Ayer, en el Congreso, una comedia bufa. Un golpe bajo a la esencia parlamentaria y a la cortesía de sus formas. Un desprecio absoluto al mínimo entendimiento. El desprestigio de una investidura. El bochorno escénico de un espectáculo “machirulo”. Peor aún: el inquietante augurio de que se asiste al tormentoso arranque de una legislatura desgarradamente inoperante por la belicosidad partidaria y asaeteada por el fundado riesgo de una clamorosa inestabilidad. Las dos Españas despedazándose desde sus pertrechadas trincheras entre vítores, insultos, desprecios, mentiras, zascas ácidos y proclamas al viento para concluir en un resultado tediosamente conocido desde hace dos largos meses: Feijóo no será presidente del Gobierno. Y una coletilla: aunque Sánchez no diera la cara durante toda la intensa jornada, en una sorprendente determinación contaminada de desprecio hacia el rival y cobardía, Enrique Santiago despejó cualquier incógnita: habrá Gobierno progresista porque se concederá la amnistía que reclama Puigdemont.

Feijóo tenía tantas ganas de cantarle las cuarenta a Sánchez que trufó su discurso de candidato de un excesivo aire mitinero. Por eso dedicó sus primeros 31 minutos a ondear la amenaza de la amnistía, sobre todo, y la autodeterminación como paradigma del entreguismo del líder socialista al chantaje de Puigdemont. Una cesión que va a tomar cuerpo en octubre y a la que el candidato popular aseguró que se negó desde que se la propusieron por “lealtad a los votantes y por dignidad”, aunque sabía que le costaba la presidencia del Gobierno.

Cuando volvió a la senda propia de un candidato a la investidura, prometió diálogo y amainar el ruido político. Para ello, Feijóo se presentó como un “presidente de fiar” y aseguró que apuesta por un país sin dogmatismos, donde reine la igualdad y el entendimiento entre diferentes. El resto de los partidos no le creyó, afeándole sin desmayo que se haya echado en manos de Vox. Por ejemplo, la portavoz de Sumar, Marta Lois, que se había enganchado a una foto histórica durante la mitad de su intervención, dejó claro que el principal problema de Feijóo es que está solo en el arco parlamentario porque nadie le quiere mientras siga unido a la ultraderecha.

No obstante, parecía todo lo contrario en algunos momentos del cruce de intervenciones entre los líderes de estos partidos, sobre todo cuando el gallego mostró su respeto a las lenguas cooficiales. Fue un juego de florete. Finalmente, Abascal le conminó a Feijóo a una “colaboración sin remilgos y sin complejos”.

Para entonces, el futuro jefe de la oposición, consolidado por el fervor lógico de su bancada, había propuesto hasta seis pactos de Estado –institucional, regeneración democrática, recuperación económica, bienestar social, agua y territorial–, además de una sorprendente ley de Deslealtad Constitucional de difícil comprensión.

Y hasta que subió a la tribuna el dirigente comunista Enrique Santiago, dentro del reparto de minutos del conglomerado Sumar, nadie había mentado la bicha de la amnistía. Eran ya las 19.12 horas y las cartas se pusieron sobre la mesa. El líder del PCE, jurista, tiró de manual y justificó la medida de gracia aportando unos ejemplos pedagógicos que se irán repitiendo desde la izquierda antes y después de la investidura de Sánchez. Por tanto, no era el momento adecuado para que el provisional portavoz socialista, el discutido y polemista Óscar Puente, cuya aparición provocó los gritos de “cobarde, cobarde” dirigidos a Sánchez, pisara el charco. Lo suyo fue provocar hilaridad. Encendió todas las pasiones con su verbo ácido. Preservado Patxi López para que el PP no le echara en cara su apoyo para convertirlo en lehendakari, el PSOE rescató a quien había despedido en su día como portavoz de la Federal a las primeras de cambio. Bien sabían de sus dotes de mamporrero ideal para elevar los decibelios de la confrontación, enervar al enemigo con puyas incesantes y, sobre todo, rebajar su intervención a una disputa tabernaria nocturna, aunque fuera propagando infundios.

Avanzaba la tarde y asomaban las emociones. Rufián abría su turno en catalán sin que Feijóo se pusiera el pinganillo, aunque seguramente escuchó con claridad el aviso de ERC a Sánchez de que no se entendería “una amnistía sin referéndum”, dejando claro que repetirán otro 1-O. En esa soterrada pelea entre los dos partidos independentistas para demostrar quién tiene más músculo en esta fase de negociación, la portavoz de Junts, Miriam Nogueras, fue tan lejos que advirtió solemne: “esto no es un parche, sino un acuerdo histórico”. Órdago sin matices. Feijóo no se inmutó. Su plan catalán se reduce a aplicar la ley. Su fallida investidura no es casual.