El automóvil negro redujo la velocidad a la entrada del pueblo. El sol comenzaba a pelearse con las brumas vespertinas, pero a esa hora temprana pululaba una actividad fuera de lo común con camiones que transportaban tropas alemanas y personal técnico trajinando de un lado a otro. Cerca de la estación del ferrocarril de Biurrun-Campanas asomaba una batería antiaérea, custodiada por una dotación de cuatro o cinco jóvenes enfundados en uniformes de la Wehrmacht. La escena era seguida por una atenta caterva de parroquianos que cuchicheaban detrás de una valla de acceso restringido, hasta que al automóvil negro se detuvo frente a ellos.

Cuando el cristal de la ventanilla descendió, éstos vieron aparecer un rostro envejecido de ojos achinados y bigote canoso. El hombre, en un castellano con acento porteño, silabeó:

- Este... ¿sabrían ustedes decirnos dónde se rueda una película por acá?

La partida de lugareños respondió casi al unísono:

- Allí... Junto a la estación.

- Gracias, caballeros- galanteó el forastero con una leve inclinación de cabeza.

El inquisitivo visitante del automóvil negro era Adolf Galland, uno de los ases de la Legión Cóndor durante la guerra española y de la Luftwaffe en la contienda mundial. A su lado viajaba otra reliquia de aquellos ecos pretéritos, el general Theo Osterkhamp. El frontis de la estación del ferrocarril navarra lucía un cartel que decía Nielles-Les-Calais, un pueblecito francés junto al Canal de la Mancha, al menos en el ficticio decorado del cine. En el mundo real era la estación de Biurrun-Campanas, transfigurada en set cinematográfico. Se estaba rodando una secuencia de La batalla de Inglaterra, película británica filmada a caballo entre Londres, Sevilla, Donostia, Hondarribia, Zarautz y Campanas. Corría el psicodélico año 1968.

No tardó Guy Hamilton, director del filme, en acercarse al vehículo para saludar a Galland y a Osterkhamp, protagonistas reales de aquella pesadilla que en 1940 angustió a Winston Churchill y que ahora, en la vida civil, visitaban el rodaje como asesores en la materia. Algunos actores aprovecharon para conocer a la singular pareja. Entre otros, Wilfred von Aaken que hacía el papel del propio Osterkhamp. El actor, quizá en un gesto de respeto, se cuadró ante el general, en tanto que éste, con sonrisa furtiva, miraba la Cruz de Hierro que pendía de su alzacuello, y que tres décadas antes él ostentó en su uniforme, el de verdad.

Siguiendo la estela del género bélico de época, la película contaba con una pléyade de figuras del celuloide: Laurence Olivier, Michael Caine, Trevor Howard, Robert Shaw, Edward Fox... En Navarra se rodó una escena breve pero esencial en la trama argumental, la llegada del mariscal Hermann Göring a la estación de Nielles-Les-Calais para leerles la cartilla a los responsables de la derrota alamana en el Canal de la Mancha. Los angustiados militares que aguardaban la llegada del tren, al igual que Gary Cooper en Sólo ante el peligro, eran los generales Albert Kesselring -Peter Hager- y Theo Osterkhamp (Von Aaken). Por su lado, Hein Raiss daba vida al airado Göring, patrón de la Luftwaffe. La historia dice que esa monumental bronca tuvo lugar un 31 de octubre de 1940. El mariscal se apeó del vagón, sermoneó a sus dos cohibidos subordinados y regresó a Berlín en el Asia, su tren privado.

El sortilegio del cine hizo que el encuentro tuviera lugar en Biurrun-Campanas en otoño del 68. Tras los saludos protocolarios, Guy Hamilton quiso volver al rodaje para aprovechar la macilenta luz de esa mañana, parecida al brumoso despuntar sobre las costas del Canal. Había que filmar la visita de Göring al Frente Occidental, de modo que allí estaban Kesselring y Osterkhamp -Hager y Von Aaken- junto a otros mandos de la Luftwaffe en un andén a las faldas de la Sierra de Alaiz. La secuencia se repitió seis veces, con el convoy entrando y saliendo del plano, hasta que Hamilton logró la toma que deseaba. Fue entonces cuando su operador jefe, Freddie Young, detuvo el rodaje. Era la hora del almuerzo.

Las sobremesas de cine suelen desembocar en chácharas inagotables, pero los auténticos protagonistas de esa velada eran Galland y Osterkhamp. Metidos de lleno en los cafés, el tabaco y los licores, después de averiguar por qué la Luftwaffe perdió la batalla de Inglaterra y cómo Adolf Galland logró huir de Alemania para resurgir en la Argentina de Perón, Guy Hamilton alzó su copa y pidió silencio. Quería anunciar la próxima escala del rodaje: Donostia.

Durante los siguientes días la farándula del cine se desplazó a Donostia, convertida en Berlín asediado por los bombardeos de la RAF. Para realizar el simulacro de los ataques nocturnos, el Ayuntamiento donostiarra autorizó unos veinte apagones de dos minutos a intervalos de media hora, durante los cuales la ciudad quedó totalmente a oscuras a excepción de los hospitales y centros públicos. De seguido, Hondarribia -que también ha sido célebre por el rodaje de la película Papillon (1973), con Dustin Hoffman y Steve McQueen- y Zarautz adoptaron la estética de la muralla atlántica defendida por guarniciones antiaéreas de la Wehrmacht, del mismo modo que días antes la playa de Punta Umbría simuló ser la costa de Dunkerque, y los cielos de Sevilla el escenario de encarnizados combates entre Spitfire -prestados por la RAF- y Messerschitt Bf-109 -aviones españoles HA-1112 customizados como los Bf-109 alemanes-.

Los bajos salarios a la hora de contratar personal auxiliar, la riqueza paisajística y monumental y la colaboración del Ejército, que era el único en Europa que conservaba parte del arsenal original de la Guerra Civil y la Guerra Mundial aunque no participara de esta, convirtieron a la geografía ibérica en un perfecto escenario donde situar la acción de casi cualquier batalla, sin efectos especiales ni tecnología digital, con auténticos restos de serie en vehículos, armas y uniformes, además de un ingente número de tropas, en su mayoría guripas que hacían el servicio militar y que se apuntaban como extras con tal de esquivar la rutina cuartelera.

Esta vez ocurrió entre Gipuzkoa y Navarra, a 12 km de Pamplona, en la vieja estación de Biurrun-Campanas que sirvió de tramoya para resucitar la visita del jefe de la Luftwaffe, mariscal Göring, al Canal de la Mancha. De eso hace casi medio siglo. El edificio aún sigue en pie desafiando indolente el paso del tiempo, aunque el tren hace mucho que ya no para por allí.