En ese artículo, Marc explicaba que nuestro cerebro está equipado específicamente para la interacción humana. Los rostros y las voces captan su atención más que cualquier otro estímulo visual o sonoro. El cerebro reacciona con mayor intensidad a la presencia física de una persona que si la ve grabada en un vídeo. Esto explica la importancia y el carácter irremplazable de las interacciones humanas para el desarrollo del niño y el adolescente, y cuanto más se intensifican el uso de dispositivos digitales, más se debilitan esas interacciones. Además, cuando los padres están utilizando constantemente un smartphone o una tablet, esas relaciones pierden fuerza y se van resintiendo.

Muchos estudios corroboran que cuanto más tiempo pasa un niño ante distintas pantallas más posibilidades tiene de acabar en la consulta del logopeda. A los 18 meses esa posibilidad se multiplica por 2,5 por cada media hora que pase con una tableta digital. En cuanto a la tele, entre los 15 y 48 meses el riesgo se cuadriplica. Este factor de riesgo llega hasta ocho puntos cuando el empleo de las pantallas reduce a menos de dos horas diarias la extensión de los intercambios verbales intrafamiliares.

Incluso los programas dirigidos a la infancia son nocivos. Antes de los 2 años, cada hora de emisiones supuestamente dedicadas al desarrollo del lenguaje amputa el léxico casi un 10%. A partir de los 3 o 4 años el niño puede aprender palabras viendo determinados programas llamados educativos, pero el coste en tiempo es muy elevado. Mientras que de forma general bastan dos o tres exposiciones por parte de una persona para que un niño aprenda un vocablo, se necesitan normalmente decenas de ellas si se quiere enseñar mediante un vídeo. Esto solamente con el léxico. Hasta ahora, ningún aprendizaje gramatical, ni siquiera elemental, se ha podido describir en respuesta a una exposición audiovisual.

El cerebro humano aprende mucho mejor con una persona que con un tutorial o un vídeo en el que aparezca esa misma persona, ya que nuestra estructura neuronal está equipada, moldeada y construida para la interacción humana. De esta manera, si se enseña a un niño de dos o tres años a encontrar un objeto en una habitación, imitará fácilmente lo que haya hecho una persona, pero no lo que haya visto en una presentación audiovisual.

Los estudios de gran alcance sobre el informe PISA de la OCDE demuestran que cuanto mayor es la responsabilidad pedagógica que se transfiere de las personas a las máquinas, peores son los resultados de los alumnos y más aumentan las desigualdades sociales.

La atención

El cerebro humano está diseñado para la ejecución de una sola tarea al mismo tiempo. Lo único que sabe hacer cuando le obligamos a resolver varios problemas en paralelo son malabares. Ese proceso resulta extremadamente costoso, estresante e ineficiente. Propicia que se cometan errores y desvía una gran parte de los recursos cerebrales. El problema es tan grave que su poder destructivo afecta también a largo plazo.

Con los videojuegos denominados de acción, que demandan continuamente procesos sensoriales visuales y auditivos, a fuerza de practicar el jugador se vuelve cada vez más permeable a esos flujos de información. Se desarrollan sus aptitudes, pero ese beneficio tiene un coste muy elevado. El aprendizaje que se logra altera la habilidad del usuario para limitar las demandas de su entorno, es decir, la capacidad de concentrarse en una tarea cognitiva determinada. A cualquier edad, esta capacidad de concentración se halla estrechamente ligada al éxito académico.

En resumen, todos estos hallazgos apuntan a que nuestro cerebro necesita tranquilidad y templanza sensorial para desarrollarse de manera óptima. El exceso de imágenes, sonidos y demandas diversas constituye un caldo de cultivo para que aparezcan déficits de concentración, síntomas de hiperactividad y adicciones. Una gran cantidad de estudios han corroborado que el consumo digital de los niños es un factor de riesgo para sufrir un trastorno de déficit de atención con o sin hiperactividad (TDAH), un problema cuya prevalencia se ha disparado en los últimos veinte años.

Que el uso de dispositivos nos haya ayudado en la situación actual de pandemia de Covid-19 no debería impedirnos pensar racionalmente en el inmenso impacto perjudicial que comporta el uso los dispositivos digitales para el desarrollo de los niños.