as elecciones presidenciales iraníes del 18 de junio han sido todo un compendio de la democracia de los ayatolás : ¡la voluntad del pueblo es lo que quieren ellos!

En la República Islámica no solo han fracasado en el intento de maridar teocracia y democracia, sino que han perdido hasta el pudor democrático. Porque de los 592 aspirantes a candidatos en estas elecciones, el Consejo de los Vigilantes -entidad que en principio defiende la pureza religiosa del sistema y en la realidad defiende la voluntad del dirigente máximo, el ayatolá Ali Khamenei- solo ha autorizado que se presenten siete, Y de estos siete, tres se retiraron anticipadamente, traspasando sus eventuales votantes al candidato predilecto de Khamenei, el actual ministro de Justicia, Ebrahim Raisi.

En Irán, todo el mundo da por sentado que los comicios los ganará de calle Raisi, hombre de confianza de Khamenei y del ala más radical de la política iraní. El único candidato que podría disputarle la presidencia es el catedrático de Economía de la Universidad de Teherán, Abdolnasser Hemmati, el hombre que logró evitar un colapso financiero del país cuando Occidente impuso sanciones económicas al Irán por su programa nuclear. El Consejo de los Vigilantes autorizó la candidatura del economista tanto por su prestigio como porque es un puro tecnócrata sin mayor respaldo político en los círculos del poder.

El gran e insoluble problema de los ayatolás es la pronosticada abstención masiva de los votantes. En un Estado tan controlador e intolerante como esta teocracia, la única protesta que aún podría hacer el pueblo es boicotear los comicios.

Y quizás sería lo mejor, porque no hay que olvidar que en las pasadas presidenciales (2017) -ganadas por Rohani- votó el 70% del electorado y más de 16.000.000 de iraníes lo hicieron a favor de Raisi, pese a su sanguinario historial en la política interior.