Si las obras que Rafael Guastavino (Valencia, 1 de marzo de 1842- Asheville, Estados Unidos, 1 de febrero de 1908) dejó en vida no hubieran sido una realidad, bien se podría pensar que este hombre era el producto de la mente de un imaginativo escritor o guionista de cine. Javier Moro descubrió a un arquitecto español que fue el constructor de la Gran Estación de Manhattan cuando decidió comerse unas ostras en uno de los bares más famosos de Nueva York, el Oyster, ubicado en el sótano de dicha estación. Guastavino lo tuvo casi todo: fue un genio, un mujeriego, un estafador y el constructor de muchos importantes edificios en EE.UU. Tuvo detractores, pero también grandes defensores de su obra, como Jacqueline Kennedy. Esta es su historia, la que está escrita en A prueba de fuego.

Rafael Guastavino parece un personaje de ficción y no la persona real que fue. Hay que reconocer que muy poca gente sabía de él hasta que usted escribió A prueba de fuego.

Era desconocido hasta en la ciudad en la que nació, Valencia. En España no lo conoce ni dios. Algunos arquitectos saben quién fue, pero tampoco todos. En EE.UU. sin embargo hay hasta grupos de guastavinistas y gente que reivindica su legado. Un lector me ha mandado una foto con la placa que han puesto en la finca a la que él se retiró en Carolina del Norte donde dice pasa a ser bien cultural.

Venerado en EE.UU. y olvidado en su tierra. ¿Resulta algo habitual en España?

Este es uno de los ejemplos que abundan en nuestra historia de genios españoles cuya memoria se ha ido perdiendo. Esto ocurre porque no reclamamos esas figuras que han conseguido grandes logros en el mundo. Siempre he pensado que desde la guerra de Cuba nos odiamos.

Se podría decir que llevó una vida de película. Un hombre que era un mujeriego, un estafador y también un genio.

Es verdad. Aparte de todo lo que hizo, que fue sensacional, y de la huella que dejó en la historia de la arquitectura, lo que a mí me interesó de este hombre fue su vida personal. Si diseñando fue un genio, viviendo se podría decir que fue un desastre y que dejó mucho dolor en algunas personas.

¿Cómo llegó hasta su persona?

Por unas cartas de la familia en las que contaban cómo fue su vida. Se casó, se separó y se llevó a su hijo pequeño. Cuando fui avanzando en su historia me enteré de que había tenido una doble vida con la criada que había contratado para que llevara la casa del matrimonio. A la criada le puso un piso en Barcelona, donde vivía en aquellos momentos. Yo llegué a él porque viví en Nueva York durante varios años y tengo un vicio de gula inconfesable: me gustan mucho las ostras.

¿Las ostras? ¿Qué tienen que ver con un arquitecto genial, mujeriego y estafador?

Ja, ja, ja€ Fueron las ostras las que me llevaron a Guastavino. Pregunté por un sitio para comerlas y el mejor es el Oyster Bar que está en los sótanos de la Estación Central de Nueva York. Cuando fui allí a dar rienda suelta de mi vicio gastronómico me enteré de que todo aquello lo había hecho un arquitecto español. Pero fue años después cuando mi editora me comentó que había un personaje del que se sabía muy poco y era él, Guastavino. Retomé la curiosidad que había sentido, pero no veía un libro en lo que encontraba, hasta que hablando con unos y con otros me topé con una heredera de esta familia. Es archivera en Sigüenza (Guadalajara) y me dijo que un primo americano acababa de heredar las cartas de la familia.

Y ahí empezó la otra historia, la personal, de Rafael Guastavino.

Claro. Fui a Estados Unidos a visitar a ese señor, vi las cartas y lo eran todo. Fueron una ventana abierta para contar la vida de un hombre fascinante. Había cartas de la amante a él, de él a los hijos, de los hijos a él, de su mujer legítima, de los acreedores, que eran muchísimos, de sus amigos€ Me encontré con una historia apasionante. Esas cartas me mostraron una vida mucho más novelesca, y también más interesante, de la que yo me podía imaginar viendo las obras que había construido.

¿Cuál era el objetivo de este hombre al irse de España?

Huir. Su idea era huir de los problemas que le acechaban en su país. Él quiso demostrar a los americanos que se podía construir a prueba de fuego, literalmente. Hizo una demostración delante de colegas, periodistas, políticos€ No había que utilizar hierro, porque el hierro acaba fundiéndose con el fuego, había que utilizar ladrillo y cemento Portland. Patentó un invento que existía en España de toda vida, la bóveda catalana o bóveda tabicada.

¿Patentó algo que ya existía?

Ja, ja, ja€ Sí, lo hizo. Es como si a alguien se le ocurre patentar la paella valenciana. Guastavino tenía un lado un poco cantamañanas. Al principio no le creyeron, pero es cierto que tenía también un lado muy riguroso. Hacía unos diseños maravillosos y era una especie de inventor, ingeniero y arquitecto. Llevó a Estados Unidos la bóveda tabicada, la agrandó, la mejoró y les aseguró que iba a hacer edificios ignífugos.

