icen que hasta los corazones más duros se enamoran. También los más embusteros y competitivos tienen su momento de debilidad. Será el descanso del guerrero. Insisto con Bilardo, el genial creador de Kirikocho, que tenía un carácter tan especial como entrenador que durante su trayectoria dejó un sinfín de anécdotas. Algunas muy graciosas y otras ciertamente desagradables y bastante impresentables. Muchas de ellas, también parece justo reconocerlo, cuanto menos de dudosa tranquilidad.

La que ha contado esta semana Rafa La Casa en A la Contra, portal muy recomendable (uno de los creadores es Juanma Trueba, con eso es más que suficiente), es verídica y bastante curiosa. Relataba el periodista que en 1993, La Ser buscaba un comentarista de campanillas para el Trofeo Ciudad de Santiago, que se estrenaba ese verano. El torneo lo disputaron cuatro equipos de prestigio: el Deportivo de Arsenio Iglesias, el River de Passarella, el Tenerife de Valdano y el Sao Paulo de Telé Santana. Al parecer, la primera opción de La Ser fue Cruyff, pero no se llegó a un acuerdo, y el plan B era Bilardo, que ya no entrenaba al Sevilla. Por cierto, aceptó la propuesta sin cobrar.

Tras la final, Bilardo estaba invitado a la cena oficial, pero decidió retirarse al hotel porque estaba inapetente. En el camino, se topó con unos jóvenes que se encontraban de botellón y no tardaron en entonar el “písalo, písalo” recordando el episodio en el que su fisioterapeuta en el Sevilla atendió antes al deportivista Albistegi, con la nariz ensangrentada, que a Maradona en un partido en Riazor. Ante el asombro de los presentes, el narigudo cogió dos cajas de cerveza vacías de uno de los bares y se subió como si fuera a organizar un mitin. Desde las alturas comenzó una charla con los estudiantes que, como es lógico, alguno de los que estaban presenciando la escena temió que acabara mal, pero con la que cautivó a todos. Les habló de su familia, de fútbol y del Mundial. Estuvo más de una hora con ellos y que se quedaron tan alucinados que intentaron llevarle a hombros hasta el hotel. Genio y figura.

Bilardo siempre se ha hecho querer. Los que le han tratado de cerca siempre han destacado su calidad humana. Eso sí, como deportista era un cero a la izquierda. Un tipo con unos valores poco recomendables. Aunque fuese el mejor entrenador del mundo y me diviertan muchas de sus historias, no me hubiese gustado que entrenara jamás a la Real. Como tampoco me atrae la idea de contar en nuestras filas con uno de esos jugadores que estiran el reglamento hasta el límite y que no paran de fingir y de pegar duro. Yo no. Karpin, uno de los mejores extranjeros de nuestra historia, solo hubo uno y ya le aguantamos muchas cosas que a otros no habríamos permitido.

Lo reconoció Imanol tras el inexplicable empate cedido ante el Betis, al que pudieron y debieron golear antes de que igualara el 2-0 en el descuento: “Si queremos estar con los grandes sabemos que no puede ocurrir lo del otro día y echar por tierra lo conseguido en 85 minutos. Nos faltó malicia, tanto de cara a portería como en el juego. No podemos dejar escapar este tipo de partidos. Tenemos que aprender para que no se repita”. En la misma comparecencia dejó claras dos cuestiones: “Nos volverá a pasar, porque les sucede hasta a los grandes, aunque debemos aprender y espero que no sea por falta de malicia”, y “tratar de darle continuidad a todo lo bueno; no es una cuestión de jugar sucio, porque no es nuestro estilo”.

En Granada la Real volvió a pecar de pardilla. No porque perdiese, algo que evidentemente podía suceder, ya que nuestro equipo tampoco es el Ajax de Cruyff aunque a veces lo parezca o nos lo creamos nosotros, sino porque no puede ser que un equipo le haga 23 faltas, casi el doble de las suyas, y se vaya con más tarjetas y con su estrella fuera de combate a la media hora, sin que amonesten al agresor. No quiero hacer comparaciones, porque le estoy viendo competir y desde que está su nuevo entrenador intentan dominar y jugar siempre en campo rival, pero si queremos evitar un escenario así en la final, hay que trazar un plan. Cuentan que en el derbi del pique entre Iñigo Martínez y Aduriz, el rojiblanco se excusó al final y le explicó al aún realista que Valverde les había dicho que la Real hacía muchos corrillos de protesta y que trataran de evitarlos (¿Lo pillan? El chiste se cuenta solo). Me parece inadmisible la falta como estrategia. Parar el juego en cuanto superan tu agresiva presión y volver a colocarte solo lo puedes llevar a la práctica con la connivencia y la permisividad del colegiado. Por eso, ahora más que nunca y con los jugadores expertos que cuenta la Real, sin lloriqueos ni quejas irrespetuosas y sin subirse a ningún atril como Bilardo, lo que hay que tratar de hacer es denunciar desde el minuto uno la reiteración de faltas y recordar casi el número que lleva cada uno en cuanto derriben a un realista. Lo inaceptable de Granada fue que ningún txuri-urdin se acercó al trencilla para manifestarle el atropello que estaban sufriendo. Denunciar de forma tan repetitiva las faltas sería una demostración de madurez, de haber estudiado el problema, de aprender la lección y de superar un obstáculo ya esperado. Con el objetivo solo de centrarnos en lo realmente importante, el fútbol. El juego. Si a los pies de la Alhambra suspendió el examen de competitividad, hoy contra el Barcelona la Real pasará su último test, el de la afectividad en las dos áreas, la auténtica clave en el Día D, y con el que se jugará el comodín de la ilusión. Nada mejor que otro chute de moral ya conocido por repetido tumbando al gigante azulgrana. ¡A por ellos!