La Real llega 31 años tarde a su cita con el Nápoles. Menos mal que los napolitanos no nos esperaron, porque a su lado la viuda del muelle de San Blas que cantaba Maná hubiese parecido la mayor expresión de cordura. Lo peor de todo es que ellos ni lo recuerdan, no son conscientes de que teníamos previsto un encuentro en aquella final de la Copa de la UEFA de 1989. Durante varias semanas los aficionados realistas creímos en eliminar al Sttutgart y en semifinales, ya sé que es un supuesto, al Dinamo de Dresde de la extinta RDA, para encarar en la etapa definitiva al Nápoles de Maradona. Por cierto, en eliminatoria, porque la UEFA se decidía así, a doble partido. Pocas veces he soñado tanto y con tantas ganas como para alcanzar esa final, pero no pudo ser. Un fallo de Miguel Fuentes a portería vacía en el último minuto, que silenció Atotxa, y una maldita tanda de penaltis, que no hizo justicia al baño que le había dado la Real a un auténtico equipazo, nos rompieron el corazón. Más de media hora después del último lanzamiento, seguía sin poder contener las lágrimas sentado en el Fondo de Mujika separado de dos amigos en la misma situación anímica (ahora parecería que respetábamos la distancia de seguridad hasta en un momento tan dramático). Hundidos. Nos tuvieron que invitar a salir del estadio. No había consuelo.

Los italianos eran el equipo del momento. Hablar de Nápoles es hablar de Maradona. Nadie discutía por aquel entonces la hegemonía mundial del de Villa Fiorito, que decidía los partidos con obras maestras. Solo una persona ha logrado cambiar tanto la historia de un club y fue un compatriota suyo, Di Stéfano, que convirtió a un club como el Madrid, que llevaba 20 años sin ganar la Liga, en el mayor campeón de la historia. Lo de Maradona es diferente. Tres décadas después de su marcha, la ciudad continúa siendo un museo inagotable del mítico 10. Y, a pesar de que a día de hoy el Napoli es uno de los grandes de Italia y un participante habitual de la Champions, con una plantilla plagada de jugadores internacionales y contando incluso con un heredero de su camiseta que es napolitano, Insigne, nadie eclipsará su recuerdo. Nunca llegará a la categoría de santo que alcanzó el Diego, cuya leyenda provocó el nacimiento incluso de la iglesia maradoniana,iglesia maradoniana a la que muchos napolitanos rinden más culto que a la católica. Y su argumento para explicarlo es tan coherente como lógico: "Los milagros de San Gennaro (patrón de la ciudad) no los hemos visto. Los de Maradona, en cambio, sí, y fueron auténticos milagros. No fueron ninguna fantasía. Vino a una ciudad donde solo se hablaba de mafia y a un equipo que nunca había podido combatir a los ricos del norte y nos hizo vivir días inolvidables". Como para no creer.

Para entender la pasión de Nápoles por su Dios, hay que retroceder al origen de su relación. La televisión transalpina, con influencia del poderoso norte de Italia, anunció su contratación con un feo: "La ciudad más pobre de Italia y de Europa ha fichado al jugador más caro del mundo". El argentino aterrizó en una localidad deprimida, dominada por el plomo de la Camorra y situada en una zona devastada por un terremoto que provocó 3.000 muertos. Maradona, el mejor jugador del mundo, se había incorporado a un club que solo había ganado dos Copas en su historia y que no era un equipo de éxito ni tenía pinta de que iba a tenerlo. La mentalidad del Nápoles era no descender, lo que no sabían es que Maradona había llegado con la única intención de ganar. Y sus deseos se multiplicaron cuando comprobó la humillación a la que eran sometidos cada vez que viajaban al norte, donde muchos creen que África empieza en Roma. Capital incluida. En su debut, en Verona, en la grada desplegaron una pancarta, "Bienvenido a Italia". Ese fue el menosprecio menos hiriente que tuvo que soportar. Los aficionados de la Juve "Huyen hasta los perros, ya llegan los napolitanos, enfermos de cólera, víctimas del terremoto, con jabón nunca se han lavado. Nápoles mierda, Nápoles cólera, sois la vergüenza de la Italia entera. Napolitanos trabajar duro que Maradona no os va a salvar el culo". O el inadmisible "Lávalos con fuego Vesubio", recordando la tragedia por la explosión del volcán que enterró a la vecina Pompeya.

