irando los toros desde la barrera, reconozco que me lo esperaba. Cuando uno lleva tanto tiempo relacionado con el mundo del fútbol ya no le sorprenden este tipo de maniobras tan previsibles en plena negociación para la renovación de un contrato. No, no me ha extrañado nada que en las últimas horas haya aparecido el nombre de Januzaj como solución de emergencia del Barcelona, el gran pez gordo en apuros del panorama mundial. No es cuestión de hacer sangre con el club catalán, sobre todo para evitar el ridículo que están haciendo muchos periodistas madridistas mofándose en los medios de su eliminación de la Champions como si estuviesen con sus colegas en la barra de un bar, pero hay cosas que no podemos entender. El interés azulgrana por el bruselino se resume en que podría llegar libre en verano, al acabar contrato con la Real o incluso mudarse en este enero a cambio de, no se lo pierdan, “una cantidad simbólica”. Perdón, disculpen, ¿cantidad simbólica de qué? ¿De sugus de piña? ¿De turrón de chocolate? Aceptamos pulpo como animal de compañía en que nos hagan habitualmente de menos cuando nuestros caminos se cruzan pero, ¿desde cuándo parecemos un club casco azul destinado a solventar problemas de alto calado de gigantes abusones arruinados por sus negligentes gestiones? Nuestro equipo también estuvo sin un euro podrido en Segunda con un futuro inmediato desalentador, pero, desgraciadamente, no recibimos ninguna llamada desde Can Barça para ayudarnos. Y que el triunfal legado de Messi y Cruyff nos dejen ver el bosque, antes el conjunto barcelonista no tenía el gen ganador perpetuo que luce en su ADN su eterno rival. Nadie lo describe mejor que Sergi Pàmies en su recomendable Confesiones de un culé defectuoso, en el que empieza contando su primera vez en un Camp Nou intoxicado por el germen del pesimismo y el derrotismo en los años 60. Le llevó su tío y, al llegar, le comentó que disfrutara de la noche, el estadio y el bocadillo, pero que de los jugadores no esperara nada bueno. Con bastante gracia, explica que conoció un buen puñado de palabras específicas para la variante de inutilidad de cada jugador. Las mismas que le aguardarían a Januzaj en sus épocas negras u opacas que le acechan cada curso, como bien conocemos por estos lares.

“Januzaj sí que es buenísimo”, me reconocía hace poco un exjugador realista. “Eso sí, es especial para todo. Si nos dicen que hay que ir de traje, él aparece en chándal; si hay que ir en chándal, él viene en traje. Y así con la mayoría de cuestiones rutinarias. Pero las cosas que hace en Zubieta, cuando quiere, son alucinantes”. Me recordó a lo que solía recriminar Lolo Sainz, mítico entrenador de baloncesto español, a Mirza Delibasic, uno de los mejores jugadores europeos de la historia de su deporte: “Era un genio, un maestro del baloncesto. En los entrenamientos, cuando estábamos un poco más distendidos, hacía cosas inverosímiles. Y un día le dije: Mira, Mirza, esto que estás haciendo me parece una bestialidad. Por qué no lo haces en los partidos. Y se me quedó mirando con una cara como diciendo: Porque me da vergüenza. O una cosa así”, declaró a Planeta ACB.

Esa timidez no creo que sea precisamente el mayor problema que tenga Januzaj. Ningún aficionado realista que le haya visto jugar en estos cinco años en Anoeta puede discutir que su calidad y su nivel técnico son superiores. Casualidad o no, justo el año en el que tiene que pasar por vicaría para renovar o marcharse en busca de un nuevo proyecto, con una suculenta prima de fichaje (a este nivel todos los que llegan libres cobran de la forma que sea una cantidad por recalar en otro equipo; los de la Real, obvio, también) y un contrato con más ceros mediante, el bruselino por fin ha podido encontrar la continuidad necesaria para demostrar su verdadero potencial. Y como presagiaba la mayoría, cuando no le han frenado las lesiones y ha sido regular, se ha convertido no ya en titular indiscutible, sino en una de las grandes estrellas de uno de los mejores equipos txuri-urdin de la historia.

