No, este no pretende ser el típico artículo que ensalza lo grande que es Mikel Oyarzabal. Uno de esos que no tengo más remedio que escribir dos o tres veces al año rendido ante el nivel y el rendimiento que ofrece el mayor icono txuri-urdin desde que se retirara Luis Miguel Arconada. No es una cuestión de analizar unas estadísticas extraterrestres como el registro de que ha marcado en diez competiciones distintas en 2021. Unos números que de haberlos firmado con una camiseta blanca o blaugrana hubiesen dado la vuelta al mundo. Cuando juegas en la Real y te asomas al exigente escenario de la selección te encuentras completamente expuesto a una crítica feroz y sin filtro de los insufribles cafres que anidan en los entornos de ambos gigantes y que son incapaces de no proyectar en todo la rivalidad del clásico. No hay más que leer los palos que recibe cuando no acierta y la de gente que piensa de verdad, no ya que no es tan bueno, sino que es malo. El pasado verano en Andalucía me la lanzaron varios conocidos que lo creían sinceramente, a los que, como es lógico, no tardaba en saltarles a la yugular antes de desmontar con datos objetivos y tangibles su esperpéntica teoría. Y eso que a Oyarzabal, como a otros futbolistas legendarios maltratados en algún momento de sus carreras (un, dos tres responda otra vez: Fernando Torres), no hace falta que le defienda nadie, ahí está su repertorio en cifras para el que quiera consultarlo si tiene una tarde libre, porque le hará falta, sobre todo, tiempo.

Pero yo quiero incidir en todo lo demás de Oyarzabal, que es tan importante como su amistad con la portería rival. Volviendo a la selección, llegó a la Eurocopa en horas bajas (en la Federación incluso manejaban unos datos que le señalaban como uno de los más afectados tras pasar el covid), pero marcó un gol clave ante Croacia, transformó la pena máxima definitiva en la tanda ante Suiza y jugó un gran partido en semifinales, ya titular, a pesar de que no acertó en dos buenas ocasiones que dispuso. Sin apenas descanso, y mientras la prensa que viajó insistía en reclamar la presencia de Rafa Mir porque Oyarzabal no era un 9, fue el mejor de largo de los de Luis de la Fuente. Incluso su supuesta competencia, el sevillista, no tuvo más remedio que rendirse a su talento: "Oyarzabal es muy bueno, me quedo con él". Pero su meteórica e imparable evolución dio un paso de gigante en la pasada Copa de Naciones cuando, actuando otra vez de estilete, se erigió en la figura de la absoluta. Ese es el nivel. El minuto y resultado de su trayectoria. Leyenda en la Real y camino del mito en la selección. Y lo mejor de todo es que muchos aún no lo saben o no lo quieren saber. En fin, como todos somos plenamente conscientes ya, mejor para nosotros.

El que tiene muy clara la importancia capital de Oyarzabal en cualquier conjunto es Luis Enrique. No es extraño que le eligiera para explicar su concepto de equipo en una charla con el resto del cuerpo técnico de España que ha desvelado y publicado en sus redes sociales la propia Federación: "Somos un equipo, la selección española. Hace falta gente como Mikel Oyarzabal que, jugando de 9, se mete un esprint de 40 metros para presionar como un burro al portero, como un animal, porque sabe que la línea defensiva va a llegar al medio del campo y presionar a sus centrocampistas, que el portero va a estar en la mitad del área para hacer la cobertura. Eso es un equipo". No hay más que recordar lo que dijo también De la Fuente en los Juegos: "Oyarzabal tiene mucho tirón. He visto muchas camisetas de la Real por aquí". Ya lo ven, los japoneses entienden más que muchos que se las dan de entendidos y que flaquean cuando les sacan de los galácticos que militan en sus gigantes.

La pasada semana almorcé con un técnico guipuzcoano y me encantó lo que me dijo del eibartarra: "Lo suyo no es solo humildad como persona, algo que ha demostrado toda la vida, lo más destacable es su humildad en el juego. El saber que si no haces una cobertura siguiendo al lateral puedes desequilibrar al equipo y puede acabar en gol. O si te deja atrás con facilidad un rival y se autoexige pegarse una carrera de 50 metros. No es descabellado verle llegar al área en las pocas jugadas que sorprenden a la Real a la contra. No escatima ni el más mínimo esfuerzo por el bien del grupo, sacrifica cualquier lucimiento personal. Aunque eso signifique quedarse sin fuerzas para marcar las diferencias en los últimos minutos de los encuentros como hace durante la mayoría del resto de los duelos". Los dos coincidimos en que estábamos hablando de una figura extraordinaria. Un líder y un referente con el que puedes contar siempre para todo. Creo que, en este sentido, con el único futbolista que tiene parangón es con el exmadridista Raúl. Un delantero que tenía asimilados los mismos conceptos solidarios o que simplemente también los traía de serie cuando irrumpió con estruendo en el Bernabéu con 17 años. Ambos son el paradigma del entrenar como se juega el domingo. De no ser los mejores en nada, pero sí un 7 en la mayoría de cuestiones futbolísticas. El madridista tenía aún mucha mejor relación con el gol (era un depredador en el área), mientras que el eibartarra cuenta con mucha más potencia, velocidad y calidad para actuar con solvencia en más demarcaciones como la mediapunta y las dos bandas.

El fútbol de hoy en día es peligrosamente efímero. Nos cansamos de ver las mismas caras, aunque se hayan convertido en leyendas inmortales como el famoso Oyarzabal, aquel futbolista que nos devolvió la gloria 34 años después. Solo los elegidos parecen encontrarse por encima de dicha amenaza, aunque el tiempo sea un nocivo enemigo en este sentido y no entienda de tejidos. ¿Pero se han dado cuenta de una cosa? Cada vez falta menos para que el 10 tenga que pasar por vicaría para revisar un contrato que expira en 2024 y apenas se habla del interés de los habituales moscardones que quieren amargarnos la vida con su fichaje. En las entrevistas que concede ya se pasa por el tema de forma secundaria e irrelevante. Es como si todo el todo el mundo pareciese darse cuenta de que Mikel es patrimonio de la Real. Como si nadie quisiera romper el hechizo de luna entre el futbolista y un escudo que brilla más cada vez que lo besa tras marcar otro gol de txuri-urdin. Esta tarde se enfrenta a un buen amigo suyo, Borja Mayoral, con el que ha coincido en muchas selecciones: "De mi generación es el mejor", me dijo el realista un día. La humildad por bandera. No, Oyarzabal, el mejor de largo eres tú. Menos mal que no pretendía ser el típico artículo de elogio a nuestro capitán.... ¡A por ellos!