Los estudios sobre la desinformación tienen tres tipos de sujetos a analizar: los autores (quién produce los bulos), los intermediarios (cómo se difunden) y los receptores (por qué nos creemos los bulos), según apunta Ramón Salaverría. Otro de los estudios del proyecto, que todavía está en fase de revisión, se centra precisamente en estudiar ese último aspecto.

Hay una cierta percepción de que nos creemos los bulos porque confirman una serie de marcos mentales que tenemos o nos refuerzan en nuestras ideas”, manifiesta Salaverría, que explica que en este estudio los investigadores se han centrado en un determinado sesgo cognitivo, el de la sobreconfianza, que establece que las personas tienden a ser más confiadas de lo que deberían en determinados temas, y la desinformación es uno de ellos.

“Hay un perfil concreto asociado con la desinformación, al que hemos llamado la percepción de a mí nadie me engaña. Uno tiende a pensar que difícilmente va a ser engañado uno mismo, pero que los demás son fácilmente engañados”, afirma.La investigación trató de reunir a distintas personas con distintos perfiles y cuestionarles sobre la manera en la que reciben la información y su percepción sobre cómo les afecta la desinformación, con la conclusión de que la edad y el nivel educativo tienen un papel importante.

“Los jóvenes tienden a pensar que es algo que afecta sobre todo a los mayores, y viceversa. Por otro lado, cuanto más alto es el nivel educativo de las personas, tienden a pensar que son más inmunes a la desinformación”, explica Salaverria.