Me gusta leer los artículos de mi buen amigo, el periodista Joan Tapia, en su día director de La Vanguardia, después director de RTVE en Catalunya y, en la actualidad, amén de contertulio en radios y televisiones, publicando al menos dos artículos semanales en El Periódico de Catalunya, donde yo también escribí durante bastantes años. Joan es un buen analista político. Cuando viene a Donosti, al menos una vez al año, procuramos encontrarnos. Lo mismo sucede cuando yo voy a Barcelona. Charlamos largo y tendido, pero con Joan es prácticamente imposible hablar de otra cosa que no sea de política. A veces coincidimos en el Palau, ahora en los medios por el desfalco sufrido, o en el Kursaal donostiarra. Pero tras un brevísimo comentario del concierto escuchado, ya me lanza la pregunta: “¿Y cómo van las cosas por Euskadi?”.
Me suele poner en apuros pues está más al tanto de los dimes y diretes de “lo nuestro” que yo mismo. Si yo le hablo de mis libros sobre los jóvenes, la familia, la religión etc., me escucha educadamente, pero rápidamente me formula la pregunta de “¿y cómo van las cosas por Euskadi?”, “¿volverá a ganar el PNV?”, “¿sigue fragmentado el PSE?”, y durante los años de plomo, con ETA a lo suyo, siempre acabábamos hablando del fin del terrorismo. Coincidimos bastante.
Joan es un hombre muy ecuánime en sus juicios y en sus planteamientos, que es lo que personalmente más valoro de un analista, aunque no oculta su tendencia socialista. No solamente está en su derecho sino que, además, cuando uno se expone en los medios de comunicación es imposible ocultarlo. Incluso diría que deseable para que el lector sepa quién es quién. Todos los que me leen, al menos con alguna frecuencia, saben bien de qué pie cojeo.
El presidente de Ciudadanos, Albert Rivera, es un hombre inteligente que, sin embargo, se me antoja un chisgarabís que, afortunadamente, nada tiene que hacer en Euskadi pues, si pudiera, intentaría cargarse el Concierto Económico y que, en España, ha decidido convertirse en un inquisidor, pero sin querer aceptar la responsabilidad de gobernar.
El PSOE da pena. Aquí cito a Joan Tapia, quien escribe que el PSOE “resiste bien en las encuestas, pese a estar sin líder, y la Gestora lleva el día a día con un notable alto, pero no se han cerrado las heridas del pasado 1 de octubre cuando la dimisión forzada de Sánchez. Es más, el cisma entre sanchistas y susanistas parece haberse agravado, al perpetuarse, y no es seguro que las primarias de mayo arreglen las cosas”.
Tapia comenta los datos muy concordantes del CIS de enero y de la encuesta de El Periódico de febrero, recuerda que “hay un tercer candidato, Patxi López, el mejor valorado en la encuesta, que huye de la polarización pero que también abunda en tópicos. Y una batalla a tres puede acabar con un secretario general elegido con menos del 50% de los votos”. Personalmente, nunca he entendido que el PSOE arrincone, a menudo, al candidato que, más allá de sus bases, más votos concitaría en la ciudadanía. Sucedió en Euskadi y en España con Ramón Jáuregui y está sucediendo ahora con Javier Fernandez. No lo entiendo, claro que yo no estoy en el PSOE, y menos aún en sus mentideros.
Aunque para el futuro le auguraría negros nubarrones, pues ha llevado al paroxismo la desmembración emocional de España que hace tiempo dejó de ser nación para muchos de sus habitantes. Le salvará, quizás, el calamitoso nivel político de sus contrincantes. Pero, para el independentismo catalán y vasco, con Rajoy en el puesto de mando en la Europa a dos velocidades, poco cabe esperar de la internacionalización del conflicto.