En un abarrotado mitin en Barakaldo, antes de ser agredido con un espray de gas pimienta, escuché a Imanol Pradales unas emocionadas palabras solicitando a la ciudadanía vasca “votar con orgullo, orgullo de la Euskadi del bienestar fruto del sacrificio de nuestros aitas y amas, del trabajo de las generaciones de nuestros y nuestras abuelas, llegadas a la Margen Izquierda y a otras comarcas de Euskadi desde Galicia, Castilla y León, Extremadura o Andalucía”.

También mi bisabuela Basilisa llegó a principios del siglo pasado a Muskiz desde Las Machorras en Espinosa de los Monteros, con un carro de telas y el sobrenombre de Pasiega. Después, mi abuelo Valentín fue secretario de la Agrupación Socialista de Somorrostro, y sufrió la represión del franquismo en la primera posguerra. En los años cincuenta, los hijos de Valentín, como ya había hecho antes nuestro aita en Galdames y Sodupe, se integrarían en el PNV y en la lucha contra la dictadura, cotizando a la resistencia de la mano de históricos gudaris y abertzales de la Zona Minera y Encartaciones como los hermanos Abad Gorostiza, Juanito Mendibil, Nieves, Setien, Orgaz, Santa Coloma…

Escuchando a Imanol Pradales, recordé con añoranza el trabajo de nuestros tíos Agustín y Txelito en la Babcock & Wilcox. Me acordé de la baquelita de nuestra infancia. Rememoré cómo nuestro padre, todavía novio de la nieta de Basilisa, se escondió en la casa de Sestao de sus tíos Tomás y Juanita. Evitaba así su detención, después de que Don Cirilo Ereño, el suegro de Retolaza, siempre atento e infiltrado en los juzgados de Bilbao, hubiera avisado a Genaro García de Andoain de las inminentes detenciones. Así que Genaro –años después asesinado por ETA en la liberación del empresario y gudari Lucio Aginagalde– se acercó al puesto de trabajo de aita en la Alhóndiga para urgirle a que se escondiera para evitar la caída de toda la organización juvenil del PNV en Encartaciones.

Con las palabras de Pradales, yo también sentí orgullo y confieso que se me escaparon unas lágrimas recordando el sacrificio de quienes nos precedieron.

Tengo que reconocer que al llegar a Barakaldo había tenido una conversación con un ertzaina comprometido muchos años en la lucha contra ETA, quien ante los apretados resultados de las encuestas y el posible triunfo electoral de EH Bildu, me espetaba preocupado con un “habrá que confiar en el voto del miedo; en que funcione la memoria del sufrimiento provocado por ETA y su violencia jaleada por la izquierda abertzale durante décadas, para evitar que un miembro de Sortu, la izquierda abertzale pura y dura, pueda llegar a ser lehendakari”.

Me sorprendió y me agradó que Pradales, un santurtziarra de Mamariga, también de orígenes migrantes, reclamara el voto por orgullo y no por miedo; que su discurso fuera constructivo, con un balance de lo realizado en todos estos años, haciendo una especial mención a los avances en Margen Izquierda y Zona Minera; y que también hablara en clave de futuro, repasando los retos a los que la nueva generación del PNV que encabeza tendrá que hacer frente. Enumeró en este apartado proyectos y medidas concretas de su programa, y dejó bien claro que no se trataban de “promesas, sino de compromisos”.

Después, la campaña se ha embarrado cuando Pello Otxandiano mostró su auténtica patita en la Cadena Ser, a la hora de definir a ETA como “organización armada”, para después ir matizando, con un pasito hacia adelante y otro hacia atrás, sus palabras en TeleBilbao, Radio Euskadi o en el debate del diario El Correo.

Con ingenuidad, hace ya meses aposté que el candidato de Sortu, cabeza de la candidatura de EH Bildu, iba a dar un golpe de efecto y se iba a desmarcar definitivamente de la trayectoria de ETA y de su sangriento sufrimiento.

Me resulta muy difícil entender por qué Otxandiano, desde sus gafas con visión de futuro, no ha reconocido que matar fue un error que ETA jamás debió cometer o, al menos, que, al acabar la dictadura, ETA debió también abandonar las armas.

No comprendo, desde su propio interés, que la izquierda abertzale se mantenga en ese bucle interminable, cuando un posicionamiento claro contra todos los terrorismos, incluido el de ETA, podría haber catapultado a su candidatura, sin suponer ni un solo abandono de sus fieles. Un buen amigo simplifica ese motivo con un gráfico: “Porque no se lo creen”. Mi respuesta es: “Porque, en realidad, siguen estando muy orgullosos de la lucha de ETA”.

Y es que hoy he vuelto a recordar una conversación en Zirardamendi con un grupo de dirigentes de la izquierda aber-tzale, después de que la entonces sailburu Beatriz Artolazabal asegurara que “Henri Parot no fue un gudari, sino un asesino condenado por sus delitos”. Minutos después, en aquel homenaje a los gudaris del 36, me soltaron con orgullo y arrogante desparpajo, ante una fosa de la guerra y la pequeña cruz del hayedo de San Miguel: “Que sepa esa consejera que nadie ha matado a más militares españoles de alta graduación que los miembros de ETA”.

Diferentes formas de entender el concepto de “orgullo”. En Radio Euskadi, Otxandiano ha asegurado que la izquierda abertzale quiere, a partir del 21 de abril, ser agente de reconciliación. Estos días han perdido una buena oportunidad para avanzar en la dirección correcta desde un posicionamiento ético, al margen de que una parte muy importante de la ciudadanía vasca haya dado ya por olvidada la página del terrorismo de ETA, y que su inamovible postura no les castigue electoralmente.

El domingo votaré con orgullo, sin miedo. Votaré PNV. Será un voto constructivo y afirmativo. Daré mi voto a la candidatura encabezada por Imanol Pradales, orgulloso del balance de estos años y con confianza en la gestión del PNV, con su Indar berria, de un futuro lleno de retos para preservar y mejorar la actual Euskadi del bienestar. Periodista