No hacían falta alforjas para este corto viaje. Cuando todo parecía indicar que se iba, el presidente Pedro Sánchez ha dicho que se queda. Nadie, excepto él, sabrá si ha sido un berrinche, una estrategia o que las manifestaciones de los militantes socialistas y de sus propios compañeros han logrado convencer a un Pedro Sánchez tocado por el señalamiento a su mujer. Felicidad y alivio en el Partido Socialista; frustración y rabia en la oposición. Lo que me queda claro es que la polarización política no va a desaparecer del panorama político, mucho menos ahora en plena campaña electoral en Cataluña y más tarde con las elecciones europeas. Abróchense los cinturones.

Les confieso que estuve convencido de que Sánchez se iba a marcar una de Estanislao Figueras, aquel presidente de la I República Española que, ni corto ni perezoso, manifestó en 1874: “Señores, voy a serles franco, estoy hasta los cojones de todos nosotros”. Dimitió de su puesto, y tomó el primer tren a París, donde se autoexilió y se quedó a vivir una temporada. Afortunadamente, no ha sido así. Pero el hartazgo del presidente no ha venido solo de la oposición. Dentro de su entorno, Sánchez ha recibido muchas estocadas por parte de sus barones, de los líderes históricos del socialismo y de sus propios socios de ERC y Junts. Motivos para sentirse deprimido le han sobrado. Esto no justifica la patética gestión de su último silencio. Ahora ha emprendido lo que puede ser una huida hacia adelante.

La deslegitimación que hace la derecha cada vez que no gobierna es de sobra conocida. Pasó con Felipe González, pese a que ahora tenga la memoria floja. Aumentó con Zapatero, al que tachaban de “ocupa”. Aunque ya pocos se acuerden, pocos presidentes han sufrido un acoso tan cruel como el que sufrió José Luis Rodríguez Zapatero y su familia. Lo aguantó con verdadero estoicismo. Se ha vuelto a repetir con Sánchez, cuyo gobierno ha sido calificado de ilegal y no democrático. La sobreactuación del Partido Popular para frenar a Vox es clara. Se disputan las injurias, las calumnias y las descalificaciones.

No deja de sorprenderme que gente que califica el gobierno de Sánchez de dictadura, llame hijoputa al presidente en el caso de Ayuso, o criminal en el caso de Abascal, se vaya de rositas. Lo mismo que aquellos hooligans que en la pasada Nochevieja golpeaban un muñeco con la imagen del “sátrapa” Sánchez, en medio de un notable jolgorio ante el silencio del Partido Popular.

El papel de Manos Limpias, un pseudosindicato sin militantes liderado por un oscuro militante ultraderechista llamado Miguel Bernard, ha sido fundamental en el basurero de la política. Desde hace años viene presentando querellas contra todo lo que disgusta, que es mucho. En 2008, Manos Limpias denunció al expresidente del Parlamento Vasco, Juan Mari Atutxa, y a los integrantes de la Mesa de la Cámara Kontxi Bilbao y Gorka Knörr por negarse a inhabilitar al grupo parlamentario de la izquierda independentista, Sozialista Abertzaleak, tras la ilegalización de Batasuna. Fueron también los iniciadores de la guerra sucia contra Podemos casi desde su irrupción en 2014. El pseudosindicato denunció en el Tribunal Supremo que Pablo Iglesias, entonces eurodiputado, y otros miembros del partido blanqueaban dinero del chavismo. La mano, nada limpia, de Villarejo y su policía patriótica estaba detrás de las maquinaciones, luego lo filtraban a los medios digitales afines y Miguel Bernad remataba la jugada presentando una querella con los recortes de los periódicos. Más tarde el juez abría diligencias o no. Una jugada redonda pero escasamente democrática. Sin embargo, ha sido el “modus operandi” del Partido Popular cuando ha estado en la oposición.

El Partido Popular huele a rancio y a niñato bronquista de Serrano. Se ha convertido en el “malquerido” del panorama político español. Nadie quiere rozarse con él, los demás partidos le rehúyen, solo Vox acepta su compañía, y no siempre. Así, y excepto que se produzca un vuelco electoral muy notable, su futuro se presenta harto complicado. Lo saben y por eso acentúan sus estrategias demoledoras. Unas veces desde los medios, otras desde la judicatura y las más a través de Génova. Las palabras de ese patriota del dinero y de la bandera, José María Aznar, no han caído en saco roto: “El que pueda hacer algo que lo haga”. No sabíamos qué, pero ahora ya lo hemos entendido.

Sánchez ha prometido una regeneración política. Todo el mundo sabe cuáles son las dos prioridades a las que se refiere el presidente: El desbloqueo de la renovación del Consejo del Poder Judicial, cuyo plazo tope propuesto por la Comisión Europea se acaba de cumplir este pasado mes de abril, y frenar la manipulación desorbitada de algunos medios de comunicación, si se les puede considerar como tales. Es un fenómeno mundial que está menoscabando el papel de las democracias. No será tarea fácil, pero hay que limpiar el barro.

La regeneración es demasiado importante como para dejarla solo en manos de unos pocos. Es hora de que los ciudadanos recordemos a nuestros representantes que estamos tan hartos de sus trifulcas como lo estuvo el bueno de Estanislao Figueras. Y de lo que se trata es de no ignorar los problemas del país sino exponerlos a la luz pública, explicar y proponer soluciones. Y si puede ser educadamente, mejor. Igual es mucho pedir.