donostia. Donostia es mundialmente conocida por el "marco incomparable" de su bahía, por los pintxos de su Parte Vieja, por la imponente figura del Kursaal junto a la playa de La Zurriola... Pero, tras estas escenas de postal, se esconde una ciudad invisible, menos agradecida, más complicada. La pobreza, la exclusión social, los sin techo suponen una realidad latente en la capital guipuzcoana y que Cáritas trata de mitigar. Lo intenta mediante diversos recursos sociales cuyos distintos responsables han relatado a NOTICIAS DE GIPUZKOA la situación actual, muy condicionada por una crisis que ha alterado el perfil del usuario: cada vez más población local, en muchos casos familias. Sus responsables han ejercido de fotógrafos para este diario, trasladando a la sociedad la instantánea de la otra Donostia, también de la otra Gipuzkoa. El colectivo trabaja de igual modo en contacto con parroquias de todo el territorio, desde las que se suelen destinar personas a los programas disponibles. Este periódico se ha acercado a cuatro de estos programas: Laguntza etxea, Hotzaldi, Zurekin bat y Lamorus de la mano de los integrantes de la asociación que trabajan en ellos.
la huella de la crisis "A Hotzaldi vamos a tener que cambiarle el nombre", bromea José Antonio Lizarralde, Pottoko. "Este servicio se creó para dar cabida a gente que no tenía dónde pasar las noches de invierno. Estaba disponible del 15 de noviembre al 31 de marzo pero, como consecuencia de la crisis, el perfil de los usuarios ha ido cambiando". Personas que tienen que superar una entrevista antes de ser aceptados. "Podríamos formar una cola e ir metiendo a la gente. Pero en una cola al final no entran los más necesitados, sino los más fuertes", explica Lizarralde.
Pottoko, responsable de Cáritas Gipuzkoa para las personas sin hogar, ahonda en ese "cambio de perfil" apuntado previamente. "En un principio venían personas deterioradas, de gran desarraigo social. Esto ha cambiado con la crisis. Ahora también se acerca, a este y a otros recursos, gente como nosotros, local, cuyo principal problema es la falta de techo. Son personas con arraigo, con familia, a las que la crisis ha afectado. Y claro, este nuevo perfil no es específico de los meses de invierno. Es más generalizado, menos estacional, y por eso hemos ampliado el servicio a todo el año", apunta Lizarralde, que pone un ejemplo significativo acerca de lo relatado. "Ahora hablo más euskera que nunca en el trabajo", dice en referencia a los usuarios locales. Respecto a los foráneos, existe también un perfil recurrente últimamente. "Es el de gente que utilizó los recursos en su día, remontó el vuelo, y como consecuencia de la crisis se ha visto obligada a volver".
El servicio de Hotzaldi se proporciona de 21.00 a 9.00 horas. A los usuarios se les sirve un caldo, y únicamente se les exige que se laven los pies. Aproximadamente un 70% son inmigrantes, porcentaje que va menguando a medida que avanza la crisis. Además, un 85% son hombres, y solo un 15% mujeres. "Ellas siempre han sido minoría en la calle. Pero cada vez hay más mujeres sin techo. Y, las que hay, cada vez están más deterioradas. Porque una mujer, para llegar a la calle, debe encontrarse en una situación muy precaria".
Dos educadores y dos voluntarios acompañan cada noche a los cerca de 40 usuarios habituales, actualmente la mitad, a la espera de un posible e inminente traslado mediante el que Cáritas Gipuzkoa aumentaría los servicios prestados. La demanda y la crisis obligan. Y es que las personas locales, con familia, sin trabajo, y sin un lugar donde pasar la noche, cada vez llaman con más fuerza a la puerta. En Cáritas han tomado nota. Les quieren poner más camas. Desayunos quizás. Y más voluntarios que les acompañen. Velan porque todo vaya bien, pero también ejercen de psicólogos. Escuchan a la gente, algo que siempre les agradecen.
"Extranjero de por vida" A apenas dos minutos del reloj de Ategorrieta, Laguntza etxea es un "centro especializado de Cáritas para atender a personas inmigrantes", explica Jon Sardón, trabajador social del colectivo y uno de los responsables del recurso. Este se abre únicamente por las mañanas (de 9.00 a 14.30 horas), y el de comedor puede considerarse su servicio estrella, aunque figura entre muchos otros. Desde clases de castellano hasta un departamento de abogacía disponible para los usuarios, pasando por el establecimiento del propio centro como domicilio de notificaciones para los inmigrantes. Es decir, la dirección en la que reciben la correspondencia.
Laguntza etxea es, en palabras de Sardón, "un cajón desastre con gente muy diferente". "Los hay que viven en la calle, que no tienen un trabajo, que viven en un piso pero no les llega nada más... El panorama es muy variado", explica respecto a los inmigrantes que utilizan el recurso, y cuya procedencia, en cambio, es más homogénea. "La mayoría viene del norte de África, de los países magrebíes", agrega Sardón, quien resume la razón de ser de Laguntza Etxea refiriéndose al centro como "un txoko donde sentirse a gusto".