Sigo los toros desde la barrera porque reconozco que no manejo mucha información sobre el estado de las negociaciones, pero, por lo que he leído y oído a compañeros, y sobre todo a Aperribay, estoy convencido de que la cosa pinta bien. Esto no quita para que las declaraciones de Januzaj la víspera del duelo del Mónaco me pareciesen el clásico movimiento de ficha de un representante con la solera y la picardía de Raiola para darle la vuelta a la tortilla y colocar la pelota en el tejado de la dirección deportiva. Si, como ha manifestado por activa y por pasiva el presidente, el futbolista cuenta con una oferta sobre la mesa desde meses atrás y su firme deseo es quedarse, pienso que las cosas están muy claras y la solución fácil sería estampar la firma. Todos los días que se demore a partir de una jugada estratégica de tal calibre será peor para los intereses de la Real. Porque Raiola maneja muy buenos contactos y sabe mover a la perfección en el mercado los posibles y supuestos cantos de sirena procedentes de clubes grandes, y porque Januzaj tiene tanto talento que es capaz de reivindicarse y multiplicar ahora su valor cada tres días, como no lo ha hecho en los cuatro cursos anteriores.

Son las cosas de este tipo de superclases divos y extravagantes. Como el añorado inglés Robin Friday, que hacía honor a su apellido y, aparte de no tardar en destacar dándole patadas a un balón, con 15 años ya se había familiarizado con las drogas. Pasó por el Chelsea, antes de recalar en el Hayes, un cuarta división, al que escogió porque su pub favorito estaba cerca. Su nivel superior, a pesar del asma, sus vicios y de jugar borracho muchos partidos, le llevaron a incorporase al Reading en 1974. “Eres un auténtico bastardo fuera del campo. Ahora imagina cómo serías si fueras un buen chico”, le recriminó el técnico Charlie Hurley el primer día. “En ese caso quizá no sería el mismo jugador”, le replicó Friday. “Dadme el balón y veré qué puedo hacer. En el campo odio a todos los rivales. No me importan un carajo. La gente cree que soy un lunático, pero soy un ganador”, se definía un futbolista amado y odiado a partes iguales. Hurley nunca tiró la toalla con él: “Oye, Friday, si sigues con nosotros tres o cuatro años, jugarás con Inglaterra”, le lanzó para motivarle. “¿Cuántos años tiene usted”, contestó el jugador. “Pues tengo muchos, muchos años. ¿Por qué?”; “¿Por qué? Mire, entrenador, tengo la mitad de su edad y he vivido dos veces su vida”, sentenció Friday que, como contó Didac Peyret en un gran artículo, murió solo, de sobredosis de heroína, a los 38 años.

No es cuestión de dramatizar ni de asustar a Januzaj, cuya historia de príncipe azul no es comparable con la de este humilde representante de la dura clase trabajadora británica de esa época, pero yo también tengo la sensación de que ha vivido más de una vida a sus 26 años. Adnan, ha llegado la hora de que sientes la cabeza y trates de alcanzar los sueños que un día te marcaste, aunque no sean tan grandes como imaginaste en un principio. Para eso necesitas a la Real y la Real te necesita a ti. Si tienes alguna duda, te pasamos el teléfono de Vela para que te las aclare. En momentos de debilidad, cuando no lo veas claro, recuerda la media vuelta triunfal que diste con Anoeta rendida a tus pies cuando te cambiaron contra el PSV. Pocas cosas mejores que sentir el cariño incondicional de una parroquia de la que no habías oído ni hablar hasta 2013. Mientras tanto, si no te importa, no dejes de sacar conejos de tu chistera, mago. Y firma ya. ¡A por ellos!