Los errores me motivan, no me hunden”. Sirva este lema castrense para pasar página a lo sucedido en el Benito Villamarín. Tranquilos, no es cuestión de replantearse nada trascendental por una derrota, lo importante son las veces que te levantas y la forma con la que reaccionas en la fatalidad. Después de muchos meses con paso firme y plena convicción en sus posibilidades, tanto en el éxito como en el fracaso, y con una lista de bajas como la del INEM, la Real titubeó. Mostró debilidad y fragilidad. No es cuestión de señalar al portero, porque la mayoría de tardes ha sido fiable bajo palos y clave en otros aspectos como la salida del balón, pero nadie mejor que él sabe que su puesto es el más ingrato en el fútbol y que cuando falla con estrépito se convierte en el principal responsable del resultado. Cuando sucede, se dice con la mayor naturalidad y coherencia posibles y hay que aguantar el chaparrón, que este show está montado y funciona así. Los delanteros se llevan la mayoría de titulares en el éxito y es cierto que, como sucedió con el mismo Portu, se digieren sin tantos dramas sus repetidos errores en la definición. Los porteros siempre se encuentran bajo la lupa, algo que va implícito en la singularidad de su puesto y en el hecho de que puede tocar la pelota con las manos, pero es justo reconocer que también tienen una invitación VIP para erigirse en el héroe de cada partido. Luego ya depende de su rendimiento si la aprovechan o no. Remiro me parece un buen portero, titular indiscutible en la Real por sus merecimientos adquiridos en el campo y pieza clave en el funcionamiento coral del equipo, pero cuando mete la pata y se viene abajo en lugar de estimularse, lo normal es que la factura a pagar sea una dolorosa derrota. No es la primera ni será la última. Tomar nota, analizar, aprender y superarlo lo más rápido posible. A poder ser poniéndose bajo palos cuanto antes. No hay más y no existe otra receta (bien el navarro con su mensaje autoinculpatorio en sus redes sociales). Tampoco vayamos a fustigarnos más de la cuenta cuando la Real va bien y Merino y Silva están a punto de reaparecer. En resumen, Noches de diciembre, las mismas a las que cantaban los donostiarras Insignificantes y que tantos quebraderos de cabeza nos están generando en los últimos tiempos.

La sombra de lo sucedido en el feudo verdiblanco no puede eclipsar el regreso de la Copa. En nuestro caso sería simplemente imperdonable cuando por fin hemos conseguido otorgarle al torneo la importancia que tiene y explotar al máximo la oportunidad que presenta cada año al club para hacer feliz a la afición con otro posible título. Sí, no tengo problemas en reconocer que todavía seguimos sintiéndonos campeones, algo previsible, porque la victoria en Sevilla es inmortal y perenne. Ya lo dijo Imanol antes del PSV, en este caso para rebajar tensiones: “Que yo sepa en los últimos 34 años solo hemos jugado una, y la ganamos”. Una frase limpia y sin segundas que, por cierto y por delirante que parezca, ha escocido mucho entre el sector más afectado por el 3 de abril.

Como he dejado claro en muchas ocasiones, yo me tomo la Copa como lo hacen los ingleses. La maldita modernidad y los millones de la televisión lo han cambiado todo, pero, hasta 1983, su final era el partido más importante de la temporada, entre otras cosas, porque era el único que podían ver en directo y se convertía en un auténtico acontecimiento nacional. Cualquiera que interviniese en el duelo decisivo, desde futbolistas y entrenadores hasta periodistas, lo definía siempre como el evento más célebre de los que acogía el imponente Wembley cada temporada. Para un comentarista, narrar la final también era la cima de su oficio. Los ingleses cuidan al detalle la pureza de una competición en la que pueden participar todos los clubes que lo deseen. Ahora ya es más complicado, pero al contrario de lo que sucede aquí, donde a los mecenas solo les interesa que lleguen a la final el Barça y el Madrid para exprimir su tediosa rivalidad en otro de esos clásicos del siglo, en las islas lo que explotan habitualmente es el encanto de gestas de los David que tumban a todo un Goliat. Porque para ellos es ahí donde reside el verdadero secreto de la Copa, en el componente de incertidumbre y en el factor sorpresa. Por eso todavía escuece en su país que el Manchester United, que era el vigente ganador de la competición, se retirara y no defendiera su corona para disputar el Mundialito de Clubes de 2006. Los aficionados británicos, los más beligerantes con el proyecto de la Superliga, no salían de su asombro por una afrenta de los red devils que 20 años después se sigue considerando como una mancha negra en la mítica leyenda de la FA Cup.

Para que se hagan una idea de lo que supone esta competición, qué mejor ejemplo que el del Wigan de Roberto Martínez (actual seleccionador belga), vencedor de la edición de 2013 casi al mismo tiempo que perdió la categoría a la que no ha vuelto aún. El técnico habló así de los dos retos que afrontaron a la vez: “Si me lo hubiesen preguntado cuando estábamos metidos en la pelea, habría contestado que prefería seguir en la Premier, porque yo me dedicaba a hacer un proyecto de club, pero, tras la celebración, los aficionados me hicieron ver que era más importante ganar un título. Viendo a la hinchada me di cuenta de lo que suponía y de que la imagen del Wigan no iba a depender tanto de haber estado ocho o nueve años en la Premier, pero sí que se recordaría que tenía la copa en sus vitrinas. El equipo estaba destinado a acabar bajando algún día, pero, en cambio, ganar la copa no entraba en ninguna quiniela y es algo que quedará para siempre”. Para siempre, qué bonito concepto, me suena...

Para manchas negras las de la Real durante casi 25 años en la CopaUna etapa para olvidar durante la que nadie en el club habría entendido un mensaje como el de Roberto Martínez. En la lista de las mayores pesadillas figura nuestro anfitrión de hoy, el Zamora, que nos eliminó en 2005, cuando gran parte de la parroquia realista se tomaba a chufla los continuos ridículos coperos de los suyos. En aquella ocasión fue el colmo de los colmos, porque sucumbieron ante un Segunda B, el segundo consecutivo con Amorrortu en el banquillo, jugando con uno más desde el minuto 39 de la primera parte y siendo víctima de un verdugo en forma de portero pasado de peso. En la surrealista tanda de penaltis, los blanquiazules fallaron los cinco lanzamientos y lo locales tres, antes de que su héroe, para mayor escarnio, transformara el definitivo. De no creer, para reír y llorar al mismo tiempo. Ha llegado la hora de demostrar que ya nada es igual y que ahora la Real ni regala, ni concede, ni comparece acomplejada por nada ni nadie. Compite en el torneo pensando nada más y nada menos que en volver a ser campeona, como debe ser. Cuentan que hace unos años, en una ronda preliminar de la FA Cup entre los amateurs Saint Austell y el Tavistock, uno de los 250 lugareños presentes comentó a sus vecinos en la grada: “Me encanta la FA Cup. Solo trece partidos hasta Wembley... ¡Creo que va a ser nuestro año!”. Esta es simple y llanamente la actitud. ¡A por ellos!