En el Prepirineo central, en la provincia de Huesca pero casi en el límite con la de Lleida (en la comarca de Ribagorza), existe una muralla natural que en numerosas ocasiones ha sido comparada con la muralla china pero que nada tiene que ver con ella. La oscense es consecuencia del movimiento de las placas tectónicas y es un espectáculo para la vista al alcance de cualquiera pese a no ser demasiado conocido.

Este peculiar enclave se encuentra junto al despoblado de Finestres (también conocido como Finestras). Para llegar hasta ahí hay que coger la autovía A-22 (Huesca-Lleida), salirse en Binéfar, seguir hacia Tamarite de Litera y después buscar Estopiñán del Castillo, pueblo del que nace una pista que lleva hacia Finestres. Es posible llegar también desde Estaña, pero el recorrido es algo más largo.

Se puede aparcar el coche junto al puente de Penavera (a unos 5 kilómetros de Estopiñán) y desde ahí seguir en bicicleta de montaña o a pie, porque a partir de ahí sólo se puede continuar en todoterreno y a velocidad muy baja. Es un recorrido fácil, sin gran dificultad técnica, pero que requiere unas cuatro horas para recorrer algo más de 14 kilómetros (entre ida y vuelta). Eso sí, merece la pena.

El nombre real de la muralla es el de Roques de la Vila y es una maravilla geológica de roca caliza. Dos paredes de roca totalmente verticales y paralelas, entre las cuales se encuentran las ruinas del castillo medieval y la ermita de San Vicente.

Dos ermitas que merece la pena visitar

El mejor lugar para observar la muralla es el mirador de la ermita de San Marcos, que se conserva bien y está abierta al público, y desde el que también se puede disfrutar de las vistas de otra ermita, la románica de San Vicente. Ambas ermitas son de fácil y rápido acceso y aseguran vistas espectaculares.

Y todo ello rodeado del pantano de Canelles, el segundo más grande de la Cuenca del Ebro tras el de Mequinenza, que mejora el paisaje con su agua turquesa, que es frontera natural entre Huesca y Lleida y desde el que también es posible acceder a la muralla en una excursión en barco o en kayak.

Precisamente la construcción de ese pantano en 1960 fue la sentencia final a un Finestres que cada vez contaba con menos habitantes. Aún quedan algunas casas en pie así como la iglesia parroquial del siglo XVII, pero Finestres transmite esa imagen de olvido y de abandono que lleva a imaginarse cómo habría sido allí la vida hace décadas.