A diario pasan por él más de cien inmigrantes. El cálculo es sencillo. "Unos 50 vienen al comedor. Otros 30 se acercan por el servicio de bocadillos que tenemos, destinado a aquellos que no tienen tiempo suficiente para quedarse. Y otros 30 vienen únicamente porque tienen clase, o cita con alguno de nosotros".
La demanda para utilizar el recurso es muy alta, tal y como agrega Sardón. "El teléfono no para de sonar. Recibimos unas 200 llamadas diarias, solicitando poder acogerse a nuestros servicios. Las personas que se ocupan de atender esas llamadas tienen mucho mérito, porque a mí me faltaría paciencia", bromea Sardón.
Cambiando de registro, explica cómo la crisis ha cambiado "de diez años a ahora" el perfil de los usuarios. "Antes eran en su mayoría recién llegados al Estado. Gente que no sabía el idioma, y que estaba un poco perdida. Ahora, en cambio, casi no viene gente nueva. Muchas veces son inmigrantes que llevan años aquí, que en su día consiguieron un trabajo y, de repente, se han vuelto a ver en la misma situación que cuando llegaron. Se quedan sin empleo, escuchan que las tasas de paro son menores en Euskadi, y vienen a probar suerte", indica Sardón, muy comprensivo ante tal tesitura. Y es que regresar al país de origen nunca es fácil para los inmigrantes, algo que este responsable de Cáritas explica con un ejemplo. "Recuerdo el caso de un argelino que me decía que él ya era extranjero de por vida. Comentaba que aquí siempre se le verá como un moro. Y que en su país siempre será el traidor que dejó su patria".
Objetivo: "Sentirse útil" Otro de los servicios que ofrece Cáritas a las personas sin recursos es el taller educativo-ocupacional Lamorus, al que el propio José Antonio Lizarralde se refiere como su "primer hijo". El chaval ya ha superado la mayoría de edad, cuenta con 20 años a sus espaldas, y mantiene su objetivo inicial. "Se trata de lograr el mayor tiempo posible sin consumo o sin recaídas" para estas personas sin hogar con antecedentes de ingesta de drogas, explica Pottoko. La meta es que estas personas, a través del trabajo, consigan recuperar su autoestima y continuar avanzando en la vida.
"Al final, el objetivo no es el trabajo en sí mismo. El trabajo solo es una herramienta para incidir en la responsabilidad, en la autoestima, en el sentirse útil", asevera Lizarralde, que relata en qué consisten las labores que se llevan a cabo en estos talleres. "Se fabrican pequeñas piezas de coche y también se plastifican revistas como Aranzazu o Alboan", circunstancias que suponen un valor añadido en la motivación de los trabajadores. "Para ellos es importante ver que lo que hacen es real. Al final, las ocupaciones más lúdicas, como por ejemplo las manualidades, las relacionan con la cárcel", de donde muchos proceden, explica Pottoko.
En el sistema de Lamorus hay establecidos distintos niveles de responsabilidad, ante los que existen diversas actitudes por parte de las personas sin hogar empleadas. "Las hay que cumplen simplemente con su trabajo. Y otras con más inquietudes cuya meta es ir haciendo camino", manifiesta Lizarralde, que reitera que el objetivo principal es, a través de una ocupación, alejar a estas personas del consumo. "Si un día toman algo, no van a trabajar. Y vuelta a empezar. El problema surge cuando esos periodos de consumo se prolongan, cosa que tratamos de evitar".
La experiencia de Pottoko le lleva a ser muy crítico con las políticas de consumo cero que se exigen en los distintos programas de reinserción existentes en el Estado. "Nosotros tenemos uno, Eutsi, que es el único en el que permitimos un consumo de alcohol controlado, y ante el que exigimos como contraprestación visitas periódicas al médico. El consumo cero supone la situación ideal, pero esto no es Alicia en el país de las maravillas. Cada persona es un mundo y no hay que exigirle siempre, de buenas a primeras, que suba un ochomil. Igual, en función de sus capacidades, hay que pedirle que suba solo un cuatromil"
Muchos de los recursos de Cáritas Gipuzkoa centran su actividad únicamente entre semana. "En los días laborables, la gente tiene más o menos una rutina establecida. Tanto los usuarios de nuestros recursos, como los propios responsables de Cáritas. Después, llega el fin de semana y todos nos refugiamos en otros círculos: la familia, lo amigos... Pero a una persona que no tiene red social, que está sola en la vida, estos días se le hacen eternos", explica Jon Odriozola, responsable de formación y voluntariado de Cáritas. Por eso crearon Zurekin Bat, un espacio que abre sus puertas los domingos por la tarde, cada quince días, para que las personas en situación de exclusión puedan abandonar su soledad. "A partir de las cinco comienza a llegar la gente y se lleva a cabo la acogida. Se juega al parchís, a las cartas, a distintos juegos de mesa, y se ven películas", relata Odriozola. La segunda parte de la jornada comienza hacia las siete, cuando se sirven café y pastas para dar inicio a un tiempo de charla y conversación. Y es que al momento lúdico de la tarde le siguen siempre instantes más íntimos, durante los que compartir experiencias y desahogarse explicando los problemas del día a día.