Poco queda de aquella época de furor minero, de cuando se corrió la noticia por todo el mundo de que aquellas cumbres escondían unas vetas de oro capaces de retirar al personal de la actividad laboral de por vida. Los propios nativos de raza india quedaron desbordados ante la avalancha que se les vino encima, rompiendo sus reglas de vida e invadiendo su territorio de forma harto violenta. Denver es fruto de la codicia humana, aunque hoy sus habitantes pasen de aquella etapa histórica alzando los hombros, como diciendo “yo no estuve allí”.

Me doy cuenta mientras saboreo un helado en Dozens, una de las más curiosas cafeterías de la 13th. Avenue, cerca del moderno Centro de Convenciones de Colorado. He aquí una ciudad joven por la que han pasado pocas generaciones, aunque bien es cierto que su estratégica situación le ha beneficiado siempre, pues como dicen sus habitantes, “estamos a medio camino de todo”. Reconocen también que es la única gran ciudad que hay en mil kilómetros a la redonda.

Denver debe su nombre a un avispado general que forzó el bautizo con el apellido del gobernador de Kansas, James W. Denver, del que pensaba sacar partido político, pero, como dice el refrán, los planes no siempre salen a gusto de todos. El enclave fue creciendo y hoy el área metropolitana supera los tres millones de habitantes. El crecimiento más importante se produjo al finalizar la II Guerra Mundial, y hoy es una city que ha sabido respetar algunos de sus veteranos edificios para encajarlos en una estructura urbana de grandes avenidas y rascacielos, desde cuyas cimas se pueden ver espectaculares panorámicas de esas montañas rojizas que tantas veces ha lucido el cine.

El estado del que Denver es capital, Colorado, se distingue por la belleza de sus paisajes. En él se encuentran las fuentes de ríos con tantas connotaciones históricas como el Arkansas, el Colorado y el mismísimo Grande. Sus recorridos discurren mayormente entre gargantas de impresionante aspecto, algunas, como la Garganta Real del Arkansas, cruzadas por puentes colgantes que harían temblar al mismísimo Indiana Jones.

Denver es una de las capitales más importantes del rodeo norteamericano. Sus festivales en verano atraen a los grandes campeones que tratan de mantenerse ocho fatídicos segundos sobre la grupa de caballos salvajes, aunque también compiten sobre toros de respetable peso. En realidad, la prueba es un espectáculo típicamente norteamericano al que acuden los más desapasionados apostadores y las familias más tradicionales. No me refiero en concreto a la familia Carrington, afincada en este territorio. ¿La recuerdan? Seguro que sí, si les apunto que era la protagonista de la serie de TV Dinastía.

La ciudad de la música

Para muchos, esta ciudad está íntimamente ligada al nombre de Paul Whiteman, uno de los directores de orquesta y músicos de jazz que hicieron historia en el pentagrama norteamericano. Y es que Denver tiene una enorme tradición musical por haber sido banco de pruebas de intérpretes tan conocidos como Bob Dylan, John Denver y Judy Collins.

Cerca de la ciudad, en plenas Montañas Rocosas, se encuentra uno de los templos sagrados de la música de todos los tiempos, el Red Rocks Amphitheatre, un espacio al estilo de los teatros griegos, al aire libre y con capacidad como para casi 10.000 personas. Su situación entre rocas le confiere una magnífica acústica. Aquí se han grabado numerosos álbumes en vivo y ha sido escenario de actuaciones de The Beatles, Jimmi Hendrix, Sonny and Cher, U-2, Pat Boone, Blue Brothers, Ringo Starr?

En Denver nació Douglas Fairbanks, actor y director de cine mudo, que fue considerado el rey de Hollywood. Muchas de sus películas se vieron en el Cine Mayan de su ciudad natal, una de las salas veteranas más bonitas que conozco, y que la ciudad protege como oro en paño. Otro tanto ocurre con el Templo Emmanuel, una construcción característica que en la actualidad es un centro de eventos.

Llama la atención el Capitolio de la ciudad, porque su cúpula, recubierta con pan de oro, es una copia de la existente en Washington. La ascensión es gratuita, y en el escalón número 13 hay una inscripción que indica que se encuentra a 1.609 metros sobre el nivel del mar. Las vistas desde la cumbre merecen la pena.

