Está el mundo plagado de leyes y normas absurdas, obsoletas o anacrónicas, que se mantienen a lo largo del tiempo por diversas causas, a veces inescrutables. Al parecer sigue vigente en Arizona la prohibición de que los burros puedan dormir en una bañera, en el Reino Unido la que impide que la gente entre en la Cámara de los Comunes ataviada con una armadura o en Nevada la de montar en camello en la carretera. Es la pereza la que impide normalmente su modificación o supresión, pero hay quienes las mantienen como reliquia de su historia e identidad colectiva. Total, en nada afectan a la vida de la ciudadanía.

Siguen vigentes otra serie de preceptos, sin embargo, a los que se debe hincar el diente porque resultan fastidiosos, amén de injustos; porque no tienen sentido en los tiempos en los que vivimos. Estando como estamos a las puertas de unas elecciones, nos referimos a las vedas establecidas durante las precampañas y las campañas. Cierto es que no llegó aquí la ley seca que se impone en algunos países durante las vísperas de la jornada electoral, pero parece absurdo insistir a estas alturas en proscripciones como la de pedir el voto fuera de la campaña o publicar encuestas durante los últimos días. O mantener ese absurdo día de vigilia política llamado pomposamente jornada de reflexión.

Lo cierto es que, en la era de Internet y las redes sociales, la realidad ha desbordado los motivos por los que se impusieron tales restricciones y han anulado su lógica, si alguna vez la tuvieron. Las encuestas siguen circulando, con el agravante de que su condición de semiclandestinas impide conocer su veracidad o falsedad. Las escenas que los partidos organizan para sus candidaturas durante la víspera electoral, por otra parte, no dejan de ser unos actos más de campaña revestidos de ternura. En definitiva, eso de poner puertas al campo nunca ha resultado de gran eficacia, tampoco en la política. Menos aún ahora que el campo es más campo que nunca.