“Acudimos antes a nuestros amigos porque son el espacio más seguro”. “Hay mucha gente que no puede hablar de estas cosas con su familia”. “Sigue habiendo una barrera cultural respecto al tema de Voy al psicólogo”. “No lo tenemos que ver como algo extraordinario. Pedimos más escucha por parte de las instituciones y el Gobierno”. “La juventud está sensibilizada con la salud mental y aboga por un cambio. Tenemos mucho que decir”. Todas las anteriormente mencionadas son reflexiones que han hecho Irene (15), Clara (17), Lara (20) y Fran (19), pero que podría haber hecho cualquier adolescente de nuestro alrededor.

Los problemas de salud mental y el malestar emocional son una causa importante de sufrimiento de niñas, niños y adolescentes que a menudo se pasa por alto, pero que interfiere en su salud y educación, así como en la capacidad para alcanzar su pleno potencial. Es primordial escucharlos y abrir la conversación pública para acabar con los estigmas en torno a la salud mental. Y no solo en nuestro círculo más cercano. También en los contextos humanitarios, como en la crisis de Ucrania, es fundamental tener en cuenta las afectaciones psicosociales que se producen, e implementar acciones para ofrecer acompañamiento y prevenir el riesgo de repercusiones a medio y largo plazo en el bienestar emocional de los niños y niñas. Las heridas invisibles que pueden dejar las guerras y los conflictos armados pueden suponer un elevado coste para la sociedad. Dolorosas despedidas en las estaciones de tren. Una explosión a escasos metros. Viviendas destruidas. Familiares que han fallecido delante de sus ojos. Los temidos ruidos de sirena. Las huidas. Largas horas caminando en busca de refugio. El dolor físico que pueden generar los conflictos en un niño es dramático. Pero el malestar emocional que le consume por dentro sin apenas darnos cuenta no lo es menos.

Según el estudio de Unicef En mi mente: promover, proteger y cuidar la salud mental de la infancia (2021), más de uno de cada siete adolescentes de entre 10 y 19 años en todo el mundo tiene un problema de salud mental diagnosticado: la ansiedad y la depresión representan alrededor del 40% de estos problemas, pero debemos tener presentes otros como los trastornos por déficit de atención, de la conducta, el bipolar, los alimentarios, la discapacidad intelectual, el autismo… Sin embargo, la cifra que nos enseña el abismo es que cada año casi 46.000 adolescentes se suicidan, es decir, más de una persona cada 11 minutos, siendo una de las cinco principales causas de muerte para este grupo de edad. Sigue habiendo grandes diferencias entre las necesidades relacionadas con la salud mental y la financiación destinada a esta cuestión: solamente alrededor del 2% de los presupuestos de salud de los gobiernos se destinan a la salud mental en todo el mundo.

Ya en periodo estival y con más ganas que nunca de vacaciones, no debemos olvidar las consecuencias de la pandemia del covid-19, que no han hecho más que poner sobre la mesa un panorama de desigualdades y de malestar emocional que ya existía en muchos casos. Con la pandemia hemos visto la punta del iceberg de este problema. Solo la punta: el resto queda escondido, en la sombra. Y cuando se obvian los problemas de salud mental en nuestras sociedades, reforzamos el estigma y no permitimos que los niños, niñas y sus familias busquen la ayuda que necesitan, ya que el estigma les disuade de hacerlo correctamente. Ahora más que nunca hay que escuchar a los niños, niñas y adolescentes, sin minimizar su dolor: hay que apoyar a las familias para que puedan comprender mejor las necesidades de la adolescencia en un mundo cambiante, y hay que garantizar que los centros educativos apoyen el bienestar emocional y la salud mental, reforzando su rol para que se asegure el apoyo psicosocial a los niños y niñas que lo necesitan. Es un trabajo transversal y multisectorial, que coordine todos los ámbitos como la salud, la educación, los servicios sociales, los servicios comunitarios o de protección…

Por todo ello, confiamos plenamente en la nueva Estrategia de Salud Mental de Euskadi. En busca del bienestar emocional de nuestra infancia y adolescencia, es necesaria una inversión urgente que ataje este problema en todos los sectores, no solo en el de la salud. Incrementar el ratio de personal especializado en infancia y adolescencia; implementar programas de apoyo a pacientes, familias y profesionales sanitarios; aumentar los recursos humanos y materiales; prestar atención especial a colectivos de mayor vulnerabilidad como la infancia en riesgo de pobreza y exclusión, víctimas de violencia, niños y niñas que están en los sistemas de protección o en los de justicia juvenil, niños y niñas migrantes y refugiados o solicitantes de asilo, niños y niñas con discapacidad, la infancia LGTBIQ+… Desde Unicef pedimos políticas públicas de salud mental también para esos colectivos, con abordaje intersectorial y un mayor número de recursos especializados. Porque queremos luchar contra el estigma que supone todavía hoy para muchos niños, niñas y adolescentes padecer algún tipo de problema mental.

Presidente de Unicef Euskadi