legamos a Olatz por una carretera estrecha y serpenteante que parte de las inmediaciones de Mutriku. Entre los pabellones de un polígono industrial, damos la espalda a las brisas del Cantábrico y nos adentramos en los dominios de la montaña. En lo alto se abre una estrecha vega. La carretera muere al llegar al minúsculo núcleo que dibujan la ermita de San Isidro, una plaza de toros desmontable y un par de restaurantes. Aquí tiene su arranque una pequeña ruta local de siete kilómetros.

El primero de los hitos de nuestra excursión se esconde en las inmediaciones. Atravesamos una portezuela metálica situada en los aledaños de la plaza de toros y accedemos a un senderillo que se embarranca en el cauce de un remilgado curso de agua, habitualmente, seco. Es Kobako erreka, que se adentra en las profundidades de la peña a través de una impresionante cavidad. No olvidemos que el valle de Olatz ocupa un polje, que funciona como una sedienta esponja y absorbe las lluvias con avidez.

Solo tenemos que caminar cauce abajo durante unos pocos metros para encontrarnos, al pie de la peña, la boca de Kobalde: una cueva de aspecto vertical por la que se sume el arroyo para atravesar el macizo de Arno y unirse a las aguas del Deba a la altura del barrio de Astigarrabia. Kobalde se ha convertido en uno de los rincones preferidos de Gipuzkoa para la práctica de la escalada y en sus paredes extraplomadas se han abierto un total de 17 vías con diferentes grados de dificultad.

Para continuar, debemos regresar a la ermita de San Isidro. Las marcas de pintura blanca y amarilla nos guían. Un estrecho carretil se adentra entre los caseríos, prados y huertas que dan forma a la campiña atlántica. Aportateginagusia, Aportategizulo, Arei-tzaga Etxeberri, son algunos de los desperdigados caseríos que nos saldrán al encuentro.

Cruzamos la carretera. A orillas del camino nos encontramos con la estela de Arrikrutz, un estilizado monolito con una cruz y un texto de difícil interpretación grabados en su pechera. En las inmediaciones y sobre el promontorio rocoso que antaño habitara el desaparecido caserío Abeletxe, crecen algunas encinas de gran porte. A su sombra crían y pastan las larrabeixak del caserío Korostola, reses bravas que animan las fiestas del entorno.

Salimos de nuevo a la carretera que surca el valle y descendemos por ella en dirección a Mutriku. A nuestra izquierda el caserío Irabaneta cuida con esmero los lustrosos prados que forran la amplia dolina en la que habita. Aquí pastan, mascullan y sestean varias cabezas de ganado limousin, una raza vacuna de clara aptitud cárnica muy bien valorada por su sabor y productividad.

Dejamos la carretera y tomamos una derivación que nace a mano izquierda y se interna en el pinar. No tardaremos en alcanzar las puertas del caserío Eguzkitza y un poco más arriba el caserío San Blas, que ocupa el edificio de la antigua ermita de la que ha tomado el nombre. San Blas se alza en lo alto de un promontorio desde el que se disfrutan unas espléndidas vistas sobre Mutriku y la costa guipuzcoana. Por los alrededores abundan los nogales, cerezos, manzanos y avellanos. Las metas atiborradas de helechos nos traen a la memoria imágenes de otros tiempos.

Por encima del caserío, el camino cruza una cancela y se adentra en el bosque. Ganamos altura hasta un estrecho carretil en las inmediaciones de una cantera que dibuja el frente de su explotación en la vertiente occidental de las calizas de Aitzbiribil. La pista asfaltada se adentra en el encinar que amanta el intrincado roquedo. La ruta se abre camino por el laberinto del lapiaz en busca de un caserío escondido en mitad de la selva, Ziñoa. Desde ahí parte un ancho camino calzado que se abre paso entre el roquedo y el encinar.

Ya dentro del pinar debemos dejar la compañía de la pista y de las marcas de la PR para buscar un sendero que nos permita avanzar monte arriba, hacia las ruinas del viejo caserío Lete. En los prados que se abren a los pies de sus derruidas paredes encontraremos un precioso monolito de un metro de altura, aproximadamente. Se trata de la piedra central o kortarri del sel de Lete. Tras la visita, regresamos de nuevo al valle de Olatz, al caserío Beliotegi y a la ermita de San Isidro, aposentada bajo la pirámide rocosa de Basarte.

En esta ruta disfrutaremos de dos curiosidades. Por un lado, el caserío Ziñoa, que, obligado por su aislamiento, ha sido desde siempre paradigma de la autosuficiencia. Oculto al fondo de una amplia dolina rodeada por el roquedo y el encinar, contaba con todo lo necesario para cubrir las necesidades de la familia y los animales. Disponía de horno calero, potro de herrar, horno de pan, un tolare para prensar las manzanas y preparar la sidra, serrería... Aquí residió el famoso harrijasotzaile Pedro Mari Txurruka, Haritza. Las piedras con las que consiguió sus éxitos aún se conservan entre las paredes del caserío.

Por otro lado, el caserío Lete con su sel. El mojón tiene tallada la fecha de 1859 y en su parte alta una imagen de aspecto solar con doce radios. Los seles eran terrenos comunales de aspecto circular que se cedían a nivel particular para la explotación de sus maderas y para el cuidado y mantenimiento del ganado. Estos terrenos se delimitaban mediante la colocación de una piedra fundacional como la que tendremos la oportunidad de contemplar aquí. Usándola como eje, se colocaba una cuerda o cadena con la longitud deseada y se la hacia girar. En los extremos del sel y dibujando su perímetro se colocaban los baztermugarri, unos mojones periféricos de menor tamaño.

Seguimos la carretera N-634 que discurre en paralelo a la alineación costera enlazando los núcleos de Ondarroa y Mutriku. Aproximadamente a medio kilómetro del núcleo de Mutriku, existe un desvío a mano derecha que se dirige al barrio de Olatz, a través de la carretera comarcal GI-3562. Ruta circular.

2 horas.

8,5 kilómetros.

250 metros.

Rutas por Euskal herria

DEL LIBRO: 80 rutas senderistas por Gipuzkoa

TEXTO Y FOTOS: VVAA.