En la carrera hacia las elecciones autonómicas, EH Bildu ha tratado de adormecer la campaña manteniendo un ritmo sostenido, sin sprints que valgan, de cara a lograr su objetivo de ser primera fuerza en Euskadi y llegar incluso a gobernar. Después de trastabillarse en la valla de su postura respecto al papel desempeñado mientras ETA estaba en activo, la coalición abertzale optó por lanzarse en plancha hacia la línea de meta para ganar los comicios aunque solo fuera por una nariz. De este modo, en el cierre de campaña dio por hecho el “cambio” en Euskadi al menos a nivel sociológico, a la espera de confirmarse en las urnas, y amagó incluso con sacar la gabarra a pasear. El resultado cosechado ha sido el mejor de su historia, ha superado los 300.000 votos como vaticinó -obtuvo 341.735, casi 100.000 más-, ha ganado seis parlamentarios, ha resultado primera fuerza en dos territorios, Araba y Gipuzkoa... Pero el sorpasso al PNV no ha sido tal dada la demostración de resistencia llevada a cabo por este partido, que pocos esperaban. Los jeltzales siguen siendo la primera fuerza en votos, tres puntos porcentuales por encima de EH Bildu, y empatan a 27 asientos con la coalición en su particular duelo a dos.
Otra de las incógnitas de una noche electoral trepidante, si PNV y PSE iban a poder mantener la mayoría absoluta, se decantó también de su lado al sumar 39 parlamentarios, uno más de lo requerido, gracias a la mejoría que experimentan los socialistas y que ya anticipaba su secretario general, Eneko Andueza, al pasar de 10 a 12 representantes en el Parlamento Vasco.
Si el sabor con el que EH Bildu enfiló la madrugada fue amargo se debió sobre todo a las elevadas expectativas que había asumido y exteriorizado. Si hace unos meses afirmaba que lo importante era consolidar el “cambio de ciclo” y decía no tener prisa en ganar, en la última semana insistió en que el cambio era “ahora”, mientras el PNV alertaba a los abstencionistas de la necesidad de votar ante el riesgo de una victoria y un gobierno de EH Bildu.
El partido de Arnaldo Otegi daba su victoria por supuesta merced a sus resultados crecientes en las últimas citas electorales, y a unas encuestas favorables que se realizaron, no obstante, con una campaña todavía adormecida por la Semana Santa, la celebración de la Copa del Athletic y el fallecimiento del lehendakari José Antonio Ardanza.
En campaña, Bildu ha modulado su mensaje poniendo más énfasis en un mayor autogobierno y menos en la independencia, cuando todos los estudios sociológicos reflejan que no se encuentra entre las principales preocupaciones de la sociedad vasca. Ha dado la impresión de que confiaba más en los deméritos del resto que en sus propias cualidades, dejándose llevar por una corriente que le era favorable. Al final, los llamamientos de sus dirigentes al voto útil acabaron fagocitando a la llamada izquierda confederal, absorbiendo el respaldo con el que contaban Podemos Euskadi y Sumar. Pero ello no resultó suficiente para lograr su particular asalto a los cielos.
El PNV ha salido muy indemne del desgaste de gobernar durante una pandemia, una crisis económica sostenida y conflictos bélicos crecientes, y la posibilidad de reeditar el gobierno de coalición con el PSE supone un espaldarazo a sus políticas y, de paso, un jarro de agua fría a una EH Bildu que consideraba que, esta vez sí, era el momento de lograr la primera posición en unas autonómicas. Hasta ahora, nunca había aspirado a ganar y su mejor resultado fue en 2012, justo tras el final de ETA, cuando quedó segunda tras el PNV, a 6 parlamentarios (27 frente a 21) y 10 puntos (34% y 24%).
Más allá del fragor de los mítines de campaña, la realidad es que la ciudadanía vasca expresaba en los sondeos una sensación de bienestar general que se contraponía al clima de contestación en una comunidad que destaca en el Estado como la que mayores huelgas acoge a lo largo del año. El veredicto de las urnas ha parecido poner, no obstante, las cosas en su sitio.
Uno de los principales referentes de EH Bildu, el Sinn Fein, que de hecho participó en su cierre de campaña en Bilbao, llegó al poder 26 años después de los acuerdos de Viernes Santo, una digestión lenta que ahora debe asumir la coalición abertzale por la vía de los hechos. A este desfondamiento de las expectativas ha contribuido el hecho que marcó la recta final de la campaña, la negativa de Pello Otxandiano a calificar de “terrorista” a ETA. Ello provocó más revuelo a nivel estatal que en Euskadi, pero ha podido activar a los indecisos, que suponían un pico muy elevado del censo, de en torno al 30%.
Igualado con el PNV
En su intervención en la noche electoral, el coordinador general de EH Bildu, Arnaldo Otegi, realizó un balance “a nivel nacional”, contando “los siete territorios”. Ello supone, según él, que “la izquierda soberanista ha sobrepasado los 400.000 votos en el conjunto de Euskal Herria”, lo que la sitúa como “primera fuerza política” en ese contexto. Instó por ello a ponerse “al tajo” de cara a las elecciones europeas del 9 de junio.
Entre gritos de “independentzia” y “jo ta ke, irabazi arte”, el candidato a lehendakari, Pello Otxandiano, calificó el resultado de “espectacular”, y destacó ser “primera fuerza en Eibar, Zumarraga y Urretxu”, así como “el salto cualitativo en Ezkerraldea”. Concluyó que “hay un nuevo mapa político en estos tres territorios”, en los que “ya no hay una fuerza política que vertebra los tres territorios, hoy dos”. Resaltó que, de los diez escaños que le sacaba el PNV, ahora están igualados. Con “el Parlamento más soberanista de la historia”, llamó por último a “avanzar en mayores cotas de soberanía y en políticas mas igualitarias”.