Coronada la pose de mantis religiosa, su ergonomía de devoto rezando con la bandera de Italia impresa en el casco, la piel también de la Tricolor, Filippo Ganna es un avión supersónico que disocia el asfalto y el cielo. Es posible que vuele Top Ganna con la turbina de sus piernas de Gigante de Verbania produciendo vatios. Es una fábrica.

La energía del italiano, recordman de la hora, el hombre capaz de coleccionar 56,7 kilómetros en el anillo del velódromo, es una bestia que mastica el asfalto entre Foligno y Perugia en una crono de 40 kilómetros que sube al final para encontrarse con una pared tras recorrer la llanura.

Ganna es un coloso feliz en el examen del reloj. Para lo que en los otros es tortura, en el italiano es un encuentro con el placer. Un éxtasis. El poderoso Ganna fijó un registro sobre las piedras de Peruggia: 52:01.

Implacable Pogacar

Entonces asomó, supersónico, Tadej Pogacar, el todopoderoso. Borró la huella de Ganna. Era un registro caduco. Pasado. Pretérito. Él viene del futuro. El esloveno laminó esa marca. Colocó la suya para los incunables. La historia le pertenece. Paró el crono en 51:44. El único en establecer una media por encima de los 47 kilómetros tras un ejercicio superlativo. Pogacar vive en otra dimensión.

Contenido en los dos primeros tercios –alegre ma non troppo–, antes de desatarse en la resolución, en la subida que le eleva a categoría de criatura mitológica. Ser alado. El muchacho del mechón revoltoso es un competidor implacable y voraz. Un asesino con cara de niño. Ángel exterminador. Inmisericorde.

Caníbal. En la empalizada final devoró a Ganna, nostálgico, triste. Escupió su registro. Descomunal la ascensión del esloveno. Ganna es un avión, pero Pogacar es un cohete que se dirige a la luna rosa del Giro.

Después de su exhibición, otro capítulo para su antología de hiperbólicos logros, arrancó la intriga el esloveno, que bajó en 17 segundos la marca del italiano. Un asunto menor para Pogacar, que sentencia la carrera salvo sucesos extraordinarios. Daniel Martínez entregó 1:49. Tiene un retraso 2:36 en la general.

Geraint Thomas, desplomado en el tramo que peleaba con la ley de la gravedad, concedió 2:00. 2:46 en el total. El galés padeció el síndrome del Monte Lussari. Pogacar es de otro mundo. No pertenece al de los humanos, guiñapos en su manos. El Giro será lo que él quiera que sea. O’Connor pierde 3:33 y Plapp 3:42. Todavía no ha pasado una semana del inicio de la Corsa rosa, que es un fundido a negro para los rivales del esloveno. La vie en rose es la suya.

Lejos de la pose de Ganna, más juguetón que devoto, Pogacar, los cascos inalámbricos ayudándole a aislarse sobre el rodillo, las gafas de marco rosa, la pantalla dorada, toqueteaba el móvil esperando su turno. Era el último en salir. El primero en el reino de los cielos. Voló Pogacar alto. A la estratosfera.

El estímulo de las derrotas

El esloveno de rosa por arriba y de ciclamino el culote, se mostraba despreocupado, con ese deje de carisma y seguridad en sí mismo. Nada de imposturas. Después de las derrotas en el reloj del Tour ante Vingegaard, el invierno sirvió al esloveno para mejorar en las cronos.

Los campeones siempre están dispuestos a aprender y mejorar. Por eso, cuando recuperó el resuello de un esfuerzo tremendo, jadeante como pocas veces, la rabia y la felicidad emulsionaron en su cuerpo. Las horas y los kilómetros hincando los codos en largas sesiones le premiaron. Ni los genios pueden alimentarse solo de musas e inspiración.

De menos a más

A medida que creció la crono, que se apelmazó el recorrido, Pogacar se despegó de Thomas, muy cerca del esloveno al comienzo, vapuleado al final, y Daniel Martínez, siempre alejado. En la subida, Pogacar afinó la mirada felina, de depredador, para voltear a Ganna, que intuyó la caída al desánimo.

Sacó la lijadora en las rampas. Una detonación. Dos muelles por piernas. La ambición vibrante en cada poro de piel. Desatado. Le dejó en los huesos. Recuperó 1:04 en ese tramo. Lanzado hacia la conquista del Giro.

Después de homenajear a Pantani en el Santuario di Oropa y antes de acudir a la montaña, en Perugia puso en marcha la cuenta atrás para la celebración de Roma. Pogacar viaja en el tiempo para destrozar el Giro. 

Tadej Pogacar: "Sabía que la subida me convenía"


“Sabía que la subida me convenía, sin duda mucho más que a los rivales. Esa fue mi ventaja en la escalada, sobre todo porque era bastante empinada”, explicó Tadej Pogacar después de fortalecer su liderato en el Giro. “Me sentí bien. Después del Campeonato del Mundo del año pasado, volvía a ser mi primera carrera con la bici de contrarreloj. Ha sido mucha la preparación para esta prueba y muchos altibajos desde el año pasado en la crono, así que estoy muy feliz de que me sentí bien”, argumentó Pogacar, que se catapultó en la subida final. “Empecé con un ritmo más cómodo, tuve que acostumbrarme a la bicicleta de contrarreloj. Luego rodé hasta la subida y allí lo di todo hasta meta. Estoy súper feliz”, cerró.