El imposible, realidad
Para conmemorar el Día Internacional del Euskera, el lehendakari, Patxi López, eligió el texto de la primera gramática de la lengua vasca. La escribió Manuel Larramendi en el siglo XVIII, en el que demostrar que el euskera era una lengua costó sudores al andoaindarra.
"EL vascuence fue la lengua formada por sólo el ingenio de Dios, que, como infinitamente perspicaz, se la imprimió a los primeros padres del vascuence tan bella, tan ingeniosa, tan filosófica, consiguiente, cortés, dulcísima, y con otras prendas propias de una lengua de tan honrado principio", escribió Manuel Larramendi (1690-1766) en El Imposible vencido de 1729.
Entre los siglos XVI y XVIII se concibió la idea de que había existido un idioma único que en sucesivas disgregaciones había producido las lenguas modernas. Esta idea sólo se podía afrontar desde el punto de vista cristiano. La Biblia exigía un idioma generador y su búsqueda supuso el estudio por parte de muchos eruditos que querían, en palabras de Lázaro Carreter, "investir de abolengo divino a la lengua por la cual la palabra de Dios se comunicó a los hombres".
Para explicar la diversidad lingüística que existía en el mundo, se echó mano de la Torre de Babel, construcción mencionada en la Biblia. Según cuenta el capítulo once del Génesis, los hombres pretendían alcanzar el cielo con la construcción de esta torre. Dios, para castigar las ansias de grandeza de los humanos, hizo que los constructores comenzaran a hablar diferentes lenguas, hecho que provocó la confusión y que los reunidos en Babel se dispersaran.
Este pasaje desbordó la imaginación de los escritores de la Edad Moderna. La mejor y casi única forma de demostrar que el idioma propio sí valía para escribir era decir que se trataba de esa lengua primitiva anterior al castigo de Dios.
Si Dios hablaba euskera, no hablaba castellano, si lo hacía en castellano no lo hacía en francés... era el problema del idioma único, que desplazaba todas las demás lenguas. Por eso, los apologistas vascos "fueron objeto de ataques vigorosos por parte de algunos de otras regiones de España, que ante todo se sentían ofendidos por su amor propio, y lo que debía ser discusión científica y académica se convirtió en pleito de campanarios", escribió Caro Baroja años más tarde, en 1982.
Durante el siglo XVIII, se empezó a fraguar la conciencia moderna, basada en la ciencia y en la razón, dejando atrás viejos argumentos. Se fijaban en Descartes, Leibniz o Galileo. Poco a poco, las discusiones y debates empezaron a respetar los principios científicos. Los de lingüística, también.
En ese contexto, y con el objetivo de demostrar que el euskera es una lengua civilizada y adecuada para trabajar la ciencia y la literatura, escribió Larramendi el texto elegido por el lehendakari, Patxi López, el Día Internacional de Euskera: El imposible vencido. La publicó para demostrar a los incrédulos que el euskera también seguía unas normas y reglas, y que podía y debía emplearse en la escuela para transmitir conocimiento científico.
Además, Larramendi no tenía duda del peligro que podía correr el euskera "si quedaba retirado de la enseñanza reglada de las primeras letras", según cuenta Iñaki Aldekoa en Euskal Literaturaren Historia. "Nada se lee, ni escribe, ni se enseña a los niños en Bascuence, no hay Maestro que quiera, ni sepa deletrear en su Lengua. Dentro ni fuera no ha habido quien haya impreso algo en Bascuence, para utilidad de estos Países, exceptuando los pocos libros de Labort, que aún apenas se encuentran", escribió años más tarde en su Diccionario Trilingüe.