Y acertó, porque en Estados Unidos se quemaban ciudades enteras.

Sí. Chicago casi desapareció entero en una noche de 1871. Al principio no le creían, y además él no habla inglés ni lo habló nunca. Cuando me metí en su historia me di cuenta de que Rafael Guastavino no es un solo personaje, sino dos. Es el padre y el hijo, que se llamaban igual y trabajaban en lo mismo. Es en ese punto donde encontré el material más dramático de la historia. No se puede entender lo que hicieron si no se cuenta la relación entre los dos.

¿Una mala relación?

Era el hijo de fuera del matrimonio, el que él se llevó cuando abandonó Barcelona; era el hijo de la criada y el preferido del arquitecto. Lo hizo a su imagen y semejanza, pero fue el hijo que más tarde quiso volar con sus propias alas y no con las del padre. Llegaron a tener una rivalidad profesional muy interesante.

Al padre también se le relaciona con las estafas piramidales.

Era un hombre que tenía mucha confianza en sí mismo y una visión a la que quería dar forma a costa de lo que fuera. En un momento dado estafó a sus amigos. Es difícil de entender, pero muy cierto. Supongo que pensaba que iba a poder devolver ese dinero enseguida. Es que era exageradamente optimista, un hombre dispuesto a comerse el mundo.

¿A cualquier precio?

Parece que sí. Seguramente pensó que América sería algo así como llegar y besar el santo. Y no, primero llegó a Argentina, después a Estados Unidos, no pudo devolver el dinero y ha quedado como un estafador para la historia.

¿Le gustan a usted como escritor las historias ocultas?

Me gustan las que no han sido contadas cuarenta mil veces y las que esconden grandes personajes detrás. De meterme a trabajar y tirarme más de tres años con un libro, prefiero que sea con personajes con los que pueda descubrir algo y que me aporten algo, no solo como escritor, sino como historiador. La vida íntima de Rafael Guastavino la conseguí a través de unas cartas, igual que la vida de Isabel Zendal para A flor de piel la conseguí durante la investigación sobre la vacuna de la viruela. Antes, no se sabía ni cómo se escribía su nombre. Cuando un personaje está muy trillado poco tengo yo que aportar.

Y es de los que invierten mucho en documentación.

Sin documentación no llegas nunca a contar una historia de verdad. Cada libro que saco no solo se centra en un personaje, es también la disculpa para contar una época. En A prueba de fuego narro el fin del siglo XIX en Estados Unidos, y es un tiempo muy apasionante. En Nueva York se estaba cociendo el futuro que todos conocemos ahora. A nivel general, a nivel de país, se estaban haciendo las ciudades tal y como las conocemos hoy. Había también un vasco, José Francisco Navarro Arzac, un magnate muy importante en Estados Unidos; no se sabe casi nada de él y no entiendo por qué. Este hombre era socio de Thomas Alva Edison y construyó los primeros edificios con el confort moderno, los primeros rascacielos de Manhattan. Y fue su socio, Edison, quien hizo la instalación de luz en estos primeros edificios.

¿Se cruzaron Navarro Arzac y Guastavino?

Sí, claro. Navarro Arzac fue quien introdujo al otro en la sociedad de Nueva York. Ambos eran unos genios. En Nueva York había en esa época una corriente de emigrantes españoles muy bien situados que además eran muy prósperos. Tan prósperos que Navarro Arzac fue el mayor productor de cemento del mundo. Con Guastavino y con el conde Güell construyó la primera fábrica de cemento en España, en el Pirineo: Cementos Portland. Es que en este libro que acabo de sacar se describe un mundo que es el que va a dominar después el siglo XX.

Javier Moro, con su nuevo libro entre las manos.

PERSONAL

Edad: 66 años.

Lugar de nacimiento: Madrid.

Familia: Es sobrino del escritor francés Dominique Lapierre, hermano de su madre. Tiene dos hijos.

Formación: Estudió Historia y Antropología, pero desde muy niño había ansiado escribir y poder contar lo que sentía en los viajes en los que acompañaba a su padre, ejecutivo de la compañía TWA. Terminados los estudios trabajó como investigador para novelas de Dominique Lapierre y Larry Collins en la época en la que ambos escribían juntos.

Trayectoria: Fue también productor de cine en películas como Valentina y 1919: Crónica del alba. Su primera novela fue Senderos de libertad (1992) basada en la vida de Chico Mendes, un cauchero que con su lucha se convirtió en un símbolo internacional en la defensa del medio ambiente en la Amazonia. Ha escrito novelas como El pie de Jaipur (1995), Las montañas de Buda (1998), Era media noche en Bhopal (2001), Pasión india (2005), El sari rojo (2008), El imperio eres tú (2011, premio Planeta), A flor de piel (2015), Mi pecado (2018, Premio Primavera de Novela), y la última, A prueba de fuego (2021).