Antártida. Entre la densa niebla que abraza la base científica rusa Bellingshausen sobresale las cúpulas firmes de la ermita de Santa Trinidad, la iglesia ortodoxa más austral del planeta.

En su cálido interior dorado resuena música bizantina y se distinguen iconos religiosos de la tradición ortodoxa. A través de una pequeña ventana se observa el gélido manto de nieve que durante todo el año cubre parte de la remota isla antártica llamada Rey Jorge.El pequeño templo de madera grisácea fue construido en 2002 en la región siberiana de Altái, de acuerdo a la tradición ortodoxa rusa.

Dos años después fue desarmado y trasladado en barco hasta los 62 grados de latitud sur, donde se instaló en la cima de un promontorio yermo y rocoso, al lado de la base científica rusa.

Desde entonces, sacerdotes de ese país se turnan para vivir durante algunos años en esta planicie desolada para oficiar misa y apoyar a la treintena de trabajadores que habita la estación Bellingshausen. Para Palladium, el actual clérigo del templo, vivir en el Continente Blanco es un "privilegio" que le ha permitido escuchar a Dios de una forma más "profunda".

"La Antártida ofrece la oportunidad de conocerse mejor a uno mismo y acercarse mucho más a Dios", dice a Efe el religioso quien asegura que en este rincón helado del planeta ha encontrado "la pura verdad". Palladium su nombre de sacerdocio luce un una sotana negra y una barba frondosa, habla despacio con la cadencia de un sabio anciano pero se mueve con la rapidez propia de su edad, que no debe sobrepasar los 35.

Cuando no oficia misa viste un mono térmico e impermeable y trabaja con los demás compañeros en la dura tarea de acondicionar y reparar la base, donde cada invierno se superan los 30 grados bajo cero.Este es su cuarto año en este lugar, donde no hay "televisión, internet o estereotipos", aquí, dice, sólo hay silencio y tranquilidad.

Para llegar al templo hay que ascender por un empinado camino de piedras que conduce a la cima de una pequeña colina desde donde se puede ver gran parte de la península Fildes, donde además de la estación científica rusa también se encuentra las bases de Chile y China.

Para el visitante, adentrarse a la pequeña iglesia es como penetrar en un mundo que invita a la introspección, en el que los cantos gregorianos se mezclan con el balsámico aroma de cedro y el humo de las velas. "Después de cuatro años estoy convencido de que la Antártida es un sitio muy especial cuyo paisaje resuena en los visitantes a lo largo de toda su vida", explica.

A su parecer, ello justifica la existencia del templo en ese paraje solitario, solo colonizado por algunos pingüinos y diversas congregaciones de lobos marinos. "La iglesia ejerce como un llamado al corazón. La gente que llega a la isla quiere conocerla y eso es una oportunidad para abrir la religión ortodoxa al mundo", señala.