La desaparición de este tipo de locales siempre empobrece el panorama de una ciudad, un triste cierre que esperemos tenga epílogo en manos de algún nuevo emprendedor que quiera hacerse cargo del mismo, y que lo haga manteniendo las mimbres que lo habían convertido en todo un referente. San Ignacio, con sus dos comedores (el principal y un reservado para grupos pequeños) está situado en pleno centro de Pamplona, en la avenida de San Ignacio, frente a la legendaria secuoya de Diputación, y tiene ese aroma antiguo y atractivo de no ubicarse en una planta baja; en este caso, es un segundo piso con magníficas vistas.

Mucho antes de que se pusieran de moda conceptos tales como producto de temporada, cocina de mercado o cartas estacionales, en esta casa ya se practicaban de modo natural. Siempre productos de calidad, entre los que destacaban las sabrosas y variadas verduras de la huerta navarra cocinadas al modo más clásico, muy poco tocadas, aunque yendo en su tratamiento algo más allá pero sin estridencias de lo que se hace en cualquier hogar donde se respeta la cocina. Junto a ellas, y las carnes y pescados, siempre se podía encontrar ese detallito de regusto: casquería fina, hongos en temporada, recetas en retroceso... En fin, una casa de comidas en toda regla, con precios atemperados y una clientela fiel que ha acompañado a sus gestores durante años y años.

Aunque el local se inauguró en los 50, los últimos 32 años ha estado en manos de Anunciación Moreno Barberena, Nuntxi para los amigos, periodista de carrera y hostelera reconvertida, que siempre supo hacer de su casa lugar de acogida. San Ignacio es de esos establecimientos de los que se suele decir aquello de "si estas paredes hablaran, la de cosas que contarían". Junto a ella ha sido básica la presencia de sus hermanas durante los primeros años, y la del cocinero baztanés Martín Iriarte, quien también supo mantener con mano firme el timón de una cocina tradicional cuidada y atenta a lo que dan en cada momento la huerta, el mar y el campo.

El mazazo final de la pandemia

A Nuntxi le había llegado este abril la hora de la jubilación, pero quizá la despedida no hubiera sido tan abrupta de no mediar dos circunstancias que la han precipitado: una lesión de hombro que se produjo en enero, y cuya lenta recuperación había mermado su capacidad de trabajo en los últimos meses, y el mazazo final de la pandemia, con cierre y la inseguridad de un futuro que despierta muchas incógnitas y que seguramente lo hará durante meses, lo que no quita para afirmar que San Ignacio, que se traspasa, vende o alquila en estos momentos, sigue siendo un regalo para los atrevidos y para los no tanto (inforeservas@restaurantesanignacio.com), además de un emblema para Pamplona, ciudad cuyos ambientes gastronómicos celebrarían sin duda una pronta recuperación.

Lo que debería haber sido pues un hasta luego ordenado, con el local quedando en buenas manos, la plantilla (que ha recibido todo tipo de facilidades, incluida la de hacerse cargo del negocio) resuelta, y una merecida fiesta de despedida con los muchos amigos que se han ido acumulando con el paso de los años, es un plan que ha quedado truncado y que por lo tanto deja un regusto amargo a sus gestores. Regusto que se paliará cuando esa despedida se celebre, que debe hacerse, y cuando alguien con nuevos ánimos y conciencia de una exitosa trayectoria ya vivida se ponga a los mandos con el mismo ánimo con el que Nuntxi, su familia y Martín lo hicieran hace ya tres décadas.