Alemania ha entrado oficialmente en recesión. Así lo ha reconocido el gobierno federal que preside Scholz, el socialdemócrata que administra en coalición con los verdes y los liberales. Aunque dicho término se asocie a situaciones coyunturales de extrema dificultad, técnicamente, la recesión solo implica que la economía de un país está en cifras negativas durante dos trimestres consecutivos. La mala noticia no ha pillado a nadie por sorpresa pues la prolongación de la guerra protagonizada por Rusia contra Ucrania y sus múltiples derivadas socioeconómicas hacían prever el retroceso del crecimiento en países como Alemania, dependientes energéticamente del gas proveniente del Este.

Las autoridades teutonas consideran que esta recesión tiene un carácter coyuntural y que su duración será breve pues confían solventar su déficit energético con la diversificación de fuentes de adquisición de nuevos recursos (gas licuado desde los emiratos árabes), el acopio de reservas (los depósitos se encuentran ya al 95%) y la ejecución de un plan de contingencia de 200.000 millones de euros cuya inyección en la economía productiva pretende sostener el empleo frente a la caída del PIB (-0,4%) y al alza de los precios –inflación del 8%–.

Pero, pese al matizado optimismo del gabinete federal, otras fuentes oficiales, como son las del Fondo Monetario Internacional alertan de que “lo peor está por llegar” pues “el país se puede ver abocado a racionar el consumo de energía con drásticos efectos sobre su industria, afectando a las perspectivas de crecimiento del conjunto de la zona euro y con un potencial efecto contagio del frenazo económico más allá de las fronteras germanas.

Esta situación negativa puede empeorar mucho si se activan nuevos “frentes de guerra” como el que parece que ha abierto la OPEP al determinar la reducción de su oferta de crudo en dos millones de barriles diarios a partir de noviembre. El recorte de producción supondrá, sin duda, un severo golpe para la economía mundial, que se halla en medio de la mayor espiral inflacionista en varias décadas y afronta con preocupación el invierno ante la escalada de los precios y el recorte de la oferta.

Esta perspectiva ha hecho que diversos países de nuestro entorno hayan impulsado fuentes energéticas que se pretendían cerradas en el proceso de transición. Así, también en Alemania, la coalición del canciller socialdemócrata Olaf Scholz autorizó a 27 centrales a carbón a reanudar sus operaciones hasta marzo de 2024. Francia por su parte ha determinado la construcción de catorce nuevos reactores nucleares de nueva generación y la prolongación de la vida de sus complejos atómicos hasta 2050.

Sin duda, asistimos a tiempos de una incertidumbre inusitada. Nadie se atreve a vaticinar la profundidad y el impacto de esta crisis porque nadie osa determinar cuando acabará la guerra. Al comienzo de la invasión de Ucrania por parte de Putin, muchos fueron los que creyeron que el conflicto armado sucedería rápidamente. Se pensaba que las fuerzas armadas rusas y bielorrusas aplastarían a las tropas ucranianas en un abrir y cerrar de ojos. Sin embargo, la resistencia del gobierno de Kiev –con la ayuda armamentística de los países occidentales– ha hecho que el conflicto se cronifique, y en muchos aspectos el empuje de la milicia ucraniana ha hecho retroceder a las fuerzas rusas reconquistando buena parte de los territorios ocupados en un primer momento por la fuerza invasora.

Una de las pocas voces que se ha aventurado a considerar que el final de la guerra está próximo ha sido la de Francis Fukuyama, doctor en ciencias políticas por la Universidad de Harvard. Fukuyama acaba de publicar en Twitter una predicción: “Rusia colapsará en los próximos días”.

