ikel Oyarzabal marcó el segundo en el minuto 57. Los diez posteriores fueron una oda al buen fútbol por parte de la Real, ayudada además por el desbarajuste que sus goles crearon en un Betis rajado en canal. Se sucedieron las oportunidades y los acercamientos para terminar de sentenciar. Pero todos resultaron desesperadamente fallidos. Cuando el enésimo de ellos se marchó al limbo, en pleno baño txuri-urdin, un servidor soltó en la redacción el clásico "este partido se está poniendo peligroso", ante el lógico cachondeo general. El adversario no sabía por dónde le daba el aire. Pero un 2-0 favorable siempre esconderá un punto de evidente peligro. Si te enchufan una, aunque sea de rebote, toca echarse a temblar, porque ese tanto supone a menudo una voltereta anímica radical para unos y otros. Ahí está lo de ayer para demostrarlo.

Se suceden los partidos en los que el equipo es superior al rival y no logra la victoria. En diciembre casi cuesta la eliminación europea. Y la misma circunstancia, en la Liga, ha supuesto dejar de sumar puntos que ya no volverán. Antes de ir a Elche, cuando la Real solo había jugado dos partidos, Imanol sorprendió un viernes en rueda de prensa criticando que a los suyos les había faltado "agresividad ofensiva" durante el entrenamiento. Cuatro meses después, recordamos aquellas palabras y las identificamos con uno de los principales déficits del cuadro blanquiazul. Y es que ayer contra el Betis, dentro de un contexto facilitado por las características del rival, identificamos de nuevo a ese equipo vigoroso y eléctrico que tanto nos gustó a lo largo del pasado otoño. Los recuerdos, sin embargo, regresaron para lo bueno y para lo malo. El Valencia, el AZ Alkmaar, el Rijeka y el propio Betis, por poner cuatro ejemplos, se han llevado en Donostia meneos de los buenos, dignos de traducirse en goleada. Solo los neerlandeses salieron derrotados, por la mínima, y en el descuento botaron un córner que nos puso a todos los pelos de punta. El guión de las películas, cuando se sucede, responde más a la causalidad que a la casualidad. "Agresividad ofensiva".

Lo escribí en este mismo espacio el jueves, después de la victoria en Córdoba. Me encanta Carlos Fernández. Tengo la costumbre de ver los dos partidos previos del rival de la Real, para ponerme en situación, y la actuación del sevillano el pasado julio en el Nuevo Los Cármenes de Granada contra el Valencia significó para mí una de las exhibiciones de la temporada. Sin exagerar. Jugó de fábula, eso sí, ejerciendo de segunda punta, algo escorado a la derecha dentro de una delantera de tres, con Roberto Soldado como ariete. Sirva la puntualización para subrayar, insisto tres días después, que Carlos no es un killer nato, como tampoco lo es Isak pese a su gol de ayer. Ni siquiera lo era Willian, quien aún así tenía más gol que sueco y andaluz, a mi juicio. Nuestro equipo echa en falta poder plasmar en el marcador su frecuente superioridad. Y el cambio de cromos que completa ahora en el mercado no le aporta más contundencia precisamente. Tocará confiar en el carácter meramente colectivo de este deporte: quizás el nuevo fichaje no aporte más finalización pero sí haga lucir más redondo aún el fútbol txuri-urdin, alimentando de oportunidades a los Portu, Oyarzabal, Merino y compañía. Ojalá.

Analizado todo ello, y alejándonos un poco del negativo resultado final, también resulta conveniente destacar lo mucho que agradeció ayer la Real el descanso desde el que sus jugadores afrontaron el partido. Imanol cambió a los diez futbolistas de campo titulares en Córdoba, por lo que quienes se midieron al Betis acumulaban al menos diez días sin iniciar un encuentro. La propuesta del míster es la que es, exigente en lo físico. Y todo pinta de otro color cuando la batería está convenientemente cargada. Sí, terminó la cosa en empate. Pero los dos puntos no se escaparon por falta de fuelle, sino por todo lo desaprovechado cuando el Betis yacía grogui en la lona.