Otra vez Catalunya. Parecía olvidada. Hasta cronificada su causa soberanista. Reverdece sencillamente gracias a Sánchez. Nadie echaba en falta a Puigdemont. Muchos menos Illa y ERC, ambos proclives a la bilateralidad y al entendimiento. Ahora todos se sienten concernidos, enemistados, recelosos, temerosos de su suerte. El 12-M asemeja diabólico, cargado de incertidumbre, propenso a la onda expansiva de consecuencias disparatas en ambas terminales del puente aéreo. El tablero catalán imanta el interés generalizado. Incluso, sin esperar al 12-M. La gobernabilidad de Barcelona, ahora en entredicho, algo más que un espejo.

Solo un exceso desmedido de narcisismo lleva a un ser humano a acuñar el sello de una candidatura electoral con su nombre. El ilimitado egocentrismo de Carles Puigdemont así lo justifica para delite de sus enfervorecidos y adictos hooligans, que han recuperado la ilusión al lado de su mesías renacido. El caudillo de Junts ha volteado el ámbito político catalán y español cuando se creía abandonado para siempre a su ostracismo. Ahora es una estrella mediática. Un dirigente temido por su incuestionable capacidad de influencia. Nadie como él tiene en su mano, como mínimo, desestabilizar para mucho tiempo los gobiernos que se proponga. El elevado precio de sostener al PSOE en el poder. El desmedido coste de sufrir una derecha ultramontana, condenada al aislamiento mientras camine ciega.

Catalunya asegura emociones fuertes. Antes del veredicto que depare el 12-M, ahí queda el entremés de su capital. La bofetada al alcalde Collboni desde el enconado rencor de Colau y la fría venganza de Trias desbaratando los Presupuestos, primero, y rechazando la confianza debida, después, desnuda una debilidad socialista que reclama el parche urgente de un pacto. Sobran dedos de una mano para contar las alternativas reales. Por eso asoma descollante la opción de los republicanos independentistas. El resto de combinaciones son florituras improvisadas para una simple distracción. El entendimiento PSC-ERC representa todo un experimento con mensaje incorporado para el futuro y que llegaría a escasas semanas de las autonómicas catalanas. Un mensaje nítido para cercenar las aspiraciones de Puigdemont. Ese plan mermaría la ilusión de venir desde Waterloo para su investidura.

Hasta entonces, vía libre a una campaña descarnada. El duelo fratricida entre el dúo Junqueras-Aragonès y el colectivo del Vernet augura desgarros que deshilvanan cualquier pretensión de una futura coalición en la Generalitat. Sus mutuas descalificaciones que no parecen tener fin desinflan sobremanera las expectativas de aquellas interminables oleadas de manifestantes que aglutinó el procés en sus días de gloria. Posiblemente por culpa del desencanto durante el infructuoso camino recorrido. Al empeño contribuirá también la derecha una vez resuelto el pulso interno que el combativo Alejandro Fernández ha ganado a Feijóo simplemente por falta de tiempo para alargar el debate. El juego de tronos que encierra la regeneración del PP catalán aún no ha concluido, aunque tienen asegurado un crecimiento importante por la inanición de Ciudadanos. El fondo de la discusión supera al resultado en las urnas porque mira hacia delante.

La calma imposible

No hay espacio para la tregua en semejante estado de permanente crispación. Siempre hay un pretexto para la discordia. Los desencuentros se multiplican. Cuando ahí al lado, en Portugal, la izquierda y los conservadores se ponen de acuerdo para repartirse la presidencia del Parlamento del país, después de asumir una angosta diferencia en las urnas, la vergüenza debería asomar con más frecuencia en los pasillos del Congreso español. No se sienten aludidos, pensarán para airearse el bochorno. Mucho menos en esa pelea de gallos narrada minuto a minuto durante estos días en el seno del consejo de RTVE y que evidencia, sin esfuerzo, las rastreras consecuencias de esa política de bloques irreconciliables que domina el panorama cada vez que aflora la lucha por el poder y la influencia.

Para ajustes de cuentas, una vez reducida a cenizas la extensión territorial de Podemos, ahí queda el enésimo exterminio interno en Vox. Ahora le ha tocado la purga a la histórica Mazaly Aguilar, con el carné número 8 de los ultraderechistas y actual europarlamentaria. Se ha resistido a dejar a Abascal el control del dinero de su grupo en Bruselas y ya es sabido que para el clan dirigente de este partido la caja vale más que el ideario.