n estos tiempos tristes y de incertidumbre también hay buenas noticias. Entre otras, el varapalo a la familia Franco, enriquecida por la dictadura de su abuelito, o la imputación del ministro franquista Martín Villa por los asesinatos en Iruñea y Gasteiz. Ayudan a pensar que los de siempre a veces no ganan y que, quizás, se puede lograr un mínimo de justicia (incluso en unos tiempos de gran desconfianza en la judicatura. Es verdad que por méritos propios).

La XII legislatura comienza con la mayoría del PNV, que ha pactado de manera muy generosa con el PSE. El debate parlamentario despejó las únicas dudas que se tenían; es decir, las pocas posibilidades de colaboración entre las fuerzas políticas parlamentarias. Por otro lado, frente a esa mayoría nos encontramos una oposición muy fragmentada entre nacionalistas vascos y nacionalistas españoles y con intereses muy distintos.

EH Bildu será la fuerza líder pero no se lo reconocerán el resto con argumentos tan viejos como aburridos; Podemos, profundamente debilitado, se quedará en el discurso de ustedes lo hacen, mal insistiendo en una alianza con EH Bildu y PSE; y el PP, en caída libre y sacando la cara a la extrema derecha, seguirá mostrando su delicada situación en todo el Estado sin dilucidar si colocarse en el fascismo o en la derecha civilizada.

En los discursos los aspectos sociales, sanitarios o educación fueron elementos arrojadizos contra el candidato Urkullu, pero, con COVID o sin él, son y serán siempre cuestiones principales. El virus simplemente nos ha acelerado necesidades ya sabidas ante una bajada notable del crecimiento económico antes de marzo y la necesidad continua de implantar mejoras. Por eso mismo, también, estos cuatro años que tenemos delante son un tiempo de oportunidad. Iñigo Urkullu conformará su gobierno, con unos retos, sin duda, enormes frente a una sociedad exigente (como debe ser) y cada vez más descreída y desencantada con la política.

Ojalá en esta nueva legislatura veamos pocas frivolidades y demagogias. Para ello es necesario apelar a la responsabilidad de los grupos parlamentarios, de tal manera que no pierdan el tiempo en debates estériles y respondan con valentía a lo que quiere mayoritariamente la ciudadanía. Está claro que quiere vivir mejor, con trabajos dignos y que permitan la superación personal y profesional, asegurar la salud y ser tratada con fundamento, tener un sistema educativo bueno y en euskera, etcétera, pero también aspira -así lo demuestran los votos y prácticamente el 70% de los escaños- a esa normalización política que acabe definitivamente con el descontento histórico por el expolio sistemático de los derechos del pueblo vasco.

La cuestión nacional va a jugar un papel importante para dentro de cuatro años. Quizás esté corriendo demasiado, pero, si no hay pasos firmes en ese sentido y dados los resultados electorales en julio de 2020, los 24.000 votos más logrados por Bildu harán que esa fuerza use de ariete esa cuestión para seguir aumentando su base social y electoral a costa del PNV.

En Gernika se concentrarán hoy emociones muy potentes: el deseo de que los y las gobernantes acierten y gobiernen en clave de país, así como las ansias y esperanzas de un pueblo que aún no ha conseguido el reconocimiento de lo que es; una nación que quiere -y puede- enfrentar el futuro para mejorar las condiciones de su ciudadanía (mal que les pese a quienes quieren homogeneizarnos con españoles y franceses, desapareciéndonos, y/o convertirnos en una cómoda autonomía para el negocio).

El protagonista será de nuevo Iñigo Urkullu. Zorionak lehendakari!