cercarse a Zubieta para ver jugar a equipos de las categorías inferiores es como comer fruta y verdura, bueno para la salud. En este caso, para la salud futbolera. No lo hago todo lo que me gustaría, pero de vez en cuando toca seguir in situ a la Real C, al juvenil o a un cadete para saber así qué se cuece en las entrañas del club y tomar un poco de perspectiva general, escapando de la vorágine más cortoplacista del primer equipo. Recuerdo que, en septiembre de 2016, caí por las instalaciones txuri-urdin para asistir a un derbi donostiarra de la División de Honor juvenil, frente al Antiguoko. Antes de tomar asiento, coincidí con un par de sabios de la cantera y les formulé la clásica pregunta: "¿En quién me fijo?". Los dos me señalaron a Martín Zubimendi, pero solo pude analizarle en jugadas contadas. Apenas cinco minutos después de mi llegada, se lo estaban llevando en ambulancia con una luxación de hombro.

No fue la mejor introducción posible para descubrir a un centrocampista total, imprescindible en la actual primera plantilla. Zubimendi (1999) lo es por una cuestión de nivel y de calidad, obvio. También resulta clave porque sus características se adaptan como un guante a lo que exige el fútbol de hoy en día, en contraposición a perfiles más clásicos como los de Asier Illarramendi (1990) o incluso Ander Guevara (1997). Comentaba el pivote donostiarra, en una entrevista concedida recientemente a este periódico, que él es, "después de Januzaj", el jugador blanquiazul que más broncas se lleva de Imanol. Supongo que unas reprimendas y otras tendrán muy poco que ver: el belga las recibirá por su condición de satélite, y Martín por significar un volante crucial para el funcionamiento del equipo.

El 3 txuri-urdin es un chico para todo. Acredita buena capacidad de llegada al área rival: antes de sus dos primeros goles, recientes aún, ya había disfrutado de innumerables ocasiones. Pese a actuar como pivote posicional, puede ganar altura para recibir en ubicaciones adelantadas permutando su posición con uno de los interiores, Merino principalmente. Tiene un pie lo suficientemente bueno como para dar salida y fluidez al juego desde el puesto de 4. Agradece también incrustarse en la zaga para ayudar a iniciar las jugadas de cara. Y, tal y como le vimos el domingo en Elche, marca la diferencia respecto a otros centrocampistas del plantel por su adaptabilidad a un rol de defensa puro y duro. Así ejerció en el Martínez Valero durante los primeros 70 minutos, en los que sin balón la Real dibujó una retaguardia de cinco hombres, con Zubimendi entre Zubeldia y Le Normand.

Fue un partido perfecto para ilustrar la importancia de Martín, pieza sustancial en el planteamiento de Imanol. La pizarra del de Orio condujo a la Real a mostrar una marcada superioridad durante una larga fase del encuentro, con un 4-4-2 de medular en rombo que mutaba a 5-3-2 cuando el Elche tenía la posesión. Costó ajustar esta segunda estructura durante el tramo inicial, y el 1-0 llegó precisamente por uno de esos costados que el míster quería amarrar actuando así: salto de Zaldua a Mojica y cobertura de Zubeldia a por Fidel. No fue suficiente para evitar el gol. Pero el mérito txuri-urdin residió en sobreponerse a un arranque complicado y continuar ejecutando el plan, sin fisuras ni desconfianzas. Circuló bien el balón, y a partir de ahí los interiores Rafinha y Merino trajeron por la calle de la amargura a los laterales franjiverdes. Navarro y brasileño recibían libres o provocaban la presión de Mojica-Palacios, opción esta última que activaba a su vez las carreras diagonales y profundas de Sorloth e Isak. El panorama generado debió bastar para llegar tranquilos al tramo final, con una renta más amplia. Faltó lo de casi siempre, un mayor acierto.

La Real jugó un gran partido hasta el minuto 68, momento en el que Imanol introdujo los primeros cambios. Para mí resultó claro: a partir de entonces, el equipo ya no carburó como lo había hecho antes. Sin embargo, es curioso y llamativo que al entrenador se le censure haber concluido el partido con una zaga de cinco. Primero, porque la Real se había ordenado así desde un principio en fase defensiva. Y segundo, porque el tramo de partido realmente peligroso fue el transcurrido entre los minutos 68 y 79. Los txuri-urdin lo disputaron dispuestos según su clásico 4-3-3, pero esperando ya con un 4-4-2 (Silva ganaba altura en la presión) que saltó por los aires en la jugada que supuso la gran oportunidad del Elche para el empate. El oriotarra rectificó luego sobre la marcha para volver a reforzar la retaguardia, aún a costa de ceder terreno, y el asedio de los locales para terminar fue solo territorial. La pregunta es: ¿se había equivocado el técnico al sentar a Rafinha y Sorloth para introducir a Portu y Januzaj? Y su respuesta depende del fuelle físico que les restara a los sustituidos. Si lo tenían, no veo por qué había que retocar nada. Si andaban justos, se hacía difícil no modificar cosas: Guridi para el interior diestro y el mismo Portu en doble punta con Isak podían haber ayudado a mantener la idea, pero dentro ya de perfiles distintos que quizás la habrían matizado en exceso. El amigo Zubimendi, mientras, seguía a lo suyo, jugando de todo: de pivote en un 4-4-2 en rombo, de central en un 5-3-2 defensivo, de 4 dentro del dibujo habitual y en paralelo a Mikel Merino para acabar el encuentro. Un auténtico lujo de futbolista.