uando alguien sufre un problema de salud, la importancia más inmediata reside en acertar con el diagnóstico, un primer paso hacia la recuperación o al menos hacia la convivencia con el dolor. Trasladado esto a nuestra Real, parece evidente que los resultados de las analíticas apuntan a que en Europa le cuesta imponer su fútbol, más eficiente en la Liga doméstica. ¿Por qué? Primero y muy simple: porque en el continente el nivel sube y la exigencia es mayor que la de los domingos. Más allá de la citada evidencia, sin embargo, toca escarbar un poco más para separar el grano de la paja y dar con razones más profundas que expliquen episodios como el del jueves en Mónaco.

falta de gol

Puede parecer contradictorio. Pero no lo es. La Real atesora calidad a raudales en la parcela ofensiva. Cuenta con futbolistas capaces de definir como los ángeles, haciendo goles de esos que salen en todos los telediarios. Pero nuestro equipo dista mucho de ser letal: esta plantilla no cuenta con un killer que meta en la cazuela todo aquello que cae a su alrededor. Se trata de un déficit cuyo efecto hay que observar con perspectiva, pues en cierto modo facilita que los once futbolistas txuri-urdin estén siempre implicados en lo más importante, en el juego. ¿Un punta casi infalible que participe también de la idea colectiva? Sería lo ideal. Pero de esos hay más bien pocos en el mercado, y la Real está muy atrás en la cola para ficharlos.

eN LIGA TAMBIÉN

El partido de hace tres semanas contra el Sturm Graz en Anoeta puede servir de perfecto ejemplo para ilustrar lo expuesto en el párrafo anterior. Vimos entonces a un equipo txuri-urdin muy armonioso, perfecto a nivel coral en todas las facetas del juego excepto en una: la finalización. Recordó lo vivido a experiencias anteriores ante AZ Alkmaar o Rijeka, duelos continentales de marcada superioridad y escaso acierto ante el gol. Pero tampoco nos engañemos: el pasado curso vimos bastantes partidos ligueros de idéntico signo. El Valencia de Javi Gracia ganó en Donostia (0-1) después de que los nuestros le pasaran por encima. Un Granada con defensa plagada de juveniles, en pleno brote de covid, encajó aquí un 2-0 exiguo para la producción ofensiva blanquiazul. Y también se quedó cortísimo el 1-0 endosado en domingo a un agotado Levante, que el jueves previo había jugado prórroga copera ante el Athletic. No, lo del Sturm Graz no fue cuestión europea. Respondió a circunstancias mucho más generales.

la dura realidad

¿Y lo de Mónaco? Lo de Mónaco, para empezar, llegó con asterisco, el asterisco relativo a lo mermados que jugaron desde el primer tiempo dos hombres importantes como Merino y Silva. Las molestias de ambos, sin embargo, no fueron óbice para detectar en el partido del Luis II un fenómeno igual de repetido que el de la falta de acierto, pero (este sí) más exclusivo de la competición europea. La Real está acostumbrada a que los rivales ligueros le planteen los partidos desde el respeto, el mismo que le guardó el propio Mónaco en Anoeta. Pero los de Niko Kovac apostaron este jueves por un plan mucho más agresivo, con y sin balón, otorgando al partido un ritmo exigente y vertiginoso que recordó a lo de Salzburgo hace tres años, o a lo de Turín contra el Manchester United la temporada pasada. Los equipos de nuestra Liga sufren cada vez más cuando cruzan los Pirineos. Y lo hacen principalmente por una cuestión de eso, de ritmo. El fútbol ha evolucionado mucho por ahí arriba de un tiempo a esta parte. Aquí abajo, mientras, todos hemos perdido terreno, anclados en propuestas más posicionales y menos dinámicas que antaño implicaron dominio internacional. Ya no lo hacen.

en el buen camino

No deja de resultar curioso que nuestra Real sea, de los equipos de la Liga, uno de los mejor adaptados al nuevo fútbol moderno, por no decir el mejor. En el campeonato local marca diferencias desde su propuesta, muy coherente con el contexto global. Y sin embargo sufre cuando sale a competir precisamente a ese panorama que observa a modo de espejo, a modo de ejemplo a seguir. En el fondo, el asunto tiene su lógica. Los de Imanol se están exponiendo los jueves a duelos a cara de perro, de tú a tú, ante equipos con una condición física de base superior, unida a una notable calidad técnica al servicio del despliegue. Durante las últimas temporadas, el equipo txuri-urdin ha naufragado así en vibrantes batallas europeas cuerpo a cuerpo, mientras equipos españoles más capaces de bajar las revoluciones y sacar partido de otro tipo de encuentros, por ejemplo el Villarreal de Emery, han tocado chapa. Yo no me alarmo, miro al frente y confío en que el largo camino que han elegido los txuri-urdin, como equipo y como proyecto, vaya dando frutos con el paso del tiempo. De hecho ya los otorga. En 2017, la Real de Eusebio, con Willian José y un tal Carlos Vela como efectivos estiletes, hizo ante Rosenborg y Vardar lo que este curso hemos echado de menos contra el Sturm Graz. Aquel equipo, sin embargo, habría salido de Eindhoven rajado en canal. Y, dentro de un panorama general de inferioridad como el de Mónaco, difícilmente habría aguantado en pie hasta el final del partido. Ahora más que nunca, es tiempo de creer en lo que Olabe, Imanol y compañía tienen entre manos. Creer en completar una muy buena Liga. Y creer también en una Europa League donde, que no se nos olvide, seguimos muy pero que muy vivos.