belgrado - Blanca, una joven madrileña, despacha vasos de katxi rebosando humeante porrusalda -crema de puerros, patatas y zanahoria- detrás de una improvisada barra: no es más que un tablero de madera, montado con un mantel de dibujitos sobre dos bidones de gasolina viejos, enclaustrada bajo el dintel de una puerta rota y una pared desquebrajada. Son las nueve de la noche del 4 de febrero de 2017 y por primera vez en meses, los casi 700 jóvenes que habitan de forma clandestina estos barracones abandonados de la estación de trenes de Belgrado, tienen una cena caliente gratis. Todo marcha bien.
La primera cena de la recién inaugurada No-name kitchen (la cocina sin nombre, en inglés) va camino de convertirse en todo un éxito. Los comensales desfilan en hileras de a uno, de forma ordenada y muy amables, recogen sus vasos en los que se lee “Gora Iruñea! Jai Herrikoen alde!” y como si fuesen las fiestas del casco viejo de Pamplona, Blanca y un joven que hace de traductor les explica que deberán conservar los vasos -que hacen las veces de plato- hasta el día siguiente, que los limpien, que no se preocupen que hay comida para todos y pueden repetir más de una vez. En los fogones están removiendo la sopa Rapo Bayón, un joven leonés de 32 años, y Xabier Alonso, cocinero de refugios de montaña, de Zizur Mayor de 42 años de edad. Les ayudan voluntarios venidos de casi todos los lugares, chicas madrileñas de la asociación Holes in the borders, algún que otro británico, un mozo portugués? La luz del generador que está iluminando esa noche lo han encendido Ramón y Carlos, bomberos de Navarra de la asociación Helpna. Y las dos cazuelas de acero inoxidable de más de 70 litros, cazos, espátulas y casi toda la cacharrería de la cocina se ha financiado gracias a la generosidad de los vecinos de Tolosaldea.
Aunque la cocina ha adquirido este cierto aire euskaldun (entre los vasos de fiestas donados desde Pamplona, así como un mapa del viejo de reino que cuelga en la pared entre cartulinas en lengua pastún, urdu y árabe), la idea inicial de la cocina es de Bruno Álvarez Contreras, un joven de Gijón de 30 años, y su amigo, el también asturiano Nacho Toyos. A ellos se debe todo este tinglado: estuvieron juntos hace meses colaborando como voluntarios en el puerto del Pireo, en Atenas. Allí conocieron diferentes iniciativas y decidieron viajar a Serbia.
“Nos hacía mucha ilusión poner en marcha un proyecto que tuviese continuidad. Sabíamos que aquí en Belgrado hacía falta la ayuda y solo tenían una comida al día por la mañanas y queríamos hacer algo por la noche, también crear un espacio y un ambiente donde toda esta gente recuperase un poco la dignidad, pudiese relajarse, tener luz, escuchar música, algo agradable”, explica Bruno hablando sobre cómo surgió la idea de la cocina. Antes ya habían ideado una liguilla de fútbol para refugiados en Grecia. Hace tan solo tres semanas subieron desde Grecia en furgoneta junto con varios amigos (él mismo, Nacho, Elena, Stephan y Rapo, el cocinero). “No teníamos ni el dinero ni el cómo empezar, pero al llegar aquí nos encontramos con gente con ganas y han ido surgiendo las oportunidades”, explica este joven que dejó su trabajo como azafato de vuelo para irse de voluntario a Grecia. Ahora la No-name kitchen es una realidad, desde ese primer día no han parado. El navarro Xabi Alonso, que ya colaboró en similares circunstancias con los guipuzcoanos de Zaporeak en la isla de griega de Chios, cuenta que sirven unas 400 raciones diarias, para unas 350 personas, con menús ricos: “Lo mismo que cenaría yo”, explica. Pasta con berenjenas, arroz caldoso, curry rojo con algo de carne o sopa con polenta. Un coste de no más de 100 euros sumando el gasto de luz, gas y agua. Sale a unos 30 céntimos de euros el comensal. “Esto sí que es un milagro posible al esfuerzo de muchas manos y muchos corazones de muchos sitios”, dice. - Daniel Burgui