Ya al comienzo de la escalada violenta, con la entrada de las tropas rusas en las regiones ucranianas, Fukuyama enumeró una docena de predicciones vinculadas al transcurso de la guerra. Entre ellas apuntaba a que “Rusia se dirige a una derrota absoluta en Ucrania. La planificación rusa fue incompetente, basada en la suposición errónea de que los ucranianos eran favorables a Rusia y que su ejército colapsaría inmediatamente después de una invasión. Evidentemente, los soldados rusos llevaban uniformes de gala para su desfile de la victoria en Kiev en lugar de municiones y raciones adicionales. Putin ha comprometido la mayor parte de su ejército en esta operación; no hay grandes reservas de fuerzas a las que pueda llamar para agregar a la batalla. Las tropas rusas están atrapadas en las afueras de varias ciudades ucranianas, donde hacen frente a grandes problemas de suministro y constantes ataques ucranianos”. “El colapso de su posición –proseguía Fucuyama– podría ser repentino y catastrófico, en lugar de ocurrir lentamente a través de una guerra de desgaste. El ejército del frente llegará a un punto en el que no podrá ser abastecido ni retirado, y la moral se evaporará”.

Al no haber atacado Ucrania territorio ruso, la pérdida de vidas humanas se vincula al ejército profesional y a su responsable último, Vladímir Putin. El llamamiento obligatorio de reservistas, la incapacidad temporal y material de formar a los nuevos soldados, la falta de suministros a las líneas avanzadas y la brutal represión de los opositores, se suman como caldo de cultivo social para un movimiento de rechazo al Kremlin. Rechazo social que lleve al colapso que decía Fukuyama.

De ahí que Putin necesite imperiosamente una victoria frente a Ucrania. Una victoria rápida y contundente que, en un momento de zozobra, podría buscarse en la utilización de su arsenal nuclear. El empleo de armas de destrucción masiva resulta un supuesto descabellado por la naturaleza del mal que provocaría y la apertura de una dinámica destructiva global. Pero tal y como se encuentran las cosas y conociendo un poco el perfil autocrático de Putin, nada es descartable.

La utilización de armas atómicas modificaría sustancialmente la naturaleza del conflicto que hoy conocemos. El hipotético lanzamiento de un misil nuclear táctico en Ucrania, con la afección radiactiva en los países limítrofes –algunos miembros de la alianza– significaría la ejecución del artículo 5 de la OTAN, que obliga a sus miembros a una defensa colectiva.

Es difícil concretar qué tipo de reacción obtendría este tipo de decisión armada por parte de Rusia, pero desde distintos ámbitos se ha verbalizado que “la respuesta sería decisiva. De forma más explícita contestaba el otro día en una entrevista concedida a la cadena ABC News el general retirado David Petraeus, exdirector de la CIA y líder del Comando central del ejército durante el mandato de Barack Obama. “Responderíamos –dijo Petreaus– liderando una misión colectiva de la OTAN que eliminaría todas las fuerzas convencionales rusas que podamos ver e identificar en el campo de batalla en Ucrania, también en Crimea y todos sus barcos en el mar Negro”. De ahí en adelante hay campo libre para cualquier previsión de tinte catastrofista.

Como inicio de este escrito partíamos de la recesión económica de Alemania que, previsiblemente deparará una caída similar en los países de la zona euro. También en el nuestro. Será un período complicado, sobre todo durante un invierno en el que si la climatología se recrudece va a haber muchas familias que lo van a pasar mal habida cuenta del disparatado precio de la electricidad y de los carburantes. Es en ese panorama en el que los gobiernos y quienes los sustentan deben procurar ser prácticos y llegar con ayudas públicas a quienes necesiten el amparo para poder sobrevivir. Ayudas dirigidas a sostener el bienestar de la gente y acciones encaminadas a garantizar el acceso energético suficiente para que nuestra actividad de progreso pueda seguir adelante.

En Euskadi todo el mundo está en contra de la guerra. Incluso cuando un psicópata ataca a la población civil indefensa, provoca el desasosiego en medio mundo y amenaza con hacer uso de armas nucleares. También hay gente que no quieren verse vinculada al “capitalismo occidental” negándose al desarrollo industrial de energías que garanticen nuestro futuro.

Yo a esos les permitiría legítimamente descabalgarse del sistema. Si no quieren gas, ni combustibles fósiles, ni parques eólicos o fotovoltaicos, están en su derecho. Que libremente den su nombre a las autoridades y les desconectemos del modelo consumista neoliberal y atlantista. Así, con toda coherencia, que desarrollen su propuesta de autoconsumo. Y para ayudarles en su empeño sería partidario de subvencionarles una dinamo. Si quieren luz, que pedaleen.

Miembro del Euskadi Buru Batzar de EAJ-PNV