ejamos atrás el estado de alarma, pero debemos seguir alerta. Señalaba el lehendakari en su última intervención en la reunión de presidentes autonómicos que la lección aprendida es que no debemos ni podemos relajar ni rebajar la exigencia. A más movilidad y apertura, más prevención y autoprotección.

Cada día tenemos que buscar el equilibrio más eficiente entre dos realidades: las medidas sanitarias de prevención y atención a las personas, por un lado, y la recuperación de las actividades sociales y económicas por otra.

El inmediato futuro se dibuja complejo en lo social y en lo económico y por ello es más necesario y urgente que nunca concretar un marco financiero de certeza, de seguridad económica para invertir y reactivar el mercado interno.

La política, los grandes consensos son más necesarios hoy que nunca. Necesitamos hacer realidad el reto de una visión transformadora de la política y de un proyecto compartido. No han de ser palabras huecas, debemos pasar de la retórica discursiva a la acción: sin ese relato compartido, sin el esfuerzo común de agentes públicos y privados, no será posible acometer la ingente tarea que tenemos por delante.

El modelo social basado en la sociedad de consumo y el capitalismo global generará, si no se corrige y modula desde lo social, un efecto de creciente desigualdad. En lo económico y social, el reto tiene una doble componente: consolidar e incrementar en lo posible la riqueza social y a la vez reforzar y mejorar los mecanismos de su distribución.

¿Cómo lograr mantener o recuperar la confianza en las instituciones que sostienen el sistema en su dimensión sanitaria, asistencial, formativa? ¿Y cómo hacerlo en relación a la política y a quienes la ejercen? ¿Cuál ha de ser la vía para lograr reforzar, recuperar (o no perder, en su caso) la credibilidad y la confianza en todas ellas, especialmente aquellas instituciones o entidades públicas?

Reflexionaba con enorme acierto sobre todo ello Rafel Jiménez Asensio, al señalar que la pandemia ha cogido al mundo occidental "por sorpresa", tal vez con un exceso de confianza. Y, por lo que se refiere a nuestras instituciones públicas, en su peor momento. Una política dividida en dos bloques, con altos componentes de sectarismo. No hablan entre sí, simulan hablar. Es la política espectáculo, de la que buena parte de la población está absolutamente harta. Es un tiempo nuevo.

Los ciudadanos, cansados, enfadados y distanciados de la inercial, previsible y acartonada manera de hacer política tradicional, reclamamos esferas de actuación y de decisión nunca hasta ahora exigidas. Para evitar un péndulo que rompa el equilibrio entre representatividad, democracia y poder es necesario reformas profundas en el sistema político. Regenerar supone refundar proyectos, renovar liderazgos, escuchar de verdad a la ciudadanía.

Frente a este modo tan estéril como negativo de ejercer la labor de representación política cabría reivindicar que dejen de lado la confrontación permanente y ensanchen las vías de acuerdo. Eso sí que es trabajar sin recursos retóricos, sin la épica impostada de quienes están convirtiendo la política en farándula.

Nuestra fortaleza como sociedad civil radica en ser y actuar como un conjunto de personas unidas por un proyecto social. Si esperamos a que la mera inercia del sistema cambie la tendencia, si pretendemos replicar recetas hasta ahora utilizadas, si nos limitamos a buscar culpables a los que reprochar lo negativo, nunca superaremos las consecuencias de esta traumática crisis. La clave radica en poner el acento sincero en las personas, pensar en ellas como las verdaderas palancas del cambio. Esto garantizará el éxito de un cambio de época.