l fútbol es ese deporte de masas cuyas situaciones dan vueltas y vueltas, y en el que los perjudicados tienen siempre la sensación de ser víctimas de conspiraciones judeomasónicas. Después, cuando las mismas circunstancias benefician y no restan, chitón. Al fin y al cabo, hablamos de un juego que va más allá de lo deportivo y alcanza a la vida misma, por lo que termina caricaturizándonos como sociedad. Ha pasado tiempo ya desde que el arriba firmante aprendió que todo depende del cristal con el que se mire, una máxima muy aplicable al Real Sociedad-Granada de ayer. Parece que el papel que todo lo aguanta, los reglamentos y los famosos protocolos, avalan la disputa del partido. Así que por ahí la historia no tiene mucho más recorrido. Otra cosa bien distinta es si hacer viajar a los andaluces con semejante convocatoria no supone una injusticia en toda regla, adulterar la competición. Resumiendo: ahora los realzales podemos ser los más pulcros y rigurosos en lo que a normativas se refiere. Pero luego tendremos que seguir igual de estrictos cuando los efectos de la pandemia nos fastidien en lugar de favorecernos. Ojalá no se dé el caso.

Los de Imanol ganaron ayer. Hacerlo seguro que resultó más difícil de lo que pareció desde fuera. Su superioridad futbolística era de sobra conocida antes del partido. Pero muchas veces cuesta horrores plasmarla sobre el campo, cuando todo se presume tan sumamente sencillo. No se trata de técnica ni de táctica. Se trata de cabeza, de entrar bien en el encuentro y de completar todo el trabajo necesario para sumar los tres puntos. El mérito de la Real contra el Granada residió en adoptar la actitud adecuada. Fuera los excesos de confianza. Fuera la relajación. Intensidad, competitividad y focos encendidos. Desde ese punto de partida, solo desde ahí, el triunfo caería por su propio peso. Y así terminó sucediendo.

Líderes. Una semana más. Dos semanas más en realidad. Porque viene parón. Sobre la primera posición de la Real en la tabla se viene hablando y escribiendo mucho durante estos últimos días. Y en esto, como en todo, las cosas dependen del cristal con el que se miren. Nos escuece escuchar que Real Madrid y Barcelona, los llamados a ocupar la actual plaza txuri-urdin, no están a un buen nivel. Pero debemos reconocer que algo de eso hay, como demuestran sus actuaciones en la fase decisiva de la pasada Champions. Una Liga de Campeones que además les lastró sus respectivas pretemporadas. Merengues y culés, también un Atlético de Madrid minimizado cuando atraviesa los Pirineos, han abierto la puerta del liderato a los otros 17 equipos de la Liga. Entre otras cosas, porque sus propuestas, unas más que otras, se están quedando obsoletas.

Es lo que hay. Y asumirlo no significa caer en el extremo de menospreciar la andadura txuri-urdin, como también están haciendo algunos. Resulta significativo que quien esté aprovechando el bajón de los transatlánticos anclados en el pasado sea la propia Real. Porque es la Real el equipo más moderno de esta Liga, algo en lo que se viene trabajando en las entrañas de Zubieta desde hace meses y meses. Méritos propios. ¿Hasta dónde nos llegará en el campeonato? Se establecen ya comparativas con la temporada 2002-03, la de la segunda posición final. Sin mirar a tan largo plazo, yo me quedo con que la escuadra txuri-urdin ha sumado 20 puntos en nueve partidos, más o menos un tercio del camino a recorrer para regresar a Europa en la temporada 2021-22. La pregunta del millón consiste en acertar qué torneo continental se jugaría. Con el Valencia en horas bajas y el Sevilla acusando de momento un verano de locos, yo ya empiezo a mirar de reojo qué hace cada domingo el Villarreal, probable rival para una plaza de Champions. Es el cristal desde el que observo ahora a nuestro equipo. Mi cristal.