- Unos llevan la fama y otros cardan la lana. Siempre se ha dicho, y con razón, que la izquierda es cainita y que la emprende a navajazos entre las diferentes facciones a las primeras de cambio. Ocurre que los del otro lado de la línea imaginaria tampoco son mancos -no tengo tiempo ni ganas de buscar una expresión políticamente correcta- a la hora de darle con denuedo a la reyerta intestina. Y como prueba, el glorioso espectáculo que nos está ofreciendo el PP de unas semanas a esta parte. En la cancha de barro se ven las caras nada menos que el presidente nacional, Pablo el de los másteres de pega, y la emperatriz de la Puerta del Sol, Isabel del gran poder. A primera vista, la diferencia entre ambos es que el palentino todavía no ha empatado un partido en las urnas, mientras que la motejada con desprecio como IDA -tonta, tonta; mierda, mierda- arrasó en las últimas elecciones de la Comunidad de Madrid.

- Como apuntaría el desaparecido Jesús Hermida, se dice, se cuenta y se rumorea que, de hecho, ese éxito arrollador es lo que ha convertido a Díaz Ayuso en la peor pesadilla del mindundi Casado. Como el perfecto mediocre que es, no puede soportar la cercanía de quien, siquiera por comparación, deja en evidencia su oceánica escasez de cualidades para comerse un colín en la política. Su gran temor, que puede estar incluso justificado, es que le birle la merienda la que, cuando él mismo la puso de candidata en Madrid la primera vez, estaba considerada una pobre diabla destinada a tragarse el marrón de lo que se presumía una derrota inevitable. Por esas carambolas de la vida y de la política, Ayuso retuvo la presidencia y, de propina, hace seis meses aprovechó la cantada murciana del PSOE para convocar elecciones y ganarlas de calle, convertida ya en un icono de la diestra.

- Esa victoria fue la primera gran alegría en Génova después de años de encadenar trompazos. Si los partidos no se rigieran por el fulanismo más pedestre, el PP habría hecho de Madrid la punta de lanza para la reconquista de La Moncloa. Pero, como se anotaba arriba, a Casado le entró el canguelo y, aconsejado por los que la vengativa exlideresa Esperanza Aguirre ha bautizado como chiquilicuatres, ha emprendido la torpe e innecesaria cacería de Ayuso. Por si faltaba alguna muestra suplementaria de ausencia de talento, utiliza como ariete a Martínez Almeida, uno de los llamados a medrar en el partido. Todo esto, conste, es divertida descripción de hechos. Mi mayor deseo es que sigan por ese camino.