Maó, la capital de Menorca, tiene el encanto de un precioso puerto que hay que cruzar cada vez que se asciende al casco antiguo. Los edificios nobles están concentrados en un pequeño espacio urbano, la fachada de la iglesia del Carme impone, y al lado está el claustro, reconvertido en el mercado de la capital de la isla.

Muy cerca, una balconada permite disfrutar de todo el puerto. Enfrente quedan las colinas verdes de Cala Rata y la fortaleza de La Mola, construida para defender el puerto y la ciudad, que apenas se divisa.

Con calles estrechas e íntimas, el sonido del puerto se cuela en todas ellas. Llegamos así hasta la plaza principal, a s'Espalnada, discreta como el tamaño del caso antiguo y de la propia isla. Allí hay un bar-restaurante con nombre curioso, Amadeus, que regenta un bilbaíno de pro.

Cae la tarde y desde el puerto la línea de la ciudad se ve imponente. Destacan los muros de sus iglesias y da la sensación de ser casi imposible subir hasta allí arriba.

Y a cenar claro, que el hambre no entiende de paisajes ni ciudades. Junto al hostal Jume nos encontramos con una casa de comidas de nombre más que curioso, Bar Pasaje de Madrid al Cielo, que solo por el nombre se nos abre la curiosidad, así que nos lanzamos a la aventura de cenar en el local.

Pequeño y bonito, Roberto Fernández atiende en las sala y Silvia Higueras oficia en la cocina. Todos los miércoles hay cocido madrileño, hecho a la vieja usanza con las diferentes cocciones y sus correspondientes vuelcos. Era hora de cenar, así que el cocido lo dejamos para otro día. Este viajero accidental sucumbió ante los callos a la madrileña según la receta de Luz, la abuela de Roberto, el único plato que cocina él personalmente. Ironías e ilusiones en Menorca y Maó: callos a la madrileña.

A Ciutadella

Se levanta el nuevo día con mucha luz, la previsión indica Tramontana, viento del norte seco y salino que provoca que nuestra prevista excursión en piragua quede pospuesta hasta que el viento amaine.

Nos movemos hasta la otra esquina de la isla. Vamos hacia Ciutadella, la otra gran ciudad de Menorca. Ambas compiten calladamente entre sí, pero cada una tiene su magia y parte de su encanto está en, como forastero que eres, sacarles lo mejor.

Antes nos detenemos en Pedreres de S'Hostal, en la cantera Lhitica. Y nos acoge Jose Bravo, persona que participó en el nacimiento de Lhitica, una asociación que se creó para preservar y dar a conocer todo lo que rodeaba y rodea a la cantería en Menorca.

Las paredes verticales de este lugar, rotas y con las huellas de los canteros, susurran tiempos de cuando el esfuerzo físico y la maestría en el corte de la piedra apenas tenían valor, de cuando los pobres levantaban sus casas con la piedra de marés, piedra arenisca y porosa que por su cercanía fue la base de la construcción. Hoy es una piedra para ricos, y todo local que se precie quiere tener marés a la vista. Actualmente, el marés da estatus.

Y Lhitica se muestra en todo su esplendor visitando sus jardines, sus huertas y la gran cantera, ese espacio no vacío que brama con el sonido de las sierras cortando la piedra, los susurros de los canteros acariciando el marés y viendo dónde y cómo seccionarlo, a modo de una poda cuidadosa para no romperse ellos ni romper la piedra. Lhitica es silencio para el paseante, caminando por sus laberintos y mirando las heridas en las paredes de la fábrica.

Piedra en Lhitica y piedra en la Naveta des Tudons, monumento funerario único en Europa que se levantó allá por el año 1000 antes de nuestra era por parte de la cultura talayótica. Ahí sigue, para asombro de este peregrino insular.

La naveta tiene dos plantas y nuestra guía, navarra de Lizarra, Carmen, nos cuenta que parece ser que la segunda planta se utilizaba como osario una vez se iba llenando la planta baja con los difuntos.

La naveta sugiere un navío invertido, de ahí lo de naveta, y a este viajero le vino a la cabeza la imagen de las iglesias de madera de Chiloé, naves de madera a modo de navíos invertidos levantados por carpinteros de ribera. Los de Menorca y los de Tudons seguro que también eran marinos, marinos de tierra y de piedra, marinos talayóticos.

Llegamos a Ciutadella. El mercado de pescado es muy bonito. La entrada pasa junto a unas puertas de madera verdes con persianas venecianas; unas baldosas blancas y verdes cubren parte de la fachada, hay pescado y marisco fresco, gambas casi vivas.

Frente al mercado están las tiendas de toda la vida, como carnisseria Salord Can Conxa, una de las joyas de la corona, porque son ya varias generaciones elaborando ellos mismos sobrasadas, carnixua, cuixot o camots.

