Una décima de segundo es una de las grandes canciones del inmortal grupo Nacha Pop. En su letra encontramos la frase "va girando sobre su eje, describiendo una trayectoria más", refiriéndose a un molino. Me vino a la cabeza analizando la jugada del gol del Athletic a Remiro. La décima de segundo en la que el portero tiene que decidir con la pelota girando sobre sí misma trazando una envenenada trayectoria letal. Nadie miente cuando habla de su soledad. No es nada fácil ser portero. De largo, el puesto más desagradecido en el fútbol. Siempre solo, motivándose y tratando de mantenerse activo y metido en el encuentro durante las fases en las que es un mero espectador más (algunos, los más susceptibles, se llevaron las manos a la cabeza porque el realista festejó con el estadio patas arriba que el rival se quedara con diez el domingo; ¿qué querían, que fuese al árbitro a protestar porque era su exequipo?).

Cuando sucede un accidente de este tipo a un guardameta, no suele tardar en solidarizarse su gremio con mensajes cercanos y cariñosos. Ahí están los del siempre entrañable Westerveld, que probablemente sintió el navajazo del gol como cualquiera de nosotros, o el didáctico de Santiago Cañizares, que explicó muy bien las claves de su error técnico. El más gracioso fue el de su amigo Miguel Ángel Moyá, quien optó por tratar de animarle tras "la peor noche de su vida", metiéndole caña: "Alegra esa cara, haberte hecho delantero centro y no te pasarían esas cosas".

El portero tiene que convivir con el fallo. Porque, aunque paradójicamente proteja a unas mallas a sus espaldas, es el único que juega a este deporte sin red. Aquí sabemos mucho de eso, porque el gran mito del club, Arconada, fue condenado internacionalmente por aquel error en la final de la Eurocopa de 1984 después de haber firmado el torneo de naciones más increíble de la historia. Hay muchos tipos de cancerberos. Yo sobre todo distingo entre los que cuentan con unas condiciones innatas extraordinarias, como pueden ser Neuer, Oblak o Courtois, grandes y con la suficiente coordinación y elasticidad, y luego están los que se han hecho a sí mismos. Aprendiendo y mejorando en cada entrenamiento, sobreviviendo a lluvias y tempestades. Comiendo mucho barro, llorando por las noches al conocer el agrio sabor del fracaso y forjando una personalidad inquebrantable en su soledad. Precisamente para poder soportar y superar estos momentos tan duros. Nada nos hace más vulnerables que sentirnos solos cuando estamos rodeados de tanta gente como en un estadio.

Hace poco escuché unas declaraciones del meta de Osasuna, Sergio Herrera, en las que afirmaba que ha cambiado mucho el fútbol: "Como todo en la vida, se va evolucionando. Al portero de antaño se le exigía solo parar, pero al de ahora se le exige más, que sea más completo. Los pies no son una de mis virtudes, pero ya no son un problema. Yo sabía que el juego de pies de Ter Stegen no lo iba a tener nunca... Lo que quería era mejorar. Y me dejaba aconsejar por mi entrenador de porteros, perfeccionarlo... Fallar, fallar y fallar, hasta que ha llegado un día en el que es difícil que falle". Y me acordé de Remiro, ¿cuántas veces habrá errado de forma grosera para tener ahora junto a Ter Stegen el mejor juego de pies de la Liga? La ingratitud de su puesto solo es comparable con un jugador de campo que, tras protagonizar un gran torneo o partido, llega a la tanda de penaltis y no transforma el suyo. Como le pasó a Amaya en la final de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000: "Nunca lo olvidaré. ¿Cómo ese balón tuvo que pegar en el larguero? Me dejó hecho polvo y a los 20 años descubrí que la perfección no existe en el fútbol. En unos Juegos en los que me había salido todo bien, tuvo que pasarme eso a mí. Luego aprendí que no se puede luchar contra el destino". Solo unos centímetros separan a la victoria de la decepción. Una décima de segundo. Si no que se lo pregunten al que fue portero del Mallorca, Roa, que una final de Copa paró tres penas máximas y transformó otra y se quedó sin gloria.

Me centro en el meta con más porterías a cero de esta Liga y de, probablemente, la mayor injusticia que está cometiendo Luis Enrique desde que es seleccionador. A todos nos hizo gracia el fichaje de Remiro, porque no estamos acostumbrados a que un futbolista decida no renovar por el poderoso vecino para cruzar el camino de la A-8 a la inversa. Pero el año en blanco no le hizo ningún bien. Es más, le traumatizó sobre todo respecto a la prensa, con la que siempre está a la defensiva y reacciona en demasiadas ocasiones con excesiva susceptibilidad sin diferenciar cuál es el fuego amigo y el enemigo. Él es así, tiene un carácter fuerte, no se amilana y se siente capaz de superar todos los obstáculos y las adversidades que se encuentra a su paso. Eso tiene cosas buenas y otras malas, porque también es cierto que demuestra una tendencia a meter la pata.

El comienzo del navarro en la Real no fue sencillo. Imanol le protegió en los primeros encuentros, concretamente para evitar jugar en San Mamés con todo lo que ello implicaba, pero no tardó en hacerse con la titularidad. Aunque las referencias eran buenas, yo creo que su rendimiento ha estado muy por encima de las expectativas que generó su llegada. Un portero moderno, completo, sin alardes ni paradas imposibles como las de Ryan en Vigo, pero con un índice de errores bajísimo. No pierde partidos. Lo que se denomina hoy en día un seguro de vida. Con el paso del tiempo no ha dejado de evolucionar en ni un solo encuentro, lo que habla bien de su afán por crecer. Cuentan que Moyá y Llopis eran dos pilares básicos para que mantuviera los pies en el suelo y compitiera siempre centrado. Sus marchas no parecen haber afectado al de Cascante, que siempre ha defendido que le unía una buena relación con Kepa y Simón, como le sucede ahora con Ryan. La famosa competencia amistosa que tanto le gusta y pregona su amigo el mallorquín.

¿Saben qué fue lo mejor que le pasó a Remiro el domingo? Que no nos acordamos de que se había formado en Lezama. Solo los cánticos de los aficionados rojiblancos nos recordaron que se trataba de un partido especial para el arquero, quien, a pesar de los nervios propios de una cita así, salvó a su equipo en dos ocasiones antes de la jugada decisiva. Es la mejor demostración de que ya es uno de los nuestros. Te podrá gustar más o menos, pero el meta con el que la Real volvió a ser campeón 34 años después sucediendo a Arconada (con paradón incluido en Sevilla) ya se ha hecho un hueco en el corazón de una afición que si tiene algo de diferente respecto a la mayoría es su manera de proteger y consolar a uno de los suyos cuando falla. De sufrir y llorar a su lado, como si fuese uno más de la familia, para no volver a dejarle solo jamás. Como diría aquel, "cuando llueve comparto mi paraguas; si no tengo paraguas, comparto la lluvia". Así es la parroquia txuri-urdin. Difícil papeleta la que tiene Imanol para hoy. Premiar a Ryan por su milagrosa actuación en Vigo o hacer terapia de choque con Remiro. Los médicos suelen aconsejar a los que han sobrevivido a un accidente de tráfico que vuelvan a conducir rápido. Lo único que tenemos todos claro es que estamos en buenas manos. Y que Remiro es mucho mejor portero después de lo que le pasó en el derbi. Gora gure atezaina! ¡A por ellos!