Gobierno -indigno, usurpador, criminal- dejando a un lado los escrúpulos de la pandemia porque a él, al candidato, le da igual el coronavirus o la crisis sanitaria, social y económica.

Santiago Abascal fue al Congreso a hablar de su libro, para que aprenda a leer la derechita cobarde, para soltarle un zarpazo en su caladero de votos al verdadero perdedor de la moción de censura, Pablo Casado, indeciso hasta el último momento entre el no y la abstención para finalmente decidirse por la primera opción. Y ya que Abascal había intentado demostrar que la tenía más larga en odio, intolerancia y agresividad, ya que el nuevo Cid Campeador había gozado de horas de cámara y protagonismo, Casado no tuvo más consuelo que castigarle sin sumar un solo voto a su patochada. Casado no se privó de fustigar al candidato buscándose un refugio en el centro, disimulando su No en la abrumadora suma de Noes. Pero no apoyar la moción de Vox no supone renunciar al boicot permanente al Gobierno incluso ante la recepción de fondos europeos, al negacionismo de Ayuso y al conflicto político permanente para desestabilizarlo. Y en ese estercolero sí que Casado la tiene más larga. Abascal perdió la moción, pero en su demencia política ahora puede presumir de ser el único superviviente de la foto de Colón.