Muy cerca se encuentran el Museo de Historia de Colorado y el Museo de Arte de Denver, que se complementan perfectamente. El primero ofrece una información detallada sobre las culturas precolombinas ?fotografías curiosísimas de poblados indios y del comercio que existió entre ellos y los tramperos?, que es muy útil cuando se visita el segundo, a pocos pasos y con una estructura arquitectónica muy vanguardista. En el interior de este, y con los datos del anterior, se puede obtener una aproximación ideológica de lo que fue esta zona de los Estados Unidos antes de la llegada del hombre blanco.

Llama la atención el amplísimo muestrario de utensilios utilizados por diferentes tribus indias, olmecas y hopi principalmente. La colección de mantas confeccionadas por diferentes tribus muestra que son auténticas piezas de arte.

Claro que si queremos remontarnos a tiempos mucho más pretéritos debemos adentrarnos en el área que describe las rutas de los dinosaurios que poblaron estas tierras. Aseguran que Spielberg vino aquí a documentarse para crear sus parques jurásicos. Hoy es parada obligada de niños que admiran los enormes esqueletos y las huellas dejadas sobre el terreno.

Nombres míticos

Cualquier adolescente norteamericano tiene a Buffalo Bill como uno de los héroes patrios por antonomasia. Sus hazañas se han cantado en todos los medios, por lo que una estancia en Denver no es completa si no se visita su tumba, convertida en poco menos que un parque temático. El Museo en Memoria de Buffalo Bill, a unos 30 kilómetros al oeste de la ciudad, está montado sobre el lugar donde se dice reposan los restos de William Cody, en la cima de la montaña Lookout. La imagen que se ofrece del aventurero obedece principalmente al estereotipo que todos tenemos de él, porque, si somos fieles a lo que aquí se dice, no solo fue correo del Ejército y cazador infatigable, sino que sobre su espalda cae la definición de “asesino de indios”, pero ¡cualquiera desmonta al mito!

Otro personaje querido y admirado en Denver es Molly Brown, cuya casa en la avenida de Pennsylvania bate todos los récords de visitas en la ciudad. Margaret Brown ?verdadero nombre de Molly? fue una mujer de gran coraje que vivió a caballo de los siglos XIX y XX. Hija de un matrimonio irlandés inmigrante, quiso probar fortuna en el Oeste americano y con solo 18 años de edad se plantó en Colorado dispuesta a hacerse respetar. Se casó con un buscador de oro con tal suerte que éste, al poco, encontró una veta del dorado mineral que le sirvió a la pareja para despreocuparse del futuro.

Lejos de permanecer inactiva y gracias al respaldo económico conseguido, Margaret dedicó su tiempo a ayudar a los mineros necesitados y a poner sobre la mesa los derechos de la mujer. Esta postura fue muy criticada por la alta sociedad de Colorado, pero nadie se atrevía a hacerle la menor crítica habida cuenta de su carácter y de su posición social. Además, trató por todos los medios de adquirir una cultura que le sirvió para codearse con políticos y financieros.

Viajó a Europa quedando fascinada por París. Quiso regresar a los Estados Unidos a bordo del Titanic, sufriendo las consecuencias de la famosa catástrofe. En el naufragio consiguió asirse a un bote salvavidas que pilotó, logrando así salvar las vidas de todos sus ocupantes. Este hecho ?reproducido en la película de James Cameron?, tuvo una notable trascendencia en América y su gesta fue publicada en numerosos periódicos bajo un titular que hizo historia: La insumergible Maggie.

Aquella tragedia no amilanó a esta mujer, que poco después regresaría a una Europa en guerra para ayudar a los heridos en una labor que fue premiada con la Legión de Honor francesa. Su popularidad llegó al punto de que el compositor Meredith Willson, creador del musical Vivir de ilusión y de la banda sonora de El gran dictador, compuso un nuevo musical para Broadway basándose en Maggie. Fue entonces cuando cambió su nombre original por el de Molly. La obra pasó al cine con el título de Molly Brown siempre a flote y Debbye Reynolds encarnó a la intrépida mujer.

Una jubilación de lujo

La mayor parte de los jubilados norteamericanos ha pensado alguna vez en retirarse a Denver o sus alrededores. Saben que es un sitio ideal para pescar y llevar una vida tranquila, muy lejana de aquellos primeros tiempos en los que el revólver imponía su ley. Quienes sufren de los bronquios han oído hablar de la salubridad del aire y del agua del entorno. Nadie duda que las Montañas Rocosas y los dioses que las habitaron tienen la culpa de ello.