En su documental, Diego llega a aseverar que era "algo asqueroso". Lo que no sabían estos radicales era que Maradona siempre ha utilizado como combustible luchar contra la adversidad.

Así se puede entender que la primera vez que derrotaron a la Juventus con un gol suyo, un San Paolo abarrotado estalló de tal forma que se produjeron cinco desmayos y dos infartos. Muchos se conformaban con un triunfo así ante la Vecchia Signora, pero Maradona había llegado para ganar de verdad. Y es lo que hizo. Le dio dos Scudettos al Nápoles, tras el primero la ciudad se pasó dos meses de juerga, una Copa y nuestra Copa de la UEFA. Toda una venganza deportiva, como ya selló con Inglaterra en el Mundial 1986 por la Guerra de las Malvinas. Así se entiende que su imagen siga presidiendo las calles de la ciudad 30 años después. Que cualquier bar que se precie tenga una fotografía suya en la barra y hasta uno exhiba un mechón de pelo suyo que guarda en una urna y que recogió al coincidir con él en un avión. O que lo que más vendan las tiendas de souvenirs sean figuras o camisetas suyas piratas. Pero la presión social en Nápoles se convirtió en inaguantable. No podía salir a la calle y se refugió en malas compañías. Como cantaba su amigo el malogrado Potro Rodrigo, "la fama le presentó una blanca mujer, de misterioso sabor y prohibido placer, que lo hizo adicto al deseo de usarla otra vez, involucrando su vida. Y es un partido que un día el Diego está por ganar"... La eliminación de Italia por su albiceleste escenificó un juicio público en el que el poder, ese que anida en el norte del país, le indicó el pulgar para abajo. Al más puro estilo de una caza de brujas de la Edad Media. Pero Nápoles le perdonó todo a pesar de que muchos, sobre todo de fuera, le comparaban con Massanielo, un pescador que encabezó una rebelión en la ciudad contra los abusos del Rey de España para luego traicionarles. "Es un ejemplo de entusiasmo que se ha ido convirtiendo en decepción, porque todo el mundo pensaba que había venido al Nápoles a ser una estrella pero no a ganar. Cuando empezó a hacerlo se volvió antipático. Le han reprochado el haberse vuelto rico y montar fiestas con el mismo mal gusto que las de los ricos. Pero, como era pobre, era inadmisible", sentencia con bala un periodista del Corriere dello Sport en su documental.

Cuentan que muchas noches Diego, solo, se acercaba en coche a una plaza de uno de los barrios más pobres de la ciudad partenopea para ver un mural con su imagen de la altura de un edificio de muchos pisos. Lo miraba y se marchaba antes de que alguien le reconociera.

Estoy seguro de que por esas calles todavía resuena la canción que hacía temblar los cimientos del estadio San Paolo: "O mamma mamma mamma, o mamma mamma mamma, sai perche mi batte il corazon? Ho visto Maradona, ho visto Maradona eh, mamma, innamorato son" (Oh mamá, ¿sabes por qué me late el corazón? He visto a Maradona y oh, mamá, me he vuelto a enamorar)". Lo mismo me pasa a mí con esta Real. Me late el corazón. Me vuelve a enamorar cuando juega. Como hizo Maradona, el equipo realista también lideró una revolución a principios de los 80 que convenció a los dos clubes vascos de que podían arrebatarles la Liga a los dos gigantes. Zamora, con el que es un placer coincidir y mantener una conversación sobre fútbol, me contó un día que la Copa de la UEFA de 1989 fue su gran oportunidad para optar a un título europeo. Su comentario fue inolvidable: "Además, en la final nos íbamos a enfrentar a Maradona, que se nos daba muy bien". Fuimos, somos y seremos muy grandes. Nosotros también. ¡A por ellos!