Estando en Ciutadella, oliendo y viviendo entre sobrasadas y gambas, no se nos ocurrió mejor cosa que acercarnos hasta Es Tast de na Silvia, la casa de comidas de Silvia y Toni. Nos esperaban Silvia Anglada y Toni Tarragó. Silvia es la responsable de la cocina, mientras Toni lleva la sala. La pareja nos recordó los meses que pasaron en el Akelarre de Pedro Subijana. Hoy, en Ciutadella, es Silvia la que lleva el timón de una gastronomía local, con elaboraciones basadas en la cocina ancestral trasladada al día de hoy: cocciones justas, ingredientes de productores locales y mucho sentimiento en la cocina, teniendo siempre en el recuerdo a su abuela, que se llevó al paraíso su fórmula para hacer el pan. La casa de Silvia y Toni tiene un detalle que a este viajero le encanta: la cocina a la vista del comensal.

El almuerzo fue toda una lección de historia gastronómica menorquina y una maravillosa provocación para los sentidos. El arròs de la terra, plato sin arroz, estaba furiosamente bueno. La tertulia fue aún mejor, porque escuchar a Silvia y a Toni hablarnos de su isla resulta una pasada. En fin, triste fue la despedida, ya pensando en regresar.

Paisajes

Uno, ya en estado melancólico, decidió acercarse hasta el faro de Favaritx a contemplar la caída del sol. Favaritx está en un entorno casi lunar. La piedra es completamente diferente a la del suroeste de la isla. Forma parte de lo que los geólogos denominan región geológica tramuntana. Faro y rompientes de color negro cortadas a sierra. El sol calentaba suavemente el cuerpo y acariciaba el faro blanco, que se levanta insolente en este extremo de la isla. Favaritx atrae.

Las calas azul turquesa rodeadas de bosques autóctonos son otra seña de identidad de Menorca, por algo es Reserva de la Biosfera. Y después de tanta gastronomía tocaba mover el body. Seguía la Tramontana, con lo que no se podía salir a navegar. La solución sencilla y práctica fue caminar por alguno de los cientos de senderos señalizados que hay en la isla. El Camí de Cavalls es otra seña de identidad menorquina, un antiguo camino reconvertido en paraíso de caminantes, corredores y ciclistas. El camí da la vuelta a toda la isla, surcando paisajes de ensueño y ayudando a descubrir mucho mejor esa identidad oculta de Menorca.

Nosotros optamos por ir caminando por senderos cubiertos de acebuchales hasta Cales Coves. Al llegar al final del camino se abre una pequeña cala. Ascendemos por la parte derecha siguiendo el camino hasta la propia playa de Cales Coves, y enfrente divisamos antiguas cuevas habitadas. Incluso hay una casa abandonada en un lugar casi mágico.

El camino exige cuidado y atención, no sea que uno acabe empapado en aguas del Mediterráneo. Desde lo alto se disfruta de los mil azules que el agua y el cielo crean en estas calas. El paseo se hace tan corto que continuamos caminando por la cresta de Cales Coves, atravesando el barranco de Son Domingo, y llegamos al que denominan mirador del Mediterráneo.

La vista es asombrosa. Muros gigantescos cincelados por el salitre se abren y cierran al mar. Estas paredes de piedra protegen y crean las mágicas calas. La visión es tan hipnótica que nos atrevemos a descender por los recovecos de la piedra para encontrar mejores puntos de vista. Suerte que nos acompañan dos expertos en esto de la escalda, Lur y Zigor, que saben dónde pisar y dónde poner la mano. La vista es alucinante.

Y qué verían aquellos habitantes talayóticos que levantaron la naveta y construyeron la Torre d'en Galmés, un extenso poblado levantado en una estratégica colina que permitía controlar todo el sur de la isla, incluida la zona del mar que daba a Mallorca. Galmés contaba con un sistema de recogida y depuración de aguas, un hipogeo y grandes construcciones. En unas excavaciones se descubrió... ¡una escultura egipcia de bronce!

Seguro que los talayóticos navegaban y comerciaban. Menorca estaba abierta al Mediterráneo, que se lo daba todo y que finalmente se lo arrebató todo. Nos queda este tesoro para visitarlo con tiempo y paciencia. Y sobre todo, conviene hacerlo con alguna persona que conozca el lugar. Nosotros tuvimos la suerte de hacerlo con el arqueólogo Qim Pons Machado, que nos habló y describió el lugar como si estuviera aún habitado. Gracies.

Y claro, queremos más. Llegamos hasta una de las calas cala de Menorca, uno de esos lugares a los que si no vas no has estado en Menorca. La cala Macarella es única, desde el paseo hasta verla abrirse entre el bosque. Pero es aún más bonita vista desde el cresterío que la rodea, porque desde arriba el azul es más azul y el turquesa es más turquesa.

Junto a Macarella está Macarelleta, la pequeñita y rechoncha, y justo en el vértice rocoso que separa las dos calas está el mejor lugar para contemplarlas. Si uno se atreve, hay suficiente profundidad como para zambullirse y experimentar otras sensaciones. Pero este viajero de pacotilla es un segurola y prefirió ver el mar desde el mar, así que recordó que tenía pendiente el kayak. La Tramontana ya se fue y Es Grau fue nuestro puerto de salida.

Nada mejor para finalizar este primer descubrimiento de Menorca que surcar sus aguas de ensueño en kayak conquistando Caló de Sa Cabra y La Punta de Fra Bernat. Y por cierto, llegar es fácil: Vueling (www.vueling.com) viaja todos los días desde Bilbao y Donostia.