n política puede ocurrir que justo en el momento en que nuestro futuro se juega en un determinado nivel institucional, nuestra atención permanece fija en otro nivel en el que, quizá por inercia, nos sentimos más cómodos. Algo de eso nos ha podido pasar la semana pasada. La huelga en la enseñanza en Euskadi y el caso Kitchen en Madrid, siendo importantes, no son a mi juicio los acontecimientos más relevantes. El jueves la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, leyó su discurso sobre el estado de la Unión (conocido como Soteu, por sus iniciales en inglés). Era en Bruselas donde se estaban desentrañando algunas de las claves que tal vez vayan a marcar nuestros próximos cinco o diez años.

Las circunstancias del primer año del mandato de Von der Leyen han sido, más que difíciles, locas y caóticas. Aun así, la presidenta de la Comisión se ha presentado ante el Parlamento Europeo -y por tanto ante nosotros- con un plan europeísta ambicioso: "Tenemos la visión, tenemos el plan, tenemos la inversión. Ahora es el momento de ponernos manos a la obra".

Von der Leyen no salió a la palestra a echar balones fuera o a buscar culpables, sino a presentar programas concretos y objetivos ambiciosos. Los fondos del programa NextGenerationUE y el esfuerzo extraordinario de los mecanismos de Recuperación y Resiliencia eran ya conocidos, pero este discurso nos ha traído nuevas retos de una dimensión imposible de resumir aquí ni aun en forma telegráfica:

Una unión más fuerte en asuntos de salud. Medidas de emergencia económica para empresas, trabajadores y familias. Apoyo al diálogo social y coordinación de los criterios del salario mínimo. Apoyo decidido a la industria europea compatible con el objetivo atrevidísimo de subir los objetivos de reducción de emisiones de un 40% a un 55% para el 2030 y el objetivo de ser neutros en 2050 ("lo que es bueno para el clima es bueno para las empresas"). "Cambiar la forma en que tratamos la naturaleza, en que producimos y consumimos, vivimos y trabajamos, comemos y nos calentamos, viajamos y utilizamos el transporte" y dedicar el 37% de los fondos directamente a los objetivos del Pacto Verde Europeo. Hacer de la Unión el líder mundial en economía circular. Dedicar el 20% de los fondos a una década digital para Europa. La cooperación internacional inteligente ("el nacionalismo en la gestión de las vacunas pone vidas en peligro; la cooperación las salva"). La apuesta firme por la fuerza y el valor de la cooperación en los organismos internacionales "con unas Naciones Unidas fuertes", "con una Organización Mundial de la Salud fuerte", "con una Organización Mundial del Comercio fuerte que pueda garantizar una competencia leal para todos". Con una posición europea ante Rusia, China, los Estados Unidos y el Reino Unido más firme, con principios y con intereses, con estrategia económica. Una relación de alianza con África. Un nuevo Pacto sobre Migración ("la migración es un reto europeo, y toda Europa debe arrimar el hombro") "con enfoque humano y humanitario" asentado sobre principios y al tiempo con "un vínculo más estrecho entre asilo y retorno, con una línea divisoria clara entre los que tienen derecho a quedarse y los que no". Unos estándares internos más elevados de equidad y de respeto a la diversidad, sea racial o de orientación sexual. Menos tolerancia ante la intolerancia.

En fin, podría seguir enumerando, pero me alargaría mucho y temo haberle aburrido ya. Muchos se limitarán a criticar cada uno de estos puntos citados, convencidos como están de tener mejores soluciones a cada reto. Habrá otros que se centrarán en estudiar profundamente estos planes y buscar la forma de participar en ellos con ambición.

Ojalá en nuestro país haya más de los segundos que de los primeros.