Stephen Williams triunfó en la Flecha Valona. Nadie pudo con su sprint final en el empinado muro de Huy, muy cerca de la cárcel fortaleza donde penaron tantos antifascistas belgas, presos de los nazis alemanes. Fue una jornada inclemente para los ciclistas, muy fría y lluviosa, que hizo desistir y abandonar a los candidatos que quedaban tras las ausencias, Pello Bilbao, Juan Ayuso, Hirschi, Pidcock, Skjelmose, que echaron pie a tierra abatidos por los elementos. Williams es un buen corredor, que a principios de este año venció en el Tour Down Under, en Australia. Sólo le pongo una objeción, que defiende los colores de Israel, mientras su bandera aplasta Palestina. El deporte es impermeable a las ideas o, dicho de otro modo, el dinero lo compra todo. Williams completó el doblete británico en las Ardenas, porque el pasado domingo Pidcock se llevó la Amstel, al otro lado de la frontera, muy cerca, con subidas duras como el Cauberg, aunque menos empinadas que en Bélgica. 

La que se prometía como una primavera de ciclismo excelso, con un enfrentamiento entre Van der Poel y Van Aert en las clásicas de adoquines, reproduciendo sus batallas sobre el barro del ciclocrós; y de Pogacar, Evenepoel, y Roglic, en las intensas y empinadas colinas valonas, ha estado caracterizada por las ausencias, obligadas por las caídas. Un trance repetido y decisivo en el ciclismo. Se quitó de en medio Van Aert, con fractura de clavícula tras irse al suelo en una carrera preparatoria en Flandes; y luego los afectados por la catastrófica caída en la curva maldita de la Itzulia: Evenepoel con la clavícula rota; Roglic, todo un cromo de magulladuras; y Vingegaard, el peor parado. Todo en un par de semanas dramáticas. Y sus ausencias han marcado estas carreras, depreciando, en cierta forma, los resultados. Porque lo importante no es sólo lo que se gana, sino cómo se gana y contra quién. 

Reconfortan las imágenes de estos últimos días, viendo a Vingegaard abandonando el hospital de Txagorritxu, a Evenepoel sin cabestrillo en el brazo, y a Roglic montando en bici. Ahora se especula sobre si serán capaces de recuperarse para el Tour, para llegar a la salida en Florencia en las mejores condiciones. Por suerte, sus heridas y lesiones han afectado sólo a la parte superior de sus cuerpos, clavículas, dedos, omóplatos, y a nada de su aparato locomotor. Eso facilita las cosas. Hemos conocido situaciones, tras graves caídas, con roturas de cadera, pelvis, fémur, en las que el ciclista, después de haberse recuperado del todo, no volvió a ser el mismo. Recordemos a Beloki y a Froome. Parece que en estos casos se compromete de alguna manera la biomecánica del pedaleo, que ya nunca se recupera al nivel de cómo estuvo antes de la reparación. No suele ser así en las roturas, habituales en el ciclismo, de clavícula. Quizá el que atesorará más interrogantes y dudas sea Vingegaard, por su neumotórax, su afectación respiratoria. El factor psicológico en el deporte de alto nivel es decisivo. Las sensaciones, la capacidad para sentir el dominio total de las fuerzas cuando llega la agonía; o, por el contrario, el sentirse presos de miedos que paralizan la entrega al cien por cien, son claves. Los miedos, que pueden propagar la desconfianza sobre la condición física, informando desde el cerebro que no es la óptima, que no se llega adonde se llegaba, porque se siente dentro algo distinto a como estaba antes, porque se tiene una percepción diferente de la respuesta del cuerpo ante el esfuerzo extremo. 

Recuerdo haber experimentado algo así, quizá lo conté alguna vez. Jugaba imprudentemente a las carreras con un compañero de equipo, cuando haciendo un sprint bajando el alto donostiarra de Miracruz hacia Errenteria me descuidé, pasé un semáforo en ámbar rojizo y me choqué de frente contra un coche que salía correctamente por un lateral. Mi pobre bici naranja quedó destrozada, la puerta del coche muy abollada, y yo, con fisura de esternón. Tras unos días de reposo, y con el beneplácito del médico, volví a entrenar y a correr. No me dolía nada pero nada funcionaba igual, sentía que me entraba menos aire a los pulmones. Lo que empezó como una sensación difusa, terminó siendo una obsesión que me hizo desfilar por un sinfín de médicos que decían que todo estaba bien. Pero ésa no era mi percepción. Me entregué a las medicinas alternativas, a los que se llamaban curanderos, y uno, muy famoso entonces, me recetó lo siguiente: debía dormir con el cuello rodeado por un fular de seda, o si no, con una capa de telarañas dentro de un pañuelo. Dudé, pero al final elegí la seda y mejoré muy rápido. Ahora creo que era un placebo, y que era mi psique la que, alterada por el accidente, no reconocía de nuevo a mi cuerpo. Bastó afectar a la psique para volver a ser el mismo. Espero que Vingegaard, bien opte por la seda o por las telarañas, sienta que sus pulmones captan el mismo oxígeno, y vuelva a ser el de siempre; y lo mismo Roglic y Evenepoel. Que la psique, los miedos, el fantasma que todos llevamos dentro, no los atenacen. Porque así veremos un Tour espectacular; y, si no es así, otra carrera dictada por las ausencias.