Con sus trescientos cincuenta millones de habitantes, grandes recursos naturales y una riqueza nacional superior a la del resto del mundo, Estados Unidos tiene una gran capacidad de producir prácticamente casi todo. Sin embargo, desde hace ya algún tiempo la importación genera mucho más que la fabricación nacional, y no solo por lo que se refiere a productos industriales, sino también a la misma población que reside en el país.

Porque desde hace ya décadas, el crecimiento de población en Estados Unidos es nulo, o más bien negativo. En un país que, desde que llegaron los primeros colonos, ha ido escaso de mano de obra, la única solución para atender las necesidades laborales es importar trabajadores, ya sea a la fuerza como se hacía en el siglo XVII con los cargamentos de esclavos, o con una inmigración masiva como la que se vivió en los siglos XIX y XX, en los que llegaron al país nada menos que 20 millones de inmigrantes en tan solo 34 años (1880 a 1914), lo que representó 600.000 llegadas anuales o casi el 1% anual de la población.

Comparado con las cifras actuales, en las que probablemente se han asentado en el país cerca de 2,5 millones de personas en menos de tres años, la inmigración de un siglo largo atrás quizá no parezca muy grande, pero Estados Unidos tenía entonces la cuarta parte de la población actual, es decir, tan solo 75 millones, lo que representa un incremento de una cuarta parte en el número de habitantes. Sería como ganar a día de hoy más de dos millones de habitantes adicionales cada año. 

La gran mayoría de estos recién llegados están ilegalmente en Estados Unidos pero ya no se les puede llamar “ilegales” para no herir sensibilidades y son hoy “indocumentados”, un auténtico ejército que realiza las funciones que los ciudadanos no desean atender, ya sea en fabricación de alimentos, trabajos de limpieza, construcción, o cuidado del campo. 

"Hay una serie de estudios en cuanto a la influencia económica de la inmigración que, legal o ilegal, parece ser un importante estímulo para EEUU"

Probablemente que su número corresponde a un teórico déficit de mano de obra, que Estados Unidos podría en buena parte cubrir por su cuenta… si las familias quisieran tener más hijos.

Porque las cifras nacionales de aborto son incluso superiores a las de inmigración: en el año pasado, hubo en el país más de un millón de abortos, algo que se puede hacer aquí legalmente y con suficiente atención médica, por ruidoso que sea el debate al respecto.

Hay una serie de estudios en cuanto a la influencia económica de la inmigración que, legal o ilegal, parece ser un importante estímulo: una serie de estudios acerca de los efectos de la gran ola migratoria de hace más de un siglo, muestran una mejora del nivel de vida mayor que en las zonas con poca inmigración.

El hecho es que aquí, a diferencia de otros países industrializados, en vez de desempleo hay falta de trabajadores y la inmigración probablemente seguiría a niveles semejantes incluso si la población aumentara con los nacimientos evitados por los abortos: las familias con hijos necesitarían más servicios y más artículos para su aumento de población, que tardaría muchos años en entrar en el mercado de trabajo.

Lo que tal vez cambiaría en una pequeña medida es el perfil de la población, que es cada vez proporcionalmente menos blanca debido a la llegada de inmigrantes de otras razas que, además de ser muchos, también tienen más hijos que los norteamericanos. Es una tendencia que tiende a cambiar a medida que estos recién llegados se adaptan y siguen el modelo de vida norteamericano de familias pequeñas.

Sin embargo, este proceso es muy lento y el perfil de la población estadounidense va cambiando, hasta el punto de que hoy en día la población blanca ronda el 65% del país, mientras que la de la raza negra representan el 14% y los ciudadanos de origen hispanoamericano alcanzan el 19%. Estos últimos tienen además una tendencia a aumentar su porcentaje, debido a su fertilidad y altos niveles de inmigración.

Pero en realidad, el intenso debate político en torno al aborto, que tiene consecuencias importantes en las elecciones de todos los estados del país, no se centra en las necesidades económicas de Estados Unidos sino en los deseos de las familias o de la embarazadas y, aquí como en tantos otros países desarrollados hay escaso deseo de prohibir la interrupción del embarazo. 

Quienes tratan de hacerlo, son generalmente conservadores republicanos que más bien perjudican las posibilidades electorales del partido. El propio expresidente Donald Trump trata de evitar un debate en torno a esta cuestión y baila en la cuerda floja de atender a la vez a sus fieles seguidores moralistas y a las ideas más